El Doctor Gerardo de la Llera Domínguez me sorprendieron varias cosas, en especial que con sus 85 años es el colaborador cubano más “viejo” en Venezuela, que hoy —61 años después de graduado— continúe laborando en el mismo hospital de entonces: el Calixto García, y que no necesite andar pregonando que es profesor, pues su talante lo delata. “Y a mucha honra”, me asegura.
“Mire, el hospital universitario de aquella época era este —el escenario de nuestra entrevista— y donde único se podía hacer la residencia. Para cirugía se escogían cinco recién graduados según sus notas académicas. Como estaba entre los mejores expedientes, al terminar un breve internado en Estados Unidos, por primera vez ocupé una plaza en el Calixto. Por cuatro años fui médico interno y en 1959 me fui también a las FAR, pero sin terminar mi residencia”, recuerda.
Su memoria es sencillamente prodigiosa, su vitalidad es digna de encomio, su espíritu sobresale entre sus muchas virtudes. “En las FAR me destacaron a las fuerzas tácticas de Oriente, cuyo jefe era el Comandante Piti Fajardo. Éramos amigos y él quería que yo me mantuviera allí. Pero mi interés era ser cirujano general.
“Después estuve en otros hospitales y en 1967 voy a Camagüey para iniciar la docencia médica, aunque ya desde antes me habían solicitado preparar mis papeles para hacerme profesor. Pasamos muchísimo trabajo, pero hoy en día en esa provincia —como en toda Cuba— hay verdaderos hospitales universitarios”.
Se iniciaba para Gerardo de la Llera Domínguez lo que sería quizás su más encumbrada faena: la docencia. “Nunca más la he dejado”, nos dijo ufano.
Enseñar, su gran pasión
Por algún tiempo fue presidente de la Asociación Cubana de Cirugía, donde lo sustituyó un alumno suyo. Como profesor tiene varias categorías: de Mérito, Titular de Cirugía y Titular Consultante; se ha dedicado fundamentalmente a las vías biliares, y ha investigado mucho el tratamiento contra la peritonitis.
Aunque es imposible enumerar cuántos alumnos ha tenido, absolutamente todas las personas que pasaron por nuestro lado en el momento de la entrevista le llamaron profe. “Realmente me gusta”, afirmó.
De la Llera no puede separar la docencia de su actividad práctica. “Solo hace unos cinco meses que no opero. Claro, en los últimos años con menor intensidad, pues son los muchachos que vienen atrás los que lo hacen”.
Nació en La Habana el 2 de febrero de 1930. Es descendiente de asturiano por parte de padre. Operó su primer caso siendo aún estudiante, en la Clínica Dependiente. Y me pareció descubrirle fibra de filósofo, aunque asegura no haberse dado cuenta de ello.
Llorar junto a los familiares
“El médico tiene que llorar junto a los familiares, enfatiza. No podemos ver al paciente como una pieza, porque es un ser humano, y a algunos uno les coge un afecto especial.
“Ante cualquier situación tiene que estar tranquilo, seguro de su actuación, convencido de que hizo lo correcto. Errores ocurren, y aunque estemos conscientes de haber hecho todo bien, hay que pensar en el posible error.
“Cuando tenemos un paciente complicado, nada se disfruta, todo el pensamiento es para ese caso. ¿Cuántas veces he tenido que dejar una fiesta o la tranquilidad del hogar para irme al hospital? Pero en la medicina tenemos la satisfacción espiritual de lo que hacemos por la humanidad.
“Lo más bello de todo es la recuperación del paciente, poder salvar una vida. Claro, también hay hechos que laceran, que nos llenan de tristeza, pues no todos los pacientes se salvan. Lo peor es cuando eso pasa con algún niño.
“Recuerdo un caso que me marcó mucho. Operé a una persona de algo aparentemente sencillo: apendicitis. Reaccionó mal. La familia me presionaba. Yo estaba seguro de lo que había hecho, pero me pidieron una junta médica, que luego de analizar determinó que yo había hecho lo correcto, que esperara 48 horas y si no se reanimaba, que volviera a operar.
