Liobel Pérez Hernández *
Durante décadas, la creencia de que “sin azúcar no hay país” enalteció a un sector primordial para la economía cubana. Los ingresos que generaban sus exportaciones, la preferencia en el mercado mundial y la cantidad de trabajadores que se enrolaban en la zafra sustentaban ese dogma.
Mas, la caída de la producción azucarera y el cierre de la mayoría de los ingenios como consecuencia de la pérdida de los mercados en el exterior que sobrevino a principios de la década de los 90, socavaron el principal renglón de la economía nacional.
A la luz de los acontecimientos posteriores, creo sinceramente que es posible concebir a Cuba sin azúcar, pero no sin caña. Se podría prescindir de su producción y comprar unas 300 mil toneladas de refino e igual cantidad de crudo anuales, que a los precios actuales en el mercado internacional significarían unos 200 millones de dólares. Y se dejarían de ingresar alrededor de 400 millones de dólares por las exportaciones de la producción de hoy.
Sin embargo, no imagino a la nación económicamente sólida sin los aportes de la caña, sus derivados, la base social y productiva que gira alrededor de ella y los valores, la cultura y los sentimientos que forma. Además del azúcar, de la gramínea se obtienen alcoholes que son materia prima para las industrias ronera, médico-farmacéutica, la química, la de cosméticos, los laboratorios y para otros usos.
¿Proporciona otro sector la diversidad de suplementos alimenticios que para los animales genera la caña de azúcar? ¿Por cuáles piensos se van a sustituir las mieles, el bagacillo predigerido, la torula, la saccharomyces, los bloques nutricionales, los ensilados y otros alimentos que aportan la gramínea y sus derivados? ¿Podremos lograr soberanía alimentaria sin caña de azúcar?
Con algunas inversiones se pudiera aumentar la producción del sorbitol empleado en la elaboración de pasta dental, de la glucosa, la fluctuosa y los siropes que usa la industria alimentaria, de caramelos, de dióxido de carbono y de tableros.
La industria azucarera produce cerca del 80 % de las energías renovables, y genera alrededor del 4 % de la electricidad del país, pero ¿cuánto aumentaría esa proporción con nuevas inversiones y la instalación de bioeléctricas en los centrales? Esta rama tiene las condiciones para ser el milagro que algunos buscan en un posible yacimiento de petróleo; y es esta la energía más barata, menos contaminante y renovable que tenemos a mano.
Otra arista casi virgen aún, es el turismo vinculado a la cultura, la historia y a multiplicidad de opciones. Esta agroindustria conserva más de 200 locomotoras a vapor, que son una riqueza mundial y un atractivo especial desde el punto de vista de su antigüedad, cantidad y diversidad de marcas, a lo cual se suman cuatro museos que recrean los procederes de la agricultura cañera y la fabricación de azúcar, y que sin la adecuada comercialización, atraen a más de 75 mil visitantes cada año; otro rubro importante para la nación.
Además existen más de 2 mil piezas, 700 casas, 12 estaciones ferroviarias, 53 sitios, 33 barracones y 56 centrales activos que atesoran el mayor patrimonio industrial y cultural de la agroindustria azucarera mundial de los dos últimos siglos. El valor y el interés que despierta son inagotables.
Si todo lo anterior no fuera suficiente para perpetuar la agroindustria azucarera en el paisaje nacional, entonces añadiríamos su cultura de trabajo formadora de valores; múltiples investigaciones sociales señalan a este sector como el más apegado a su labor, la cual implica un alto espíritu de sacrificio, nobleza, modestia y desinterés.
La caña es más que azúcar. Es base de nuestra nacionalidad.
*Especialista en comunicación institucional, AzCuba