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Un premio a la fidelidad

Recibiendo el homenaje de su público. Foto de archivo

 

Junto a las cuatro joyas del ballet cubano, junto a Marta García, junto a tantos otros grandes artistas, María Elena Llorente integró esa generación mítica de bailarines que puso al Ballet Nacional de Cuba en la élite de la danza universal.

Fue en la década de los 60, justo cuando se comenzaba a hablar de una escuela cubana de ballet, autóctona y dialogante, bajo la tutela de Alicia, Alberto y Fernando Alonso.

María Elena Llorente fue alumna aventajada de Alicia y Fernando. Se han conservado algunas filmaciones de aquellos años, de clases y ensayos en la sede de la compañía. Hay una particularmente ilustrativa: María Elena bailaba una de las variaciones del Grand Pas de Quatre, con un dominio estilístico, una corrección, una belleza que ojalá los jóvenes bailarines pudieran apreciar, tomar de ejemplo.

Ella nunca fue una bailarina de excesos. Los aficionados la reconocían por su contención y seguridad. Cuando protagonizaba un ballet, se sabía que iba a ser una buena función.

Como la mayoría de sus compañeras, María Elena Llorente nunca fragmentaba la línea danzada, le otorgaba a cada movimiento un sentido, un impulso primigenio y esencial que iba más allá de las demandas histriónicas de cada obra. Esa era una de las enseñanzas del maestro Fernando, concretada —su más luminosa expresión— en el arte de Alicia Alonso. Todas las primeras bailarinas de los años 70 se formaron en esa escuela.

La Llorente bailó mucho, su carrera fue larga. Todavía a finales de los años 90 era presencia habitual en los programas.

El Premio Nacional de Danza que le ha sido otorgado reconoce esa extraordinaria trayectoria sobre la escena. Pero no solo eso. También tributa a un compromiso: el de María Elena Llorente con la compañía que la vio crecer.

Ella ha apostado por el Ballet Nacional de Cuba, en años de emigraciones profesionales. Ha contribuido a la formación de jóvenes bailarines, al montaje de nuevas obras, a la conformación y consolidación de un repertorio. Cada día acude a los salones como si lo suyo, más que oficio, fuera opción de vida.

Maestra de muchas promociones de artistas de la danza, sabe que lejos de los reflectores también se puede hacer una obra grande. Los aplausos después de las funciones son también para ella.

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