Los medios de prensa se han hecho eco de la visita de Rihanna, del gran revuelo que armó la semana pasada en La Habana. Es natural. No todos los días uno ve una estrella internacional.
Ha quedado demostrado (si por alguna casualidad quedaban dudas) que Cuba está perfectamente integrada al concierto universal de la cultura pop.
Rihanna y todas sus celebérrimas colegas, tienen tantos seguidores aquí como en cualquier otro país del continente.
Ojalá que todos los que la aplaudieron en sus apariciones en calles habaneras tuvieran claro que la cantante barbadense es sencillamente una cantante que ha devenido un funcional producto cultural.
O sea, la fama no es el único indicio del talento. Y esto no significa que a Rihanna le falten merecimientos.
Pero llama la atención el relativo desconocimiento del gran público de la presencia de otra importantísima artista estadounidense: Annie Leibovitz, que vino a hacerle fotografías a la cantante para la revista Vanity Fair.
Ahí está la muestra clarísima de la importancia de los medios de difusión: a Rihanna la conoce todo el mundo; Annie Leibovitz, con tantas o más credenciales que Rihanna, pudiera pasar inadvertida.
No hay que sacar conclusiones tremebundas de esta visita: ha sido, en todo caso, una gran nota de color.
Rihanna no es la primera ni será la última de las grandes estrellas estadounidenses en venir a Cuba. Este país sigue siendo un destino exótico y singular para buena parte del público norteamericano.
Para las revistas más glamorosas del mundo, La Habana sigue siendo una hermosa ciudad en ruinas, llena de gente apasionada y autos de los años cincuenta.