Los coreógrafos y maestros fundadores de nuestra danza folclórica escénica fueron primero a los focos, los ámbitos más o menos domésticos donde se había consolidado la tradición. Las esencias, está claro, estaban en el pueblo. Y en el pueblo siguen estando. Pero ahora el diálogo con la creación artística es mucho más diverso. El foco, la tradición popular, se nutre también del legado de la danza escénica. O sea, la danza folclórica que se hace sobre los escenarios influye también en las prácticas populares, en la ceremonia que se organiza en una casa con fines religiosos, en la fiesta o descarga particular. Es un fenómeno perfectamente legítimo y natural.
Hace unas cuantas décadas, el maestro Ramiro Guerra y sus colaboradores de Danza Nacional visitaron las ceremonias y fiestas de las casas templos para nutrirse de una manera de bailar, de manifestar un legado de siglos. El resultado fue una obra monumental, Suite Yoruba, testimoniada en el documental Historia de un Ballet. Ramiro, los maestros y bailarines, estilizaron ese legado, le aplicaron técnicas y concepciones coreográficas, lo convirtieron en un hecho artístico. Las investigaciones de nombres imprescindibles del Conjunto Folclórico Nacional, entre los que destaca Rogelio Martínez Furé, contribuyeron a otorgarle sustancia y presencia singular a la dimensión escénica del acto folclórico.
Pero hay que decirlo con toda claridad: la danza folclórica escénica cubana de ahora mismo necesita cierta renovación, un impulso creativo que sacuda moldes circunstanciales, que van en camino del anquilosamiento. Hace falta, también, un movimiento coreográfico más enérgico e innovador, que no se conforme con la simple repetición de fórmulas, con el testimonio estilizado de ciertas dinámicas, que haga propuestas contundentes. La danza es una manifestación en permanente movimiento, jamás un objeto de museo. La tradición preserva las esencias, pero la técnica, las nociones coreográficas, el universo ideológico y temático nunca son estáticos.
El Conjunto Folclórico Nacional tiene el reto de encabezar esa renovación, que debe ser asumida con una vocación dialéctica y con toda la sensibilidad del mundo. Hay que regresar al foco, hay que investigar las expresiones populares. Es necesario articular el discurso de manera que no se pierdan elementos angulares de la tradición. Pero también es preciso nutrirse mucho más de la riqueza de la cultura nacional, en todas sus dimensiones.
Es una responsabilidad que va más allá de nuestra principal agrupación, pues en todo el país varias compañías cultivan esta manifestación. Ese sería el mejor homenaje a los maestros fundacionales de un arte vivo, que nos ha identificado siempre con nuestras raíces.