El río Ariguanabo fenece irremediablemente entre la desidia y el abandono. Su grito de auxilio estremece a cualquiera que ame la naturaleza y se acerque a sus contaminadas aguas, adonde va a parar cualquier resto de los desperdicios generados en la ciudad.
Su lamento es triste. El deterioro de lo que antaño fuera orgullo de los habitantes de San Antonio de los Baños, en Artemisa, ha crecido poco a poco, mutilando la belleza de sus márgenes. En la orilla, entre las aguas turbias, montones de caracoles agonizan; restos de guata, latas de cervezas y refrescos ahogan lo que pudiera estar vivo. Las manos inescrupulosas de muchas personas son autoras de este progresivo y sistemático abandono.
Cuando entré en el pueblo me llamó la atención cómo ha crecido el número de casas, algunas grandes, casi todas pintadas, lo cual es reflejo, pensé, de la prosperidad del pueblo. También las más antiguas se han recuperado y eso da vida a la localidad.
Sin embargo, el olvido en el cual se sumerge el río, atenta contra la identidad de los ariguanabenses. Pensé que los habitantes de este mítico lugar podrán erigir nuevas construcciones, quizás fábricas y hoteles, pero nunca podrán hacer otro río.
Proteger este, cuidarlo con amor y esmero es deber de todos los ciudadanos del territorio. Pero en principio, son las autoridades del lugar, las empresas que vierten sus desechos y contaminan el río, las primeras que tienen que pronunciarse con acciones concretas para prevenir esos daños.
Hace algún tiempo, luego de leer el trabajo El río Ariguanabo pide auxilio, de la periodista artemiseña Yudaisis Moreno, pensé que ese sincero reclamo tendría ya algún resultado; sin embargo, la vista que se ofrece desde la Quintica, antiguo restaurante, que tiempo atrás gozó de merecida fama, deja mucho que desear.
Pudiera ser un paraje ideal para muchos proyectos ambientales, turísticos, y de todo tipo, pero si no se apuran en implementar urgentes y visibles medidas, difícilmente podrán recuperar lo ya estropeado.