Por Antón Vélez Bichkov
Tras meses de letargo, Paraíso tropical (2007) recuperó su ritmo de estreno y ahora presenta mejores credenciales. Taís mata a Evaldo, tiene que evadir la justicia y suplanta a la gemela buena (como manda el género desde El príncipe y el mendigo). Todo en “apenas” 76 capítulos (104 en la versión brasileña). Una friolera —diría el dúo autoral Gilberto Braga y Ricardo Linhares.
Presos a la máxima de que la “telenovela es el arte del mientras tanto”, los guionistas olvidaron otra frase célebre de Janete Clair, la maga del folletín brasileño: se puede economizar todo, menos la emoción. Las citas no serán textuales, pero las ideas sí.
Tanto demoró en cuajar, que tras cuatro meses en pantalla, ya parecía no tener remedio. Pero sucedió el “milagro” y después de una divagación, contradictoriamente articulada, parece que halló el rumbo.
Malabares hizo el editor para llegar a la versión que ahora vemos (140 episodios de los 179 originales). Su radical opción de meter 50 en 19, aunque optimizó el producto, nos dejó un sabor de desconcierto. ¿Cómo puede, si virtualmente no sucede nada, sacrificar sus contados segundos de impacto? (Por ejemplo, Antenor cayendo de un segundo piso para no ser descubierto por Ana Luisa).
La respuesta quizás esté en su primera fase, marcada por temas “fuertes”, que fue preciso amenizar a toda costa. También por ello puede haberse dado la demora (claro, quien conoce a Braga sabe que él no suelta todo en un principio).
Y he ahí el gran escollo de la serie: no