El nombre de Enrique Martínez, Quique, casi nunca aparece en los créditos de las macroexposiciones de las últimas bienales de La Habana. Sin embargo, la imaginación, dedicación y el amor que este carismático valenciano profesa hacia el arte y la cultura cubanos están presentes en los principales proyectos de esta 12ª convocatoria, mediante el profesional ejercicio de la Empresa Ingeniería del Arte, que él dirige desde hace varios años.
Para la mayoría de los organizadores y artistas participantes en este trascendental encuentro del arte contemporáneo, sin la intervención de este simpático hombre, reconocido con la Distinción por la Cultura Nacional, sería imposible el incuestionable éxito de una celebración que cada vez alcanza mayor atención entre los habaneros de todos los municipios y comunidades que conforman la gran urbe, por la cual Quique se mueve, a veces bañado con torrentes de sudor producidos por el cálido ambiente del Caribe, para que esta fiesta reluzca y sostenga el prestigio internacional ya consolidado, al que, valga apuntarlo, en alguna medida ha contribuido la entrega incondicional de quien llegó a estas tierras en el año 1991, gracias a sus vínculos con el Ballet Nacional de Cuba.
“Me enamoré de este país, de sus gentes. Esa estrecha y mística relación se la debo, en gran parte, a la influencia que ejerció en mí Consuelo Císcar Casabán, prestigiosa figura del arte y la cultura españolas, expresidenta del Instituto Valenciano de Arte Moderno y actualmente su directora de honor”, dijo el sencillo ingeniero del espacio y de la forma, cuyas soluciones arquitectónicas, escenográficas y curatoriales sorprenden por sus imaginerías.
En la presente edición de la Bienal, Quique ha participado con su equipo, entre otros muchos, en el montaje de Zona Franca, su mayor acción, junto a su inseparable amiga Isabel Pérez Pérez, encargada del equipo curatorial de ese extraordinario proyecto —el más grande realizado aquí— ubicado en el Parque Histórico- Militar Morro Cabaña, en el que exponen unos 200 creadores; también en Entre, dentro, fuera, en el Pabellón Cuba, con artistas cubanos y norteamericanos; la Biblioteca Nacional José Martí, con piezas de autores de Estados Unidos, Irlanda y Cuba; en varias de las esculturas e instalaciones de Detrás del Muro, sorprendente proyecto ubicado en un segmento del Malecón; la comunidad de Casa Blanca, con emplazamientos de obras de nacionales y extranjeros; y en la sede del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, encargada de la dirección del evento.
Asimismo, en la sala polivalente de la Avenida del Puerto; la Galería 11 de la Fundación Antonio Núñez Jiménez; la casa del abuelo Nueva Vida, en La Habana Vieja; la exposición colectiva Dialéctica y controversia, en el Palacio de los Torcedores, de Centro Habana, y en muchas otras instalaciones está la huella de Quique y su equipo.
La calidad de su trabajo ha sido reconocida no solo en Cuba sino en muchos otros lugares del mundo donde ha sido reclamada su labor. “Nuestra premisa es que las cosas las hacemos bien o no las hacemos, pues la excelencia es la que sostiene el prestigio. Nuestro desempeño no concluye con el inicio de la Bienal. Cada día repasamos lo que hemos hecho por si ha habido algún accidente o situación adversa que precise de la acción de mi grupo”, apuntó.
Explicó que generalmente estudia las obras que asume. “Me hago una idea de lo que deseo, o de qué va mejor en cada caso. En algunas ocasiones solicito el apoyo de mi amigo diseñador y escenógrafo, Ricardo Sánchez, de Valencia, con quien sostengo vínculos muy estrechos en mi labor profesional”, subrayó.
“Esta es, para mí, una Bienal romántica. Ninguna otra sostiene esa relación tan nostálgica y viva con las gentes, con los barrios. Esto solo puede verse en La Habana”, enfatizó Quique.