Discusiones, tarjetas y expulsiones aparte, lo único cierto es que Uruguay está fuera de las semifinales de la Copa América, eliminado por un Chile que, con un jugador de más, tuvo que emplearse a fondo y esperar al 81’ para firmar una agónica clasificación frente a su hinchada.
Ya de nada vale preguntarse qué habría sucedido si Cavani tuviese sangre fría y algo de flema para manejar los insultos, o si Jara —convertido en bochorno nacional para los anfitriones y el continente— tuviese algo de respeto por este deporte. Justo ahora los uruguayos están camino a casa, Cavani expulsado y con líos en su cabeza mayores que dos amarillas.
Pedirle a Edinson Cavani, sobre todo en las actuales circunstancias, que actuase diferente sería pecar de ilusos. Si Cavani hubiese tomado tres segundos para leer la burda provocación, si se hubiese quejado con el árbitro o pasado por alto el asunto, entonces tendríamos la seguridad de que Cavani es europeo y no el magnífico charrúa que todos conocen.
Pero volvamos al juego, Chile fue más equipo, como se esperaba. Atacó más, tuvo más la bola, disparó más, insistió una y otra vez sobre la puerta de Fernando Muslera… hasta que el portero uruguayo se equivocó, y solo entonces pudieron los chilenos, casi en la última milla, aprovechar la ventaja nominal que tuvieron desde el minuto 63.
Si quieren poner etiquetas de héroes y villanos un solo nombre lo resume todo: Gonzalo Jara. Para los chilenos, el hombre que salvó los cuartos de final e inclinó, con un dedo, literalmente, la cancha a favor de los locales; para los uruguayos, el fútbol y presumiblemente la Conmebol, el más sucio de los que han pisado el césped en esta Copa América.
Ojo, gracias a Gonzalo, Neymar Jr. ha dejado de ser trending topic en las redes sociales.
Véase, las expulsiones de Uruguay no terminaron con Cavani. Jorge Fucile fue enviado a las duchas en el 88’ y tras él siguió el Maestro Óscar Washington Tabárez, ese venerable DT al que pocas veces se ha visto fuera de sí.
Fuera de la telenovela de expulsiones al más puro estilo Zidane-Materazzi, poco se podría salvar del primer duelo de los cuartos de final: un Chile superior y sin contundencia, un Uruguay sin pólvora de goles, disminuido y firme como siempre —por eso enamoran, porque son capaces de dejar los dientes (disculpa Luisito) en la cancha si fuera necesario.
Cierto, el gol de Chile lo marcó Mauricio Isla, corría el minuto 81 y Muslera salió mal al balón. No fue un gran gol. Punto.
Muchos dirán ahora que lo importante era pasar, ganarle a los campeones uruguayos, seguir con vida en una Copa que ha regalado más escándalos que goles… Pero defender tal hipótesis sería como creer que el catenaccio italiano es bello, que Dunga ha hecho una obra de arte con Brasil, que el fútbol es una estructura de ingeniería en lugar de una sinfonía; sería escudarse tras el precepto maquiavélico de que el fin justifica los medios y olvidar, totalmente, que el fútbol —es cierto— se gana con goles, pero si estos son hermosos, mejor.