“La llevé nuevamente al salón. Me hizo sufrir mucho hasta un día en que el propio paciente me llevó al baño y me enseñó: había defecado. Se salvó. Por eso es fundamental saber que se hizo todo lo posible. No se puede cometer el error que cueste la vida”.
Entre los más jóvenes Héroes
En abril pasado De la Llera estaba en Barinas, tierra natal de Hugo Chávez, cumpliendo su segunda misión internacionalista. “Me mandaron a buscar para la condecoración de Héroe, aunque no me lo informaron. La misión en Venezuela es por seis meses como profesor itinerante. Debo terminar a fines de este mes de junio, aunque me hablaron de una prórroga. No podré decir que no. En parte estoy dando clases, verificando cómo va la docencia… y si hay que operar, opero”.
Hace solo unos días, el gobernador de ese estado, Adán Chávez, entregó a nuestro entrevistado la Orden Juan Antonio Rodríguez Domínguez de primera clase.
A pesar de sus 85 años, De la Llera está entre los más jóvenes Héroes del Trabajo, pues luce esa condición solo desde el pasado primero de mayo. “Mire, no es falsa modestia, pero estoy convencido de que tenemos muchos héroes que aún no tienen ese título, incluso, que han hecho más que yo. Quizás me ha influido la mecánica de la obtención de galardones. A veces piden unos datos emulativos, los entregan unos y otros no, lo cual no quiere decir que estos son mejores que aquellos. Eso influye. Ser Héroe me obliga, me compromete mucho más.
“Cuando Machado Ventura, compañero mío de estudios, me impuso esa condecoración, le dije que esa era la honra mayor de toda mi vida. Estoy extremadamente orgulloso”.
Preguntas y respuestas
Entre muchos temas, durante la entrevista, de la Llera fue ofreciendo breves pinceladas que más bien iban definiendo su carácter, su impronta más integral:
¿Cómo debe ser un médico? Un médico tiene que ser muy humano, trabajador y estudioso. Muy honrado. Si no tiene esas cualidades, no podrá ser buen médico.
¿Ha sido alguna vez paciente de cirugía? Sí, he sido por dos veces ese paciente. La primera por apendicitis y la otra por laringe. Siempre en manos de cirujanos conocidos. Pero nada de cobardía.
¿Jubilación? Nunca he pensado en eso. Creo que uno siempre puede ser útil, hasta en una entrega de guardia. Además, para qué me voy a jubilar. Ya no me acostumbro a estar sentado.
¿Algún hobby? Siempre hay que tener algo distinto en mente. Siento predilección por la ópera italiana y francesa, y he escrito sobre ese tema el libro Una peña de ópera en La Habana.
No, nunca he cantado, pero también he escrito sobre técnica de canto y análisis sobre ópera. Todo no puede ser medicina, porque el que solo de medicina sabe, ni de medicina sabe.
¿Algo que no le gustaría decir? Lo de la gasolina. Vivo en Alamar y voy y vengo de mi trabajo diariamente en el P 11. Antes todo lo hacía en bicicleta. Sí, yo tengo carro, pero no recibo ni un litro de gasolina.
¿Su familia? La familia es lo más importante. Mi esposa también es médico, pero no ejerce. A ella le debo todo.
¿Como padre? Tengo tres hijos y solo una está dedicada a la salud. Es psicóloga clínica, aunque ya está jubilada, me dice. Ana —la esposa—da su opinión: “Es amantísimo con los muchachos, pero no es el padre empalagoso. Branco, el nieto más pequeño, es quien lo embelesa.
¿Cómo es el doctor en la casa? “Muy matraquilloso —continuó Ana—. Muy ordenado con sus cosas personales. Si alguien le quita algo de donde él lo puso, se pone bravo. Es como el médico de la comunidad. A cualquier hora atiende a un paciente en la casa. ¡Y en la calle era muy enamorado!
“También es muy buen nadador y por suerte tenemos el mar cerca. Le gusta que toda la familia se siente junta a la mesa a comer. ¡Ah!, y al final friega, algo que hace muy bien. Así es el doctor”.