Por Rubén del Valle Lantarón*
Durante la organización de la 10ª Bienal de La Habana, el equipo de curadores se planteó, como estrategia de proyección, abandonar los recintos del parque Histórico Militar Morro- Cabaña, que durante las últimas seis ediciones había acogido el evento. En ese momento tal variable se hizo impracticable, pues la ciudad no contaba con espacios disponibles que permitieran presentar una megaexposición, formato que había caracterizado la Bienal a lo largo de su historia.
Ya para la 11ª edición, y al disponer de la monumental sala Alejo Carpentier del Gran Teatro de La Habana, los investigadores del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam asumieron el reto de modular este nuevo espacio y presentar allí la muestra central del 2012. Poco antes de la inauguración, el director de la Bienal, Jorge Fernández, hizo pública esta decisión. No habían pasado 24 horas antes de que recibiera la llamada de Henry Pérez, director del Parque Morro–Cabaña, quien me dijo que se sentía traicionado porque el evento se había retirado de su espacio histórico. Me sentí obligado a visitarlo. Entonces me presentó la mejor oferta de precios y facilidades y me vi en la encrucijada de ver desperdiciada esa excelente oportunidad para las muestras colaterales de arte cubano.
Mis colegas del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP) aceptaron el reto de organizar en tiempo récord una gran exposición para el arte insular. Fue un ejercicio complejo. No contábamos con suficientes curadores ni con recursos para un gran despliegue museográfico. Funcionó más bien la idea de facilitar una zona de confluencias a partir de las relaciones de nuestra entidad con todos los artistas del país. Muchos presentaron proyectos, otros fueron invitados, y se fue estructurando una lógica de reunión donde las estéticas, los temas y las generaciones, se sucedían espontáneamente.
Resultó una gran fiesta para la plástica nacional y aunque no fue un programa curado ni proyectado desde la gestión investigativa, reunimos al otro lado de la bahía a numerosos creadores que, por primera vez, contaron con un espacio protagónico en el contexto de una bienal. Para unos fue un acierto, para otros un desastre curatorial. Lo cierto es que los asistentes a la 11ª Bienal disfrutaron de un grupo significativo de obras de artistas cubanos contemporáneos.
En esta 12ª edición, con más tiempo y recursos, decidimos comisionar el proyecto a un grupo de especialistas de las principales instituciones del CNAP bajo la premisa de la diversidad y con el fin de que se superaran las curadurías temáticas, las discriminaciones estéticas o generacionales, para integrar en un gran corpus estético todo lo valedero que en el campo de la visualidad se hubiera generado por los artistas cubanos en las más diversas acepciones. Como parte de la política cultural de la Revolución, encontrábamos así un espacio donde indagación, diversidad, conjunción de estéticas, lenguajes y técnicas se convirtieron en piedras angulares. Surgió así el macroproyecto que lleva por nombre Zona Franca.
En este empeño, destaca en primer lugar el equipo de curadoras, que sin soslayar sus compromisos en cada institución, han consagrado sus energías para construir una lógica común de pensamiento. Se han sumado los esfuerzos de ArteCubano ediciones en la realización del catálogo y de Ingeniería del Arte en el diseño y la producción de la gráfica general. Esta conjunción curatorial y promocional contribuye a una lectura más dinámica, atractiva e integradora.
La producción de algunas obras, la impresión del catálogo general y de la gráfica fueron financiados por el Fondo Cubano de Bienes Culturales, iniciativa inédita por sus proporciones y resonancias, consolidándose un camino de relaciones entre el sistema empresarial de la cultura y el cumplimiento de la política cultural.
Ha sido gratificante constatar el entusiasmo con que los artistas han asumido este empeño. Compartimos, durante varios meses, un ambiente de complicidad entre creadores, curadores, especialistas, investigadores y críticos. A pesar de la hostilidad con que algunos medios internacionales hoy apuntan a la Bienal y a los artistas cubanos, en La Habana se percibe un clima de total compromiso con la creación y la cultura nacionales, patrimonio de una nación que persiste en construir un futuro donde todavía son posibles las utopías.
*Presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas y de la 12ª Bienal de La Habana