El sistema de control interno es como una rueda dentada.
Desde el punto de vista mecánico, ese engranaje permite transmitir potencia a una maquinaria. Imaginemos entonces a un centro de trabajo, de cualquier rama, en el que falle la observancia en la utilización de los recursos; es como si la corona (volante mayor) de un motor tuviera un diente partido y al llegar a ese punto en la rotación, el movimiento se detuviera, o sea, la actividad fallara.
Y eso, precisamente, es lo que debe evitarse a toda costa.
Las herramientas para ejercer el control debido existen y están perfectamente definidas: Resolución número 60/11, que establece las normas del sistema, y la Guía de autocontrol general. Además, hay infinidad de conferencias, talleres, encuentros, artículos y entrevistas sobre el tema.
En fin, en el plano teórico todo está claro. ¿Dónde falla el “engranaje” entonces? En la ejecución práctica. Para que exista un clima de eficiencia, orden y disciplina, el control no puede significar una responsabilidad solamente de la dirección administrativa y del equipo económico-financiero, pues todos deben sentir y hacer efectivo el compromiso de velar por la adecuada utilización y empleo de cada recurso disponible.
A mi modo de ver, no se trata solo de evitar los hechos delictivos y de corrupción —lo cual es muy importante—, sino también de hacer primar los valores, la ética y la moral de cada quien, y para ello, como tanto ha insistido Gladys Bejerano Portela, contralora general de la República, resultan imprescindibles las acciones de preparación para prevenir y educar, y la activa participación de todos.
Recientemente, Ulises Guilarte De Nacimiento, secretario general de la CTC, subrayaba que aún no es eficaz el ejercicio de control por parte de los trabajadores como dueños verdaderos de los recursos. Y preguntaba: ¿por qué persisten debilidades en ese sentido?
Resulta evidente que aún falta conciencia de la significación que tiene el control interno, cuya ejecución, como señalé, solo se deja a la dirección administrativa y al equipo económico-financiero, y no es un asunto evaluado en las asambleas de afiliados y en las reuniones con los trabajadores, que deben realizarse al término de una auditoría o cualquier otro tipo de acción controladora.
El propio concepto del sistema de control interno define con claridad su alcance: “Es un proceso integrado a las operaciones, con un enfoque de mejoramiento continuo, extendido a todas las actividades inherentes a la gestión, efectuado por la dirección y el resto del personal (…). Se implementa mediante un sistema integrado de normas y procedimientos que contribuyen a prever y limitar los riesgos internos y externos, y proporciona una seguridad razonable al logro de los objetivos institucionales y una adecuada rendición de cuentas”.
En su materialización es esencial autoevaluar la gestión de manera permanente, y cuando proceda, elaborar un plan para corregir las insuficiencias, adoptar las medidas administrativas que correspondan, dar seguimiento adecuado en el consejo de dirección, comunicar sus resultados al nivel superior e informar a los trabajadores.
La falta de rigor que existe en numerosas entidades del país se evidencia en las auditorías y acciones diversas que se ejecutan por parte de la Contraloría, la Fiscalía y otras instituciones. Persisten las evaluaciones de deficientes y con frecuencia son detectados presuntos hechos delictivos.
Si la “rueda dentada” del control permanece con un diente o varios de ellos dañados, y todos no intervienen en el funcionamiento para “mantener la movilidad y elevar la potencia”, el mecanismo se paraliza y entonces la quebradura se hace dominante. Por muchas razones, eso no debe suceder ni permitirse.