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Omara: Cuba

Por: Frank Padrón

Entre los filmes que el Icaic en su aniversario 56 ha puesto a disposición del público habanero figura Omara: Cuba, del realizador Léster Hamlet (Casa vieja, Fábula…), un referente    indudable en cuanto    al clip cubano y los DVD en    torno a importantes vocalistas    nuestras (Osdalgia, Yaíma    Sáenz…).

No es de extrañar que entonces    este cineasta tan vinculado    a la música —su debut en el    cine fue justamente con el segmento    musical de la cinta Tres    veces dos— se acerque a uno de    nuestros íconos en ese terreno: Omara Portuondo, y le dedique un documental con la venia del    sello discográfico Colibrí y el    Instituto de la Música.

Es cierto que a la también llamada novia del filin le dedicó en los 80 un entrañable y recordado filme el hoy mucho más reconocido Fernando    Pérez, pero no solo era mucho más corto sino que, como de entonces acá ha “llovido” tanta Omara, era todo un imperativo    acercarse de nuevo, y sobre todo, mucho más, a la gran    cantante nuestra.

Con un guion coescrito entre el director y la periodista    Mabel Olalde, Omara: Cuba no es un título gratuito, en virtud de la insistencia en lo autóctono de la artista, su condición de emblema de cubanidad, de embajadora    de nuestra canción en todo el mundo.

Para ello se apoya en abundante y rico material de archivo    —en algunos casos francamente desconocido y hasta inédito—, en sustanciosas entrevistas que arrancan a la mayoría de los convocados (músicos,    autores, colegas e intelectuales de otras esferas de algún modo a ella vinculados) opiniones y  comentarios muy elocuentes, que en conjunto arman un retrato    dinámico y multisémico de la homenajeada.

De un modo u otro, (casi) toda Omara está en este filme,    desde el inicial Loquibambia,    la bailarina de Tropicana y Las    Mulatas de Fuego o el próximo    cuarteto de Orlando de la Rosa    y Anacaona hasta la Diva del    Buena Vista Social Club (como    también se le conoce), pasando    por la fundacional etapa en Las    D´Aida; mas sobre todo esa inmensa    solista que ha viajado el mundo entero llevando nuestra música.

Omara: Cuba no olvida facetas    menos conocidas, tal es    el paso de la artista por el cine    o sus recientes colaboraciones con la danza (el ballet de Lizt    Alfonso).

El documental intenta (y considero logra a plenitud)    reflejar: el ser humano, por    encima de la artista; por eso las imágenes que la entregan    regresando a su viejo barrio natal —estas, a la verdad, un    tanto impostadas— o en las    que habla de su familia y sus    vivencias, por ejemplo el modo    tan peculiar en que halló la    rumba (o viceversa).

Hay momentos editables, ciertas reiteraciones en entrevistados  cuyo oportuno corte hubiera redundado en un mejor aprovechamiento del tiempo    fílmico, pero no dudemos que estamos no solo ante un cálido  y revelador filme, sino de no poco vuelo estético: la mezcla  de fuentes y soportes, el equilibrado uso de varios recursos (el animado, la caricatura, la  información escrita…) y el hallazgo    de un tono —entre lo racional y lo emotivo, sin desbordes ni estridencias— que nos permite conocer desde distintos  y muy fiables ángulos ese inmensurable fenómeno artístico que es Omara Portuondo.

Como puede imaginarse, tratándose de quien está frente a la cámara escrutadora de Hamlet, hay mucha música en el documental, pero también  este aspecto decisivo, que pudo quizá desbordarse o sobreabundar, encuentra un apreciable  equilibrio, y se erige en lo que afortunadamente tenía que ser: otro protagonista, porque como mismo Omara y Cuba se funden y se hacen una, ello ocurre sobre todo gracias a ese don que se volvió carrera, profesión y más aún: sangre    de esa mujer que ha hecho de ella su pequeña patria, junto a la otra, la grande que la hace cantar ufana lo que en su voz devino todo un himno:

“Y por eso yo soy cubana/ y me muero siendo cubana”.

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