Consuelo de meditabundos, deleite de los arquitectos soñadores del aire. Así lo definió José Martí, quien sólo fuera ocasional fumador, pero contaba que el general Chingman, de la Nueva Carolina, decía maravillas de las virtudes médicas de la hoja del tabaco.
Antonio Núñez Jiménez, en sus excursiones por la geografía magnífica de Cuba, dejó en una de sus descripciones la mejor impresión que he escuchado sobre esas hojas: Con infinito placer, fumo sentado en la sólida base de una estalagmita… Ligero, el aire mueve las volutas de humo que brotan de mi habano y se levantan, se expanden y se transforman en castillos, imágenes difusas, cabelleras desplegadas, trombas en espirales…
El viejo cosechero pinareño Reinaldo Menéndez, la llamó la hoja de la curiosidad, refiriéndose al largo camino que se necesita transitar para el disfrute de un buen puro. Más de 140 operaciones diferentes, que no se hacen en un día, sino en todo un año, se requieren para el bautizo de este hijo pródigo y único de Cuba.
Se puede cosechar en otras tierras, pero las características de los suelos de la Isla le proporcionan aromas y sabores exclusivos y ningún fumador estará tan complacido como al saborear un Habano. Eso se lo he escuchado a muchos. A novatos y a expertos, a coleccionistas y a grandes personalidades, de esas que viajan cada año a este “pequeño caimán” movidos por el reto de degustar un Cohíba, un Vegas Robaina, o también para llevarse como trofeo un humidor con las mejores selecciones de puros, todo lo cual se encuentra en cada edición del Festival del Habano.
Las vegas finas de San Juan y Martínez y de San Luis, en el extremo más occidental del archipiélago, son insuperables para la cosecha de la hoja. Son tierras bajas, onduladas, movedizas, formadas fundamentalmente en los recodos de los ríos, que tienen la capa arable muy delgada, con acidez neutra y un aceptable contenido de potasio. Aquí nacen todas sus cualidades organolépticas.
El fino vestido que cubre a cada habano tiene tierras también de privilegios. San Antonio de los Baños, en La Habana es su cuna. Para evitar el exceso de sol ha de crecer cubierto por telas, y expertas manos recogerán una a una las hojas.
Del laberinto de la cosecha pasan las hojas al ensarte, al secado, a la curaduría, al torcido. Manos finas y expertas se requieren para construir el diseño de muchos soñadores: largos y gruesos, cortos y finos, ovalados, puntifinos, más de 60 vitolas diferenciadas por el largo, diámetro y liga, que se destinan a la exportación hacia todos los países del mundo, con la excepción de Estados Unidos, donde no lo comercializan oficialmente, pero sí le hacen la mayor propaganda.
La litografía distingue al puro cubano. Ella es obra de artistas y creadores. Más de treinta estuches consignan la belleza de su acabado. El más elegante es el Presidencial, que tiene el escudo de la República de Cuba. Todos los cajones tienen un sello de garantía: “Tabacos habanos genuinos”.
Más de cien millones, hechos completamente a mano, inundan cada año el mercado del tabaco, mas no satisfacen la demanda de un mundo ávido por deleitarse con un buen puro cubano, a pesar de todas las recomendaciones que se hacen sobre los efectos dañinos de esta práctica ancestral.
Y casi todos los fumadores inician o mantienen la costumbre por motivos sicológicos. “Para producir una descarga nerviosa”, dicen algunos, aunque el doctor Salvador Massip afirma: “es posible que no haya un hábito más extendido entre hombres y mujeres de todas las razas, de todo grado de cultura y de toda condición social”.
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