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José Martí, héroe de sol y miel

Obra No se conquista la vida sino con la muerte; acrílico sobre tela; 2,20 x 1,50 cm; 2010; Kamyl Bullaudy. | foto: Roberto Carlos Medina
Obra No se conquista la vida sino con la muerte; acrílico sobre tela; 2,20 x 1,50 cm; 2010; Kamyl Bullaudy. | foto: Roberto Carlos Medina

“La caballería venía enardecida. Aún resonaban las palabras que Martí, el ‘Presidente’, les había dirigido en el campamento de La Vuelta Grande. ‘Por Cuba, todo’, repetían. Ni el Contramaestre crecido pudo evitar el lance. Máximo Gómez y unos 150 hombres, los más bravos de la tropa, se lanzaron a machetazo limpio sobre la vanguardia del convoy enemigo que había acampado en Dos Ríos. Nadie les advirtió que en realidad se trataba de 800 soldados comandados por el experimentado coronel José Ximénez de Sandoval. Tampoco sabían que ese día nacería una estrella en este sagrado lugar de la patria”.

Esta historia, contada con ardor por un vecino del lugar parece más ficción que realidad: “Acá había un bosque, allí una cerca de cuatro pelos de alambre de púas y la talanquera de la finca. Más allá, a unos 80 metros, la casa de José Rafael Pacheco Cintra, quien había hospedado a Martí en los días que estuvo por la zona. Su esposa, la linda andaluza Emilia Sánchez Collé, lo trató con cariño y le curó las picadas infectadas con un emplasto de grasa de puerco y hojas de tomate, remedio que aún se usa en la zona”.

Cada detalle narrado por Antonio Espinosa Martínez, historiador sin título ni salario, cobra vida en la mística atmósfera de Dos Ríos: “El primer choque de los mambises fue con los centinelas. Se estableció una lucha cuerpo a cuerpo que les causó dos bajas. Capturaron a cinco españoles y el resto salió corriendo cuando vio lo que les venía encima. Una cerrada descarga de fusilería de la 2ª Compañía paró en seco a los cubanos. Retrocedieron sin orden y fue entonces cuando Máximo Gómez se percató de que Martí estaba en el combate. Lo llamó a su lado y le pidió que, junto al general Bartolomé Masó, se trasladara hacia la casa de Pacheco. Muchos dicen que Martí desobedeció, pero no fue así, solo que luego sobrevino el enigma”.

Antonio Espinosa Martínez es un estudioso de la figura martiana y atiende solícito a cualquier visitante que llega hasta Dos Ríos en busca de respuestas. | foto: René Pérez Massola

A estas alturas de la conversación, el hombre parece un juglar que fabula con uno de los episodios más tristes e inexplicables de la Guerra Necesaria. Solo una revisión bibliográfica posterior confirmó la certeza de todo lo expresado.

El interés de Espinosa por los sucesos ocurridos en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895 se remonta a la adolescencia, cuando con 12 años fue uno de los tres pioneros designados para el acto, solemne y cotidiano, de izar y abatir la bandera en el Parque Monumento José Martí.

“Nadie nunca ha podido desentrañar el misterio de por qué el Apóstol regresó al combate. Al jiguanicero de 20 años, Ángel de la Guardia, le dijo: ‘Joven, vamos a la carga’ y los dos cabalgaron por un claro del bosque. Me he leído todas las versiones de ese día, las de los cubanos y también las de los españoles, varias aseguran haber visto a un hombre con levita oscura sobre un caballo blanco. En la mano, un revólver Smith. Era un blanco fácil y por eso le hicieron una descarga cerrada. El cuerpo fue impactado tres veces, un disparo en la garganta que le partió el labio superior derecho; otro en el tórax, mortal también; y un tercero que le destruyó el miembro inferior derecho. El caballo Baconao, un regalo de José Maceo, recibió un disparo que le entró por la panza y le salió por el anca. Era un animal impetuoso que se recuperó de esa herida y luego murió de viejo en una finca en Bayamo. Nunca más fue montado”.

Espinosa calla por unos segundos. El ruido del monte se impone mientras algún que otro intranquilo colibrí nos lleva la vista por los empedrados caminos que rodean el sencillo obelisco que se eleva al cielo y marca el sitio exacto de la caída.

“Luego del combate, Pacheco colocó aquí una cruz y en 1896 Máximo Gómez regresó con su tropa y erigió un modesto túmulo con piedras traídas del Contramaestre: ‘(…) Todo cubano que ama a su patria y sepa respetar la memoria de Martí, debe dejar siempre que por aquí pase una piedra en este monumento’, escribió el Generalísimo en su diario de campaña el 2 de julio de ese año”.

En mayo de 1910, según información publicada entonces por el periódico El Cubano Libre, José Estrada, concejal del ayuntamiento del municipio de Palma Soriano, inició una campaña nacional para recolectar fondos con el propósito de construir un monumento en Dos Ríos, cuyo diseño se definiría en un concurso que finalmente fue ganado por el escultor italiano Umberto Dibianco.

Cultivo una rosa blanca/ en junio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca. | foto: René Pérez Massola

En realidad se trataba de un conjunto funerario cuyo costo superaba los 5 mil pesos. Cada una de las 45 piezas que lo integraba fue esculpida en mármol de Carrara, pero estas nunca llegaron al lugar para el que fueron proyectadas, pues los intransitables caminos de entonces no lo permitieron. Es por eso que en 1912 se decidió ensamblarlo en la antigua Plaza de Armas de Palma Soriano, justo donde el 25 de mayo de 1895 había sido expuesto el cadáver de Martí en su recorrido hacia su enterramiento definitivo en Santiago de Cuba.

Pero José Estrada no se dio por vencido, y en 1915 inauguró en Dos Ríos un obelisco mucho más sencillo que el original. Medía unos 16 metros cuadrados en la base y 15 de altura. En sus cimientos fueron colocadas, simbólicamente, las piedras llevadas por Gómez y por todos los peregrinos que siguieron la tradición.

El lugar sufrió años de abandono durante la República mediatizada, hecho constatado por varios visitantes, entre ellos Camilo Cienfuegos, quien el 13 de junio de 1957 estuvo allí y le narró a Fidel Castro que el lugar se había convertido en un potrero.

En 1974 se realizó una restauración capital que le añadió cuatro grandes jardineras donde se cultivan rosas blancas. Agregaron igual número de accesos hasta el obelisco, todos asentados con las piedras del río que perpetúan aquel primer homenaje rendido por Gómez.

“La idea de usar la planta decorativa llamada lluvia de fuego fue del Comandante de la Revolución Juan Almeida, recuerda Espinosa. Tal como pronosticó, el lugar se llena de mariposas y zunzunes dos veces al año. También orientó reforzar el talud de la barranca del Contramaestre, apenas a 20 metros del monolito, pues la erosión lo había inclinado unos dos metros. Con esa obra ingenieril quedó resuelto el problema”.

La carga mística y simbólica de Dos Ríos es sobrecogedora: “Aquí están todos los árboles mencionados por Martí en su diario, el bosque que lo cobijó en aquellos días, el jugabán, el caimitillo, el guayacán, el júcaro, la ceiba, la palma, el jiquí… A la entrada del parque monumento hay cinco muros que representan las etapas de la historia patria: tres guerras por la independencia, república neocolonial y Revolución en el poder. En el primer muro hay una mascarilla de bronce hecha por Rita Longa, quien perpetuó la imagen de Martí acompañada por la frase testamentaria: ‘Cuando me toque caer, todas las penas de la vida me parecerán sol y miel (…)’.

“A todo el que llega hasta el Obelisco le digo que aquí está la historia viva. Venir hasta este sagrado lugar nos permite descubrir el Martí que cada cubano lleva dentro, sobre todo los cubanos dignos. El Apóstol —como Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte y hasta Fidel Castro—, pudo vivir cómodamente, pero lo entregó todo por tener lo que hoy tenemos”.

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