No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché a Celina González. Debo haber tenido tres años, a lo mejor dos. No puedo dar fe de ello. Debe haber sido en uno de los tantos programas de la música campesina que se escuchaban en el radio de la casa de mis abuelos maternos. En ese entonces, ese era el efecto electrodoméstico más importante que teníamos en casa. Mi abuelo Merejo no tenía piedad. A las cinco de la madrugada, ponía las canturías que muchas veces se interrumpían con sus elocuentes cuentos.
Así me fue conquistando la música campesina, y en particular la voz de aquella mujer que me emocionaba por la pasión que le ponía a su canto. Ella me devolvía en sus letras el amor al campo, el gusto por los ríos y arroyos, el olor de las mariposas; la grandeza de las palmas o la belleza del cielo azul. Yo quería ser como Celina.
En esos primeros años en que uno soñaba con lo que iba a ser cuando fuera grande, hice mis intentos como cantante, incluso llegué a improvisar versos frente a mis padres, abuelos y tíos que aduladores aplaudían mi inocente atrevimiento.
A través de la radio inventé el rostro de Celina, no fue hasta la década del 70 (del pasado siglo) que en casa llegamos a tener un televisor. El aparato casi llegó a sustituir al radio, y por supuesto, el programa Palmas y Cañas (hoy el más antiguo de la televisión cubana) se convirtió en el favorito de mi familia. A las siete de la noche de los domingos podían en otro canal poner una buena película, más en casa nadie podía cambiar el televisor.
Fue así que conocí a la Dama que hacía estremecer a los cubanos con la mítica canción Que viva Changó, o A Santa Bárbara. Cuando entonaba Yo soy el punto cubano una sabía que era así, no había otra como ella. Y con ese gusto crecí, amando sus canciones, buscándola en Palmas y Cañas o en otros espacios donde pudiera aparecer.
Con el tiempo, me di cuenta que mis dotes para el canto nunca llegarían a ser como las de Celina, y me conformé con entornar las canciones en la cocina de mi hogar o escucharla a ella una y otra vez en la grabadora. Ella era y es única, por algo fue llamada la Reina de la campiña cubana.