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Cuba: Pasado, presente y futuro

Reunión de Gómez, Martí y Maceo en La Mejorana, obra de Juan Emilio Hernández Giró.
Reunión de Gómez, Martí y Maceo en La Mejorana, obra de Juan Emilio Hernández Giró.

Por: Antonio Álvarez Pitaluga*

Para que el futuro florezca, sus raíces deben estar bien plantadas en el pasado. Desde este cada pueblo intenta explicar su presente. La nación cubana tiene una de esas raíces en la última gesta independentista del siglo XIX: la Revolución de 1895. Durante 120 años ha sido estudiada y conocida de diversos modos, aunque no siempre hemos sabido asumirla en toda su integralidad histórica.

El 24 de febrero de 1895 comenzó el hecho cultural de mayor complejidad ideológica del siglo XIX cubano. Si la madre Revolución de 1868 marcó el acto fundacional de la nación, la de 1895 contuvo un mayor entramado político que perfiló dos de las grandes encrucijadas nacionales del siglo XX: la independencia soberana vs. dependencia admitida, y la dura demostración de que una revolución puede ser destruida por sus propios creadores. Ambos fenómenos le dan una vigencia indeterminada para entenderla como un proceso cultural de primera magnitud.

Su ocurrencia no puede ser resumida a hechos bélicos; tampoco es pertinente encontrar las causas de su indeseado final solo en la prematura muerte de José Martí y la intervención de los Estados Unidos en 1898; sería una miopía histórica. Mostrar la historicidad plena del 95 es el mejor legado que los historiadores podemos hacer. Si nos acercamos a ese acontecimiento con una visión tradicional —algo frecuente— no comprenderemos su tejido sociocultural e intelectual ni sus desaciertos políticos y de poder.

Entender la guerra como un fenómeno cultural nos da la capacidad de analizar el problema más agudo que lastró el anhelado triunfo del 95: la reproducción de un pasado colonial en el interior de una revolución que buscaba un futuro anticolonial. Si bien no podemos dejar de aquilatar los nocivos efectos que insuflaron la muerte de José Martí y de Antonio Maceo, las contradicciones entre los consejos de Gobierno y el General en Jefe Máximo Gómez, junto a la intervención norteamericana, también otros acontecimientos viabilizaron su frustración.

Más allá de la Revolución martiana

Después de 15 años de febril organización (1880-1895), José Martí logró los determinantes apoyos de Gómez y Maceo para iniciar la revolución. Tras el fracaso de la expedición de Fernandina (12 de enero del 95), el Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y los demás representantes de la revolución, acordaron, el 29 de ese mes, iniciar la contienda el siguiente 24 de febrero. Ese día más de 20 alzamientos dieron inicio al levantamiento masivo.

Durante tres años y dos meses la guerra alcanzó una dimensión nacional. Tras la tragedia de Dos Ríos, Gómez, Maceo, Calixto García, más los dos consejos de Gobierno, dirigieron una insurrección popular con una amplia participación social compuesta mayormente por exesclavos, artesanos, campesinos, intelectuales, jornaleros y grupos procedentes de la mediana y pequeña burguesía. Formalmente habían quedado resueltas las discrepancias entre los sectores militares y civiles provenientes del 68. Contribuyeron a esto el surgimiento y labor del PRC, la elección de Gómez como General en Jefe desde 1892, el acercamiento de este al pensamiento martiano como ningún otro independentista, y la simbólica fusión generacional entre los “pinos nuevos” y los veteranos del 68. Sin embargo, desde el inicio y a lo largo de la gesta diversos problemas comenzaron a contrariar ese indispensable espíritu libertador. La concesión de abundantes grados militares —sin los suficientes méritos de lucha— por parte de los dirigentes civiles y militares, más la aparición lenta y progresiva de fenómenos sociales originados por las estructuras de la dominación colonial, como nepotismos, privilegios, fraude electoral, actitudes racistas, favoritismos, disputas por el poder, actividades comerciales prohibidas, tráfico de influencias y diversos clientelismos, fueron corroyendo la revolución de adentro hacia fuera.

Las consecuencias ideológicas se hicieron notables: el pasado a eliminar se reprodujo en un presente que dio todas sus energías por un futuro independiente. Una hegemonía cultural con esquemas, normas y conductas coloniales catalizó la dilución de la épica mambisa.

El estudio de la revolución permite determinar que sus principales dirigentes populares fueron contrarios a tales procesos, que por su carácter objetivo se produjeron más allá de sus voluntades; muchas de sus actuaciones rechazaron tales prácticas sociales. Pero no ocurrió de igual modo con los deseos de las fuerzas y grupos no revolucionarios, como el autonomismo y la gran burguesía azucarera. Sus acciones corroboran que anhelaron solo un cambio de los propietarios del poder político. Sus estrategias se concentraron en capitalizar la revolución para sí.

Se trató de un proceso donde lo objetivo y subjetivo se combinaron hasta reformular el proyecto revolucionario, independientemente de las aspiraciones de los sectores populares encabezados por Gómez y Maceo.

Otra cuestión fue que para muchos dirigentes, patriotas emigrados y combatientes, la meta final de la contienda se centró en la liberación nacional sin concebir un cambio de las estructuras coloniales; la subversión de estas no se instrumentó. Solo la genialidad del Apóstol concibió la revolución a partir de la doble tarea de liberación nacionalrevolución social. Era la esencia de una nueva organicidad revolucionaria que le permitió a Martí proyectar la revolución como una profunda subversión cultural, pero el desconocimiento y la falta de interpretación de su pensamiento entre los hacedores revolucionarios obstaculizaron la expansión de sus ideas.

Ciento veinte años atrás: un viaje al futuro

De manera común hemos codificado que la Revolución de 1895 fue la superación de los dilemas de la Revolución de 1868; así, hechos como la Asamblea y Constitución de Jimaguayú (septiembre de 1895) se piensan como logros martianos, cuando sus resultados y letra fueron insuficientes para alcanzar el sueño de “con todos y para el bien de todos”. Si bien el 68 dejó problemas a resolver para la inmediatez patriótica, el 95 generó sus propias dinámicas, que en muy buena medida se hicieron más complejas que las del 68; por ende, la Guerra Necesaria no pudo resolver todos los problemas heredados por la insurrección de Yara. Incluso, sus problemas, asociados a una sociedad mucho más moderna que la de 1868, llegaron al siglo XX formando parte sustancial de los avatares políticos de la República mediatizada (1902-1958).

La Revolución del 95 fue la mayor empresa ideológica y social de los cubanos seguidores de José Martí y conducidos por Gómez y Maceo. Miles de hombres pelearon por la expulsión española. Sus ideales dieron paso a una cultura mambisa a través de la oratoria, la música, el teatro, la pintura, el periodismo, la poesía y las diferentes obras de la literatura de campaña. Decir mambí a fines del siglo XIX denotaba una actitud ante la vida, un modo de ser auténticamente cubano. Esa imagen echó raíces para convertirse hasta hoy en un indispensable pasado de la nación cubana.

Ya en pleno siglo XXI, las jóvenes y futuras generaciones irán construyendo sus propias visiones del independentismo cubano. Es la inevitable lógica de que cada generación hace su relectura de la historia. Es preciso entonces entregar una imagen más humana y multifacética sobre el 24 de febrero de 1895.

Los agudos problemas reproducidos inconscientemente o generados por sus propios hacedores, no nos deben asustar, sino alertarnos. La historia no es una imagen detenida en el tiempo que basta con maquillarla y presentarla en nuevas tecnologías. Es una ciencia en constante redescubrimiento. Su actualización es una necesidad ideológica y cultural que conecta el pasado y el presente. De ese modo a los jóvenes de hoy les continuará preocupando su historia, y dentro de 120 años podrán dialogar con los cubanos del siglo XXII sobre una fecha crucial de la nación, desde la cual el pasado es futuro: ¡24 de febrero de 1895!

*Doctor en Ciencias Históricas, vicedecano de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana

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