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Trabajos extraclases, ¿para quién?

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Aquella pudo ser una conversación cualquiera entre dos conocidas que aguardaban en una atestada parada de ómnibus, pero a todas luces el tema hincó el sentimiento de los presentes y de súbito casi todos se sumaron al diálogo con no pocos comentarios airados.

El asunto en cuestión era los enrevesados caminos por los que transitan los trabajos extraclases de niñas, niños y adolescentes que cursan diferentes grados.

Las más increíbles experiencias fueron narradas durante la demorada espera por quienes, sin duda, sentían en su propia piel los avatares que se hacen presentes durante la realización de las tareas escolares.

Eran voces de madres, padres, abuelas, abuelos y otros familiares, buena parte de ellas alzadas en tono ríspido por lo que a su juicio resulta “abusivo para los muchachos”, “engañoso, porque los adultos hacemos el trabajo”, “caro a más no poder”.

No es la primera vez que escucho del tema por eso, cercanos como estamos al cierre del curso escolar 2014-2015, y en medio del proceso organizativo del venidero período lectivo, creo oportuno ponerlo sobre el tapete.

Tal vez de una región a otra del país los matices cambien, pero cuando la inquietud en torno a la formación escolar de los menores ronda el sentimiento de más de una familia es preciso poner el oído en atención a favor del bien común.

Estoy convencida de que la intención de los pedagogos que diseñaron este sistema de evaluación fue potenciar en las y los alumnos el desarrollo de habilidades que les serán válidas para toda la vida: independencia en el estudio, capacidad de investigación, búsqueda y contraste de fuentes de información pasiva y activa, creatividad y mucho más.

Proferir una queja en torno a tales aspiraciones sería de tontos; no obstante, dichos propósitos suelen estrellarse contra la realidad, algo que sé de primera mano por más de una razón: el acompañamiento a la formación escolar de mis dos hijos, el diálogo popular sobre el tema y un breve sondeo de opinión entre padres de varias escuelas santiagueras, primarias y secundarias básicas en lo fundamental.

Por suerte, atrás quedaron los tiempos en que había que “lucirse” en la impresión de la totalidad del trabajo para comenzar a acumular puntos a favor del equipo. Tal requerimiento queda relegado ahora solo a los anexos, díganse gráficos y fotos que hay que “rastrear” en los más impensados sitios, incluido Internet, o en su defecto recurrir a una cámara fotográfica para concretar las demandas de ilustración.

No estamos hablando de imágenes cualesquiera, que tal vez pudieran aparecer en revistas y periódicos —escasos, por cierto, y no necesariamente acumulados en las casas cual si fueran hemerotecas privadas—, nos referimos, por ejemplo, a láminas de los atributos y símbolos patrios, de héroes y mártires, de las pirámides de Egipto, de pinturas rupestres, de mapas con la división del mundo antiguo  o con el archipiélago cubano y  la nueva estructura político-administrativa.

Después de recopilar lo exigido, misión que casi siempre recae sobre los hombros de mamá y papá, toca también asumir los gastos de impresión

—entre uno y cinco pesos cada hoja, según sean en blanco y negro, o en colores— a menos que se usen para tales menesteres las impresoras láser de instituciones y empresas estatales, práctica bastante extendida.

La cuestión se complejiza justo por estos días de cierre de curso, cuando se juntan trabajos de varias asignaturas, además de los estudios para los exámenes finales, y la familia opta porque un adulto escriba el texto escolar —muchas veces usando la mano contraria a la habitual para simular la letra del menor— en un afán que no mide consecuencias con tal de garantizar una buena calificación.

A esta madeja se une un nuevo hilo que enreda más el asunto y se torna otro sofocón para el bolsillo de los padres, por lo menos así pasa en algunas escuelas santiagueras: la discusión de los trabajos extraclases se hace acompañar de una “mesa cubana” a la que cada alumno aporta “algo”.

“Mi hijo tuvo Cívica el lunes, el miércoles Inglés y el jueves Geografía, y para cada día fueron 10 pesos de pastelitos”, expresaba quejosa una de las santiagueras de aquella atestada parada en la que el diálogo airado estimuló estas líneas.

¿Casa o escuela? ¿Dónde enderezar este camino curvo por el que transitan hoy los trabajos extraclases? Sin duda, el asunto requiere de evaluación colectiva. Ahora puede ser un buen momento, el inicio de curso también; lo importante será rectificar lo mal hecho y seguir apostando por formar ciudadanos con sólidos conocimientos y recios valores morales, que se esfuercen personalmente para alcanzar las metas, pero que esta estén a la altura de sus posibilidades.

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