La cercanía geográfica y la posición de la isla de Cuba, en lo que José Martí llamaría más tarde “el crucero del mundo”, constituyeron factores esenciales para que el recién creado Estados Unidos de América, como país confederado e independiente, empezara a mirar con interés esta tierra que, bajo el dominio colonial español, se ubicaba al sur de su propio territorio todavía limitado a la costa oeste fundamentalmente.
Al iniciarse el siglo XIX, el curso del Mississippi y su salida al mar por Nueva Orleans era la principal vía para el comercio de las antiguas Trece Colonias y, en ese camino, se encontraba una isla llamada Cuba que podía dominar la salida al mar; de igual manera esa tierra resultaba importante desde el punto de vista defensivo. Una potencia enemiga en posesión de ese territorio estaría en condiciones de interrumpir el flujo hacia el mar y amenazar la parte sur estadounidense. Esta circunstancia, además, se relacionaba con los esfuerzos por la adquisición de la Luisiana, lo que lograron por compra en 1803, así como la Florida occidental y oriental, que pasaron de España a Estados Unidos entre 1810 y 1819, una parte por la fuerza y la otra por compra. Unido a esto estaba la expansión hacia el oeste.
Ese proceso expansivo se realizaba, en lo fundamental, a costa de dominios españoles, aprovechando la coyuntura de la presencia francesa en la península y la resistencia del pueblo ibérico, cuestión que también afectaba el control español sobre todo su imperio colonial; de ahí que en tal coyuntura se dieran los primeros pasos en relación con la colonia cubana.
El interés por la isla caribeña quedaba dentro de una mirada más amplia, como la que expresó el presidente Thomas Jefferson en 1801: “Como quiera que nuestros presentes intereses pueden restringirnos dentro de nuestros propios límites, es imposible no prever los tiempos distantes, cuando nuestra rápida multiplicación se expandirá más allá de esos límites y cubrirá todo el norte si no el sur del continente.”[1]
La situación descrita explica la expresión temprana del interés de Jefferson por Cuba, de acuerdo con su notificación al Ministro de Inglaterra en Washington. Según afirmó el británico: “En caso de hostilidades consideraba (Jefferson) que la Florida Oriental y Occidental y sucesivamente la Isla de Cuba, cuya posesión era necesaria para la defensa de la Luisiana y la Florida (…) sería una conquista fácil.”[2] Entre las razones para considerar que esto sería factible, estaba la posibilidad para Estados Unidos de defender esa posición cuando no contaba aún con una marina suficiente.
Esta idea quedaría presente, no solo en Jefferson, sino en sus sucesores. En 1810, el presidente James Madison volvió sobre el asunto: “(…) la posición de Cuba da a los Estados Unidos un profundo interés en el destino (…) de esa isla que (…) no podrían estar satisfechos con su caída bajo cualquier gobierno europeo, el cual podría hacer de esa posesión un apoyo contra el comercio y la seguridad de los Estados Unidos.”[3]
A partir de tales presupuestos, se puede entender la realización de las primeras gestiones para acercarse a la adquisición de Cuba: en 1808 se envió al general James Wilkinson a La Habana, justo cuando en España estallaba la rebelión del pueblo madrileño contra la presencia francesa. El capitán general español en Cuba, Someruelos, se oponía a esta presencia, mientras Inglaterra protestaba por la misma. Era un primer acercamiento al medio cubano en función de los intereses sobre la isla.
En 1810 llegaba William Shaler como cónsul y agente confidencial. Shaler informaba el 5 de junio de 1811 acerca del efecto desastroso que había producido en Cuba la propuesta del diputado Guridy en las Cortes españolas de prohibir la trata negrera. Era una buena oportunidad, de ahí que sostuviera entrevistas con algunos criollos de influencia, como José de Arango, tesorero de la Real Hacienda y Comisionado por el cabildo habanero para protestar ante las Cortes contra tal proposición. Se trataba de explorar las posibilidades de un movimiento para la anexión de Cuba al país norteño.
Las contradicciones con Inglaterra que llevaron a la guerra en 1812 complicaron el escenario para los Estados Unidos, que tuvieron que concentrarse en aquel conflicto, por lo que no era posible dedicar atención a lo que podía ser otro conflicto. Al mismo tiempo, en Cuba se producía lo que se conoce como la conspiración de Aponte, que alarmó a la élite de la sociedad criolla. Por otra parte, en Estados Unidos no había una posición unánime en cuanto al empleo de métodos violentos para adueñarse de Cuba. Los intereses mercantiles no aceptaban que se alterara el flujo comercial.
De hecho, en 1812, Shaler fue relevado de su cargo consular en La Habana y el capitán general, Apodaca, no aceptó al nuevo cónsul Stephen Kingston. Las circunstancias habían cambiado en ese momento y el logro fundamental estuvo en la adquisición de Luisiana y las Floridas. No obstante, el interés por Cuba no desapareció sino que debió esperar para mejor oportunidad, por lo que la mejor solución momentánea era dejar a Cuba en manos de España. Lo trascendente es que había surgido una concepción geopolítica que pesaría en la política exterior estadounidense respecto a Cuba.
[1] The True Thomas Jefferson, Filadelfia (s.a.). Citado por Herminio Portell Portell Vilá: Historia de Cuba en sus relaciones con Estados Unidos y España. Jesús Montero, editor, La Habana, 1938, T I, p. 146.
[2] Citado por Fred J. Rippy. Rivalry of the United States and Great Bretain over Latin America. Baltimore, 1929, p. 72 En Ibid, p. 142.
[3] Emilio Roig de Leuchsenring: Los Estados Unidos contra Cuba Libre. Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 1959, T I, p. 30.