Durante más de medio siglo los cubanos hemos hecho realidad una idea de Martí plasmada en su ensayo Nuestra América: aprendimos a vivir, no como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados sino con la determinación de que se nos estimara por nuestros méritos y nos respetaran por nuestros sacrificios.
Por eso, cuando se anunció el inicio del proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, reaccionamos con alegría, porque significó la victoria de la resistencia y de la dignidad frente a las intenciones del imperio de someternos.
Pero en medio de la satisfacción por el triunfo conquistado hubo quienes interpretaron este acontecimiento de otra manera. Son aquellos que se exhiben orgullosamente por las calles con prendas de vestir que reproducen la bandera de las barras y las estrellas, no por simpatía al pueblo de ese país, sino por añoranza de su sociedad de consumo; los que consideran que ahora sí vamos a tener esto o lo otro, cuando lo que ha impedido distribuir todo lo necesario ha sido el bloqueo impuesto por el Gobierno de esa nación, que por cierto se mantiene intacto; u otros como aquel buscavida, tal vez apegado al referente de otras épocas, que ya se frotaba las manos ante la perspectiva del arribo de turistas estadounidenses, porque según él, esos sí tienen dinero.
El hombre ni se había enterado de que hacía poco habían arribado a Cuba en un crucero más de 600 personas de ese país, profesores y alumnos del programa académico Semestre en el Mar, ni escuchó a la estudiante universitaria de Kansas City, que como muchos otros de su grupo, declaró venir con el corazón y el pensamiento abiertos a compartir con nosotros.
No por gusto el vecino del norte ha invertido cuantiosos recursos para bombardearnos durante más de medio siglo con los cantos de sirena de una propaganda que se ha empeñado en mostrarlo como la vitrina de la opulencia y la tierra de las oportunidades.
Martí, que supo valorar como ningún otro latinoamericano de su tiempo, la sociedad estadounidense, contrastó esas actitudes con hechos que mantienen plena vigencia: “Es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión o una superchería”.
Precisamente el interés porque se conociera su naturaleza real llevó al Maestro a escribir una serie de artículos bajo el título de La Verdad sobre Estados Unidos : “Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes”, subrayó.
Ya desde mucho antes, en su texto Vindicación de Cuba, plasmó el reconocimiento a lo positivo y el rechazo a lo negativo de esa nación cuando afirmó: “Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting”, un aventurero que aspiraba a que su país anexara nuevos territorios de México. Parecen escritas para hoy las reflexiones del Apóstol sobre el porqué de ese “excesivo amor al Norte”, que en algunos es, “la expresión, explicable e imprudente, de un deseo de progreso tan vivaz y fogoso, que no ve que las ideas, como los árboles, han de venir de larga raíz, y de ser de suelo afín, para que prendan y prosperen, y que al recién nacido no se le da la sazón de la madurez porque se le cuelguen al rostro blando los bigotes y patillas de la edad mayor. Monstruos se crean así, y no pueblos: hay que vivir de sí y sudar la calentura”.
La inmensa mayoría de los cubanos hemos vivido así, que es igual a decir andando nuestro propio camino, sudando la calentura durante décadas, buscando alternativas para sobrevivir ante una implacable guerra económica que ha lastrado nuestro desarrollo, y a la vez trabajando porque nuestro socialismo sea próspero y sostenible.
No hay dudas de que a este propósito contribuiría la existencia de relaciones normales entre Cuba y Estados Unidos, basadas en la igualdad y el respeto mutuo, como las que tiene nuestro país con innumerables naciones del planeta; sin embargo, no podemos olvidar que estamos ante una potencia hegemónica que tratará por todas las vías de imponer su proyecto de supremacía cultural.
Hoy más que nunca es válida aquella advertencia del Maestro sobre los hombres y pueblos que van por el mundo hundiendo el dedo en la carne ajena a ver si es blanda o si resiste: “Hay que poner la carne dura, de modo que eche afuera los dedos atrevidos”.