Este martes le regalaría una azucena; sencilla, fina, de un olor perdurable. Así ha quedado el recuerdo de Vilma Espín Guillois, imperecedero, eterno. Cumpliría 85 años este 7 de abril y para el pueblo, y en particular las mujeres, es evocar la vida de un ser querido, que por muchas razones entró en nuestros corazones.
¿Qué cubana o cubano no la recordaría? ¿Quién puede olvidar su inteligencia, humanismo, entrega y pasión por las causas nobles? Para las que pasan los 70, fue como la hermana mayor que les abrió los ojos para que descubrieran cuánto podían hacer por cambiar sus vidas y alcanzar sus derechos luego del triunfo de la Revolución. Para aquellas de cuatro décadas, fue la guía, la visionaria de una transformación posible, formadora de cultura para vencer obstáculos, a pesar de los prejuicios.
Las más jóvenes la vieron y la ven como una leyenda de la Revolución, como la voz de las mujeres en todos los escenarios nacionales e internacionales. Vilma fue y es de todos los cubanos, de mujeres y hombres, de niños y jóvenes, de adultos y ancianos.
Sensible, de honda vocación patriótica, en ella se forjaron desde muy joven los valores decisivos para su vida. Participó en las lides estudiantiles y fue preclara su visión de los peligros para la patria, luego del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
Su amiga entrañable, Asela de los Santos, en el prólogo del libro Vilma, una vida extraordinaria, aseguró: “Aquella joven reflexiva, muy serena, con un sentido ético en todas sus acciones y relación con sus amigos, que lo eran más por afinidad de valores que por posición social, fue sin proponérselo una líder natural para todos sus compañeros. La clave de aquella personalidad estaba en ser una preclara inteligencia sustentada en una ética, en unos inconmovibles principios morales”.
Esa definición la caracterizaría para toda la vida. Su legado es tan grande y profundo, que Vilma permanecerá por siempre viva. Para ella era natural hablar de valores, del papel de la familia, de los padres, de los niños. Y en ese sentido fue ejemplo y paradigma.
En su decir, le tocó nacer en los días en que los jóvenes crecían “oyendo las historias de las luchas obreras y campesinas de aquella etapa y las posteriores, viendo con honda vergüenza a los viejos mambises con sus medallas gloriosas sobre la ropa raída, y mujeres, niños y ancianos pidiendo limosnas en las calles”.
Después del triunfo de la Revolución no dejó de ser guerrillera. Asumió muy pronto, con firmeza y entusiasmo, la tarea encomendada por Fidel Castro Ruz de crear la Federación de Mujeres Cubanas, hecho que se concretó el 23 de agosto de 1960. Desde ahí cumplió otras grandes misiones.
¿Cuál sería la batalla más difícil? ¿La que tuvo que enfrentar en la clandestinidad, con los esbirros persiguiéndola? ¿Las complejas contiendas en la Sierra Maestra, los riesgos para cumplir misiones en el Segundo Frente, o aquella que tuvo que librar contra siglos de desigualdades e inequidades hacia las mujeres?
No sin razón es esa frase de Fidel de que se hizo una Revolución dentro de la propia Revolución. A esa causa se entregó en cuerpo y alma. Fue preclara en cuanto a la concepción de la verdadera cultura de la igualdad y de la necesidad de implementar leyes, programas y acciones solo posibles de lograr gracias a la voluntad del Estado.
Así se crearon los círculos infantiles para que la mujer pudiera trabajar, y ellas accedieron a la educación, comenzaron a formarse como maestras, doctoras, ingenieras, constructoras, arquitectas.
Vilma lidereó la lucha contra la prostitución, propuso la creación de los centros para niños sin amparo filial, y entre tantas acciones, en 1989, creó el Centro Nacional de Educación Sexual.
En los eventos internacionales abogó por la igualdad de derechos hacia la mujer, denunció el trabajo infantil y la violencia doméstica. El impacto de la obra cimentada por Vilma Espín Guillois —fallecida el 18 de junio del 2007— es tal, que pasarán muchos abriles y su pensamiento, su legado, permanecerá por siempre entre los cubanos. Por los años de los años habrá flores para ella, porque sin pretenderlo, es y será paradigma de la mujer cubana en todos los tiempos.