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Como  mecenas de la luz

Eddy Utria Ramírez, mecánico, muestra uno de los silenciadores recuperados por los innovadores. Fotos: Del autor
Eddy Utria Ramírez, mecánico, muestra uno de los silenciadores recuperados por los innovadores. Fotos: Del autor

En medio de la manigua costera, donde el jején puso el huevo e hirientes picazos aliñados con el aullido de perros jíbaros y  el zumbido de mosquitos, un grupo de jóvenes audaces hicieron trinchera  y convirtieron la cotidianidad en reto perenne a su voluntad, conscientes del importante rol que asumían.

Y, a pesar del aislamiento, la corriente eléctrica fluyó cada día, durante más de 16 años, desde un agreste paraje hasta el hotel Brisas Covarrubias,  primigenia instalación del turismo internacional en Las Tunas.

Julio Pérez, a la postre jefe de la brigada, recuerda, que el 5 de noviembre de 1998 comenzaron a prestar servicios a la infraestructura que  se estaba creando y el 18 de diciembre del mismo año, cuando abrió las puertas el hotel, iniciaron la generación a toda capacidad.

Julio desempeñó el cargo hasta el 2006 y de aquellos tiempos rememora: “Fueron jornadas muy duras, a los trabajadores se les dispensaban atenciones, pero con muchas carencias. Entonces contábamos solo con dos grupos, lo que implicaba cuidados extremos y trabajar con estrategia de ´apagafuegos´, pero nunca   faltó la electricidad al hotel.”

En plena faena de desmantelamiento.

Con los protagonistas

“Sin reparar en esos imponderables y en otros matizados por tempestades naturales con  descargas eléctricas incluidas, cada una hora, como mínimo, los operadores revisaban y  registraban los parámetros de los equipos para evaluar las condiciones operativas y garantizar el servicio”, afirma el ingeniero Roberto Cabrera, actual jefe del grupo.

“En esos 16 años no hubo que lamentar accidentes del trabajo, ni indisciplinas en el colectivo”, abunda Roberto y declara satisfecho. “Ellos hicieron posible la generación cerca de 22 mil 429.6 MWh, para lo cual los grupos funcionaron unas 170 mil horas   de manera ininterrumpida.

Inimaginables anécdotas guardan en su memoria estos trabajadores, algunos de ellos muy jóvenes cuando optaron por esta opción laboral.  Rafael Núñez, quien estuvo los 16 años de operador recuerda, “a veces  teníamos que hacer las necesidades fisiológicas  detrás de los grupos electrógenos para aprovechar el calor que   ahuyentaba a la plaga.”

Tampoco Yunior Paneque  olvida el azote del huracán Ike, ni su colega Yordan Santiesteban  aquellas madrugadas a pie de máquinas, a la exigente intemperie, para dar mantenimientos de emergencia o revisar cualquier ruido extraño.

Gracias a  la disciplina laboral y tecnológica  esos grupos acumularon  14 mil, 15 mil y hasta 22 mil horas de explotación, “eso no lo ha logrado nadie en el país”, argumenta Yordan.

Una representación del colectivo.

Valores compartidos

“Al principio estuve a punto de irme, de salir del monte a buscar otros aires; pero recapacité, me quedé y ya completé los ocho años. Le cogí el gusto al trabajo”, dice el técnico de nivel medio Roberto Rodríguez.

De ese dominante poder de convencimiento parece estar hecha la manigua, porque entre los valores compartidos por el colectivo se distingue el sentido de pertenencia, la laboriosidad,  la honradez, la responsabilidad y la honestidad, que en muchos centros laborales palidecen y aquí florecieron sobre el diente de perro y la maleza.

Entre los 10 trabajadores del enclave, hay fundadores y otros que tienen en sus expedientes laborales,  8, 11, 12, 13, 14 y 15 años aferrados a sus obligaciones laborales, con pocos lamentos, a pesar de los muchos  problemas.

En todo ese período tuvieron bajo su custodia más de  7 mil 600 toneladas de diesel, 26  mil 800 litros de lubricantes, y más de  mil 200 filtros de lubricantes, de combustible y de aire; centenares de baterías y otros valiosos moto recursos, la mayoría muy cotizados en el mercado negro y nunca se perdió ninguno.

Dentro de esos recursos se cuentan, también,  los grupos electrógenos (nueve en total) valorados cada uno, como promedio, en no menos de 70 mil pesos en moneda convertible.

Los custodios, que todavía protegen el desmontado emplazamiento, bajo las mismas condiciones y sin los beneficios económicos que la prestación del servicio supone, coinciden en que la seguridad y protección de esos recursos materiales no les resultó difícil, pues todos formaron una gran familia y todos se sentían responsables de sus cuidados.

“Nuestro deseo es continuar con Geysel”, afirma Rafael Núñez, uno de los fundadores.

¿Una brigada en apuros?

Con el enlace del polo turístico al Sistema Electroenergético Nacional (SEN) se dispuso el desmantelamiento de la Central y en los primeros días la incertidumbre acongojó a los trabajadores.

“Ese capital de trabajo queremos preservarlo, nosotros estamos en condiciones de dar el servicio integral en cualquier lugar que la Empresa Geysel disponga, lo tiene en su objeto social”, adelanta  Oscar Cabrera Cruz, secretario general de la sección sindical de la UEB- Geysel Las Tunas

El dirigente obrero ve en la capacitación y en la inminente fusión de   la Empresa de Generación Distribuida y Geysel  una oportunidad para encontrarles ubicación.

“Pero no hay nada en la mano”, dice, y le preocupa prescindir de este personal con méritos reconocidos por varios años, en la Central y en otras partes del país, donde ha hecho falta su colaboración como mecánicos, operadores.

El desmantelamiento exige todo tipo de cuidados por las amenazas ambientales que supone, en este caso al ecosistema costero,  porque se manejan volúmenes considerables de combustibles y lubricantes, limpios y usados, y otros tipos de desechos de la producción industrial.

Ya es un hecho. “Desmontamos el equipamiento sin afectaciones al medioambiente. Ahora parte del grupo lo protege porque no ha aparecido el financiamiento que permita la transportación”, remarca Roberto.

Y, “allí seguimos ´encayados´ en el diente perro y la maleza esperando que decidan que van a hacer por fin con el emplazamiento que está desarmado en una especie de barbecho, que ojalá no sea bienal como el de la Edad Media”, lamenta Roberto.

Me parece oportuno señalar que han fallado algunas ideas rectoras de la planificación, pues mientras en los primeros meses de este año marchaba a pasos apurados las líneas eléctricas que dejaron conectado al hotel Brisas Covarrubias con el SEN, a este colectivo le habían asignado cerca de 250 mil pesos para el mejoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo.

Entonces, ¿no podrían utilizarse esas finanzas en el trasiego del emplazamiento desmantelado?, y de esta forma paliar los efectos de una estadía improductiva en tan apartado paraje.

Nuevos horizontes

Todos, sin excepción, anhelan permanecer en Geysel. Los seis técnicos se desvelaron ya sobre cuadernos y textos en el   Centro Nacional de Certificación Industrial, del Ministerio de Industrias, ubicado en la provincia de Cienfuegos, procurando nuevos conocimientos y la certificación para   operar integralmente  grupos electrógenos diesel y de fuel oíl de modernas tecnologías, introducidas tanto en el país como internacionalmente. Y vencieron la primera etapa.

Ojalá sea una puerta abierta a nuevos horizontes para el desempeño ajustado a las expectativas  de este colectivo que fueron –y son-  mecenas  de la luz.

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