En el pasado siglo, las exportaciones de azúcar cubana se habían convertido en las primeras del orbe, liderazgo que se extendió hasta 1991, cuando cubrían el 20,9 % del mercado internacional. Resaltan las zafras del último quinquenio de la década de los 90, que promediaron 7 millones 600 mil toneladas del dulce, 38,7 % más de lo logrado en los siete años iniciales de la Revolución.
Las relaciones económicas con los países del campo socialista, hasta 1990 beneficiaron el comercio del azúcar al absorber alrededor del 60 % de la producción nacional y cotizarla a precios preferenciales, lo que generaba importantes ingresos anuales, con costos de la manufactura inferiores a 10 centavos la libra, lo cual reportaba utilidades brutas superiores a los 3 mil millones de dólares.
La desaparición de la colaboración con esas naciones repercutió drásticamente en el sector, no solo por la pérdida del mercado sino por la disminución de los suministros imprescindibles para sostener la producción de caña y la fabricación de azúcar.
La descapitalización del sector conllevó a su redimensionamiento, un proceso que comenzó en septiembre del 2002, con la llamada Tarea Álvaro Reynoso, e implicó el cierre de 99 de los 155 ingenios que molían hasta ese momento, y la reducción del 38 % del área sembrada de caña. Ambas producciones tocaron fondo y no fue hasta el 2009, con el alza de los precios de exportación por encima de 20 centavos la libra y medidas económico- productivas en el país, que comienza una gradual recuperación.
Sin embargo, Cuba no volverá a sus producciones históricas. Las que se alcancen en el presente y futuro estarán atemperadas a las condiciones del mercado mundial y a la demanda nacional. Las transformaciones del modelo económico y social de la Revolución demandan eficiencia en la obtención de todo producto que salga del sector manufacturero.
Los resultados de las medidas aplicadas, entre estas la extinción del MINAZ y el nacimiento de una organización superior de dirección denominada grupo empresarial AzCuba, revirtieron la situación financiera del sector, que hasta el 2010 reportó pérdidas que oscilaban entre 500 y 300 millones de pesos anuales.
Hoy obtienen utilidades y aportan sustanciales cantidades de divisas al presupuesto del Estado; no obstante, de las 23 empresas que componen el grupo, las azucareras de Guantánamo, Santiago de Cuba, Las Tunas, Mayabeque, Artemisa y Matanzas tuvieron pérdidas económicas, y aunque las han subsanado en lo que va de año, deberán cuidar bien los indicadores de eficiencia para no caer nuevamente en la irrentabilidad y ser una carga para el resto de los colectivos. Sería saludable para estas y otras empresas azucareras de AzCuba, beber de la experiencia que aportan las de Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y Cienfuegos, las únicas que han logrado consolidar integralmente sus resultados durante varios años consecutivos.
A pesar de la recuperación, del aumento de la producción, de las exportaciones y del rendimiento agrícola, AzCuba tiene una deuda con el país: no ha cumplido los planes de producción. La zafra del 2015 es decisiva. Los pronósticos no descartan todavía la posibilidad de lograr la cifra propuesta, aunque quedan pocos días para materializarla.
Cada empresa tiene la responsabilidad de cumplir con la cantidad de azúcar planificada y sentar las bases para futuros crecimientos. El compromiso nacional no puede sostenerse en los sobrecumplimientos de las entidades más productivas y eficientes.
En la búsqueda de la factibilidad económico-productiva del sector quedan por resolver aspectos vinculados al incremento de los rendimientos agrícolas e industriales, la producción de azúcar por hectárea, de los derivados y la generación eléctrica. En el logro de la eficiencia y el cumplimiento de los planes está empeñado el honor de los azucareros.