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La noticia de la muerte de Raúl Pomares (Las Tunas, 1934 – La Habana, 2015) ha entristecido a miles de seguidores de su arte, en Cuba y en el extranjero.
En las redes sociales y en los foros de los medios digitales, muchas personas han dejado sus condolencias.
No es casual. Pomares era —sigue siendo, de hecho— uno de los más populares actores cubanos, figura primordial de la cinematografía y la televisión nacionales.
Ahora mismo, en la telenovela cubana de turno (La otra esquina), Pomares interpreta a uno de los más entrañables personajes de la historia… y sin necesidad de abrir la boca.
Es que en su trabajo habitual el actor hacía gala de una de sus mejores cartas de triunfo: una organicidad absoluta, una comprensión e identificación ejemplar con sus roles.
Por eso absolutamente ninguna de las interpretaciones de Pomares, ni siquiera las más pequeñas, dejó indiferentes a la crítica y al público.
Cuando se escriba la historia del cine cubano revolucionario, habrá que hablar con toda seguridad de Raúl Pomares.
Su carrera es impresionante: más de treinta filmes, desde su debut en La primera carga al machete en 1969.
Después participó en importantes producciones, casi a razón de una por año.
Su espectro era amplísimo, estaba a la altura de todos los géneros. Pero tenía una especial habilidad para la comedia.
Raúl Pomares era un maestro, en todos los sentidos de la palabra. Maestro por la excelencia de su trabajo, y maestro por su labor pedagógica: fue profesor en la Escuela Internacional de Cine, Radio y Televisión de San Antonio de los Baños.
Y era un hombre humilde, que creía más en el trabajo de todos los días que en los reconocimientos.
Es más, es evidente que en vida no recibió todos los que merecía. Pero al menos el más importante sí lo disfrutó: el cariño de un pueblo agradecido.
