Javier Perera, estudiante de Periodismo
Caminar sin compañía tres kilómetros en 25 minutos resulta tedioso. Sin embargo, si esa distancia se recorre en igual tiempo, rodeado de vetustas edificaciones habaneras, con numerosísimas miradas expectantes ante lo singular y escoltado por un mar de pueblo, la realidad es completamente diferente. Esas emociones y muchas otras hicieron acto de presencia este sábado, cuando a las 10:00 a.m. la señal amplificada de Radio Reloj decretó el inicio de la XVII versión del Maratón de la Esperanza Terry Fox.
Minutos previos del comienzo la algarabía era total frente al imponente Capitolio Nacional. Me propuse realizar parte de mi crónica a medida que cumpliera el trazado y eso hice, no sin antes reconocer que fue una experiencia harto difícil, por la dinámica de la caminata y el tumulto incesante que impedía en ocasiones escuchar lo que me decían los entrevistados, escasos protagonistas entre miles. Pero el sabor de lo desconocido, pues participaba en un evento de este tipo por primera vez, fue gratificante por sobradas razones.
A mitad del primer kilómetro me encontré con una madre que caminaba junto a su hijo con una calma insospechada. Conversamos brevemente y Olga Lidia me comentó que era una novata en esta tradicional competencia, lo hacía porque sospechaba que tenía cáncer pero los médicos todavía no se lo han diagnosticado, por la falta de pruebas contundentes. “¿De dónde es Terry Fox?”, me pregunta y le respondo con algunos datos conocidos de este extraordinario hombre. Su hijo Julio César me mira asombrado. Él padece una enfermedad congénita que no le resta ni un ápice de fuerza para dar, junto a su progenitora, una lección de vida.
Cumplida la mitad de la distancia, pasan por mi lado una pareja cuarentona, Javier y Eva, con vitalidad patente, la que me confirman ipso facto. Dice él que en toda su vida jamás ha entrado al quirófano, situación similar a la de su esposa. Risueña y complacida ella, me revela que lo único doloroso por lo que han pasado ha sido el dentista. “Bueno, entonces ¿por qué corren?”, les inquiero mitad dudoso y mitad convencido de lo que me contestarían. “Este maratón es muy especial porque participan desde los más sanos hasta personas muy afectadas. Nosotros seguiremos viniendo en el futuro, solamente con asistir le estamos rindiendo tributo al difunto Terry Fox, que en paz descanse”, expresa Javier.
A solo 25 metros, quizás 30 de la meta, logro arrebatarle algunas palabras, digo algunas pues Esteban es un hombre de hablar pausado y escueto. Sentado en una silla de ruedas desde hace 25 años –hoy tiene 51- este centrohabanero opina que Terry Fox, siempre ha sido para él una especie de Dios a venerar. “Con su prótesis en la pierna derecha hizo muchas cosas benéficas por la lucha contra esa terrible enfermedad que es el cáncer. Si el corría de esa forma, sin muletas ni nada que lo ayudara, como yo no voy a hacerlo desde mi silla de ruedas”, afirma quien perdió sus dos piernas en un accidente automovilístico.
Con la llegada a mis espaldas recibo a una anciana que me dice: “los tres kilómetros me quedaron chiquitos”. Aleida intervino en la carrera a su manera, con entusiasmo desbordado y creatividad única, no se puede explicar de otra forma. La octubrina condujo entre trotes y descansos, el coche de su nieto más pequeño –con bebé incluido-. Y aun así cumplió el objetivo, motivada y sin desganas.
Cuando me disponía a marcharme para crear mi primera crónica “sudada”, vi a una mujer que probablemente se hubiese llevado el premio de la ingeniosidad, de existir este. Varias son las razones por las que Ileana participó en el Maratón de la Esperanza Terry Fox. Una de ellas es burlarse de la dolencia que la aqueja, una osteogénesis imperfecta –también llamada huesos de cristal- que bien la pudo haber dejada inválida de por vida. Pero la principal motivación de ella fue caminar el recorrido con su perro pit bull americano Crixus, para “demostrar que a esta raza también le gustan los niños y son muy cariñosos si se sabe lidiar con ellos”, asevera. Si su intención fue esa, quedó ampliamente demostrada, pues tanto durante como después de la competencia, numerosas personas acariciaron al animal, y este jamás defraudó a su dueña, a pesar de su mirada cortante.