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Cementerio de libros en la Universidad del Pinar del Río

Almacén libros de la Universidad de Pinar del Río. Foto. Eduardo González
Almacén libros de la Universidad de Pinar del Río. Foto: Eduardo González

 

Comienza el período de lluvia  y este lugar podría volverse  un infierno o un cementerio.  En los meses de mayo, junio  o julio, ya no habrá quien  proteja los libros, que, humedeciéndose,  comenzarán a  podrirse fuera del almacén  sin ventanas y con puertas de  madera medio caídas. Dentro,  quizá vivan igual suerte.  Una muerte horrible, como  suelen ser las agonías en la  literatura.

Ahora, bajo el sol mañanero  del tórrido clima cubano,  por cualquier parte hay  hojas de papel sueltas sobre  la yerba. También carátulas  de cotizados textos para estudios  universitarios. Libros  en la acera y a la intemperie  o acumulados, unos sobre los  otros, como las bajas en un  campo de batalla en una fosa  común. Incluso, de los árboles  de flamboyán, cuelgan como  frutos.

El escenario real maravilloso  ante nuestros ojos corresponde  a algunos locales  habilitados por la Facultad  de Ciencias Sociales y Humanísticas  de la Universidad de  Pinar del Río Hermanos Saíz  Montes de Oca, para guardar  los libros de sus carreras. Estos  se ubican dentro de la antigua  y popular área de festejos  del Villamil, en la ciudad  occidental, en la cual coinciden,  además, instalaciones  de Cupet y del Registro de la  Propiedad.

El rostro serio, los gestos  leves y las palabras de Rangel  Rivera Torres, almacenero  de la casa de altos estudios,  explican que las penurias  comenzaron hace unos meses.  Retirar los custodios de  allí hacia otro destino, por  necesidades de la entidad,  facilitó las libertades a quienes  ahora se divierten con el  desorden.

Este lugar entristece, llena  de impotencia, como suelen  hacer los cementerios.  Quizás algún día venga a depositar  flores sobre las tumbas  que pueda identificar,  entre tantas que yacen bajo  el amontonamiento. No tienen  inscripción que indique  el precio, pero seguramente  valdrán mucho, sobre todo,  porque algunos de ellos escasean  para los estudiantes.

Los nombres, por sí solos,  indican su importancia,  pues en su mayoría son muy  reputados. Por aquí, yacen  los restos de La Investigación  de la Comunicación de  Masas, de Mauro Wolf, casi  una biblia para la carrera  de Comunicación Social en  Cuba. Por allá, la Historia  de la Filosofía, de Nicolás  Abbagnano, del cual, en mis  años de estudios superiores,  le tocaba un ejemplar a cada  dos compañeros. En otro  rincón apareció el Panorama  Histórico de la Literatura  Cubana, de Max Henríquez  Ureña. Muchos dañados o semidestruidos.

Si llegara a tropezar dentro  de los locales, caminando  sobre la montaña de papel e  ideas, usted podría caer de  bruces sobre un colchón de  libros. Quizás, sobre Economía  Política de la Construcción  del Socialismo, Metodología  de la Investigación  Cualitativa de Gregorio Rodríguez  o Metodología de la  Investigación, de Roberto  Hernández Sampieri.

Foto: Eduardo González

En la nave principal hay  más orden, puertas y ventanas,  pero ya se robaron el  candado. A través de las celosías,  manos inopinadas empujan  las pilas de libros hacia  el piso. Los otros locales, lo  de la triste imagen onírica del  comienzo, son presa indefensa,  sin ventanas o cerradura.

Es fácil tomar lo que se  quiera aquí, caminar sobre los  libros o jugar a lanzarse sobre  ellos. Nada, aunque sea simbólicamente,  impide entrar a  los almacenes improvisados.

Es costumbre, dice Rangel,  que haya que empujar,  nuevamente, cientos de textos  al interior tras cada amanecer.  La escena se remedará  todos los días.

Quizás, nunca se debió  llegar a esta situación. No  habría que esperar a que, repetidamente,  tantos títulos  —conté más de 20 en solo  poco tiempo— sean mutilados,  las puertas destruidas,  los candados robados. No  cuando, dicen los apocalípticos,  el libro impreso está  amenazado de muerte. No si  el sistema educacional cubano  gasta tantos recursos para  imprimir la bibliografía de  sus estudiantes. No para que  las páginas de Crimen y Castigo,  el clásico de Fiódor Mijáilovich  Dostoievsky, sean  restos en tierra de nadie.

Comienza el período de  lluvia y este lugar podría volverse  un infierno, un osario  de páginas muertas, si alguien  no hace algo.

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