Onayda Martén Charón tiene mil historias que contar, algunas sobrecogedoras, como esas que lleva dentro a fuerza tantos años de labor en el cementerio Santa Ifigenia de la ciudad santiaguera; otras bien distantes de la muerte, más bien apegadas a la vida, pero con igual o peor desgarramiento interior.
La lucha por una supervivencia digna, el empeño por salir adelante, por tener una vivienda mejor, marcó por más de tres décadas a la familia de Onayda y a la de miles de santiagueros residentes en el perímetro de San Pedrito, una barriada no tan distante del centro de la ciudad, ni tan “mala” como muchos la veían desde afuera, y sí estigmatizada como “de lo peor”, a fuerza de ser un espacio urbano poco favorecido en casi todos los órdenes, en lo fundamental en cuanto a la precariedad de buena parte de las viviendas de allí.
De ese tiempo y de los por qué de todo aquello Onayda tiene vivencias cercanas.
“Del área de La Cañada de San Pedrito nadie me puede hacer cuento, comenta con su peculiar cadencia al hablar, desde 1976 anduve por ese rumbo, ahí crecieron mis tres hijos y nacieron igual número de nietos, y vi multiplicarse las casas, hechas de lo que apareciera. Cada cual llegaba y plantaba sin medir las consecuencias.
“Incluso se construyó en el canal mismo que allí había —que por eso todos le decían La Cañada— y cuando llovía, aunque fueran dos gotas, se inundaba todo y aquello era tremendo, solo quien lo sufrió en carne propia entiende la agonía de esos interminables años de vivir en tales condiciones”.
Por unos minutos Oneyda calla, baja el rostro, se estruja las manos, respira hondo y remota el diálogo con una voz un poco más apagada.
“La cañada no drenaba bien la lluvia y las aguas negras, el fango, el lodo, subían y comenzaban a colarse por debajo de las puertas, y una a levantar muebles, y los muchachos llorando, y la desesperación, y la humedad comiéndonos, y muchas cosas echándose a perder y ninguna solución a la vista, y las lágrimas que había que bebérselas…
“No fueron ni una, ni dos, ni siquiera diez, fueron cientos las veces que una y otra vez pasábamos por aquel panorama hasta que en 2012 se hizo la luz, no como la gente dice al final del túnel, sino que fue todo un resplandor.
“Tengo casa nueva y mi existencia y la de mis hijos es nueva también, eso no tiene precio. Es un biplantas y yo ocupo el primer piso. Son tres cuartos, un buen baño sanitario, sala, comedor, cocina con todas las comodidades, es espaciosa, fresca, muy confortable y resistente, tanto que soportó sin chistar el paso de Sandy.
“Pero como si tanta felicidad fuera poca un día vinieron e instalaron teléfono, a mí y a un montón de vecinos míos, también beneficiados con el programa de reanimación de San Pedrito, que incluye una intervención comunitaria general donde la cultura lleva la voz cantante. Ahí igualmente me cabe el orgullo de decir que mi hija mayor es promotora y líder de un proyecto infantil.
“Hay tanto y a tantos a quien agradecerles por esto de ahora, pero yo concentro ese sentimiento en nuestro secretario del Partido, el compañero Lázaro Expósito, un hombre sensible a los problemas de su pueblo, mucho más con San Pedrito, quien ha puesto rodilla en tierra para que agilidad y calidad anden juntas en la terminación de las viviendas”.
A la par de la de Onayda, otras 764 familias santiagueras que antes residían en deplorables condiciones han transformado sus existencias gracias a este proyecto de construcción, previsto hasta el 2017, con la materialización de mil 917 casas convertidas en algo más que un techo digno para trocarse en el alegrón de muchas vidas, y la esperanza de otras tantas que esperan.