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Más alimentos a la mesa

 

La crisis económica que afectó a Cuba a partir de los 90 provocó profundas transformaciones en la producción agropecuaria. Las empresas estatales, que contaban con el 80 % de la tierra dedicada a esos fines y el mayor volumen de cosechas, fueron cediendo ante la falta de capital financiero y material.

Los campesinos tenían mejores condiciones para enfrentar aquellas carencias, al producir en una agricultura más rústica y a menor escala. Cuando han pasado más de dos décadas y se aplican incipientes medidas para revitalizar el papel de las mencionadas empresas, el movimiento cooperativo y campesino aporta —aunque en cifras insuficientes aún— la mayor parte de las producciones y del 13 % de crecimiento que reportó la agricultura en el 2014.

Los próximos días 15, 16 y 17, durante las sesiones del XI Congreso de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (Anap), una representación de los 378 mil mujeres y hombres que pertenecen a este sector, mirarán desde dentro las reservas que les quedan para alcanzar el máximo aprovechamiento de las tierras, de su talento y capacidades de trabajo, e intercambiarán experiencias en aras de aplicar las que mejor se avengan a cada suelo y región.

Es un imperativo lograr que las inversiones ejecutadas en el sector agrícola se reviertan en mayores cosechas, rendimientos, variedad y eficiencia; algunas ramas de la agricultura van consolidándose y sería inconcebible retroceder por razones subjetivas; encontrar las motivaciones para que esta fuerza permanezca en el campo, y enfocar el trabajo político ideológico hacia la comprensión de su entrega, sacrificio y producción, serán claves de este Congreso.

La repartición de tierras ociosas ha rejuvenecido la campiña con la entrada de unos 28 mil jóvenes, de los 140 mil usufructuarios que se han sumado a la organización, pero impone nuevos desafíos a la Anap, la cual tiene el encargo de capacitar, a través de diferentes movimientos productivos y agroecológicos, a las personas que se han incorporado sin los conocimientos necesarios para extraer el mejor provecho al suelo, a cada cultivo o especie animal.

El congreso campesino tiene que basarse y trabajar por estrechar la alianza obrero campesina y la unidad; reconocer la contribución que brindan las instituciones científicas, con la introducción de variedades y tecnologías novedosas, el uso de bioproductos, el manejo integral de plagas, enfermedades y de los rebaños, en aras de alcanzar las metas productivas que acortarán la brecha entre la oferta y la demanda; en consecuencia, la anhelada rebaja de los precios que tanto demandan los cubanos.

Las nuevas formas de producción tienen en las cooperativas de producción agropecuaria (CPA) y en las de crédito y servicios(CCS) la vía para promover el desarrollo de la ciencia y la técnica, y encauzar la socialización de las labores en el campo, los medios, equipos, los servicios y la comercialización.

Este último aspecto ocupará espacios importantes en los debates del Congreso, no solo porque la experiencia que se aplica en las provincias de La Habana, Artemisa y Mayabeque, con la intención de expandirla por el país, dista de ser la forma idónea del mercadeo de los productos agropecuarios, sino por la insatisfacción generalizada por las mermas, pérdidas, deterioro de la calidad y los atrasos con que llegan a los consumidores.

Nuevos experimentos en la distribución de insumos facilitarán la adquisición de los recursos que necesita el rudo trabajo del campo, pero también el Congreso tendrá que pronunciarse alrededor de sus precios y por una mayor exigencia de la calidad.

En esa misma cuerda deberán generarse los debates sobre los precios de la leche y la carne vacunas, dos renglones muy difíciles de obtener y que se pagan ostensiblemente más bajos que otros logrados en el agro. Atender el ganado bajo cualquier circunstancia o situación climatológica, ordeñar y garantizar el litro de leche a los miles de cubanos que la reciben directamente en las bodegas o de la industria láctea, merecen una mejor recompensa.

La Revolución le dio al campesinado el derecho a la dignidad plena del hombre y la altísima responsabilidad de producir alimentos para satisfacer las necesidades de la población; de ahí la máxima de compartir sus riquezas con el pueblo.

En el proceso de transformaciones que vive el país, la Anap aboga por el uso racional de los recursos naturales, la producción sostenible, el cumplimiento de la disciplina tecnológica, la sustitución de importaciones y continuar reduciendo las tierras improductivas. Necesariamente se tendrán que dar saltos cualitativos en el futuro para poner más alimentos en la mesa.

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