La noticia de que un equipo de la sucursal de los Orioles de Baltimore jugará en Cuba este año le dio la vuelta al mundo deportivo —específicamente del béisbol— tan pronto como el presidente del INDER, Antonio Becalli, lo anunció en un encuentro con periodistas especializados en La Habana.
Así se confirmó lo que hasta ese 26 de mayo eran rumores en redes sociales, aunque varias agencias de prensa internacionales habían citado a altos dirigentes de la Major League Baseball (MLB), en particular al comisionado Rob Manfred, con declaraciones sobre la posibilidad de jugar algún partido de exhibición en nuestro país, a partir del proceso del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba.
Y otra vez vuelven a hacer la vanguardia los Orioles de Baltimore, el equipo que en 1999 recibió una licencia especial del gobierno de Clinton para efectuar par de partidos contra una selección nacional, primero en el estadio Latinoamericano (ganaron los norteños 3-2 en 10 entradas) y luego en su propia sede del Camden Yards de Baltimore, donde dominaron los visitantes 12-6.
El propio titular deportivo cubano señaló que otros equipos han establecido contacto con la Federación de Béisbol y otras autoridades, por lo que no descartó que en el futuro inmediato (2016 en lo adelante) otros conjuntos o sucursales elijan venir a topar con selecciones tricolores, ya sea en los conocidos entrenamientos de primavera o en otras fechas negociables.
Sin embargo, ante esta postura de acercamiento y la posibilidad real de ver béisbol de gran nivel en nuestros predios, se le contrapone un proceso de desangramiento de algunos de nuestros mejores jugadores, que en número superior a 60 durante los últimos meses han emigrado por vías oficiales e ilegales hacia otras naciones del Caribe o Centroamérica en busca de ser contratado por alguna organización de la MLB.
Alentados por un proceso de contratación diferente al que tienen que pasar dominicanos, boricuas, venezolanos, mexicanos, nicaragüenses, etcétera, el método asemeja una llave abierta, latente y burda, que solo pueden cerrar los propios directivos de ese gran negocio. Y no hace falta esperar incluso por las posibles embajadas en cada país ni el cese del bloqueo económico, solo se requiere voluntad, respeto y orden.
Cuba ha demostrado que puede negociar con las ligas profesionales de Japón y la Liga independiente de Quebec, en tanto muy pronto se abrirá un proceso con la Liga Colombiana. La apertura a la contratación de nuestros peloteros en torneos foráneos y profesionales preserva el talento formado por nuestros entrenadores sin necesidad de que tengan que cruzar mares con traficantes de personas, exponiendo sus vidas y hasta la de los familiares que llevan consigo.
Sin embargo, en el tema Cuba-MLB “la pelea es de león a mono”, pues los millones que prometen y pagan a algunos (pronto habrá que sacar también las estadísticas de cuántos ni siquiera han llegado a jugar y limpian hoy pisos en aeropuertos o manejan rastras) no los puede pagar jamás el pueblo cubano porque no los tiene y porque su proyecto social apunta a un deporte como derecho, no como mercancía, en tantos sus talentos son decenas, cientos, y no solo en béisbol, sino en más de 20 deportes.
Las medidas aprobadas por el gobierno cubano para la contratación desde septiembre del 2013 establecen con claridad que nadie se opone a que algún deportista pueda tener contratos millonarios en el exterior pues de hecho Alfredo Despaigne hoy y Frederich Cepeda el pasado año lo tuvieron en tierra niponas. Nuestro reclamo está en el orden legal, en lo moral, en el robo descarnado para desacreditar luego a un sistema deportivo que ha demostrado ser, contra viento y marea, uno de los más exitosos en América a partir del esfuerzo, la inteligencia y el sacrificio de sus protagonistas: entrenadores y deportistas.
Los Orioles vendrán a La Habana este año y ojalá que con su juego y con el vistoso espectáculo que darán con nuestra selección lleguen también las bases para una relación de respeto que no aliente más la salida desesperada de algunos jugadores por millones de billetes verdes. Sería, sin duda, un verdadero jonrón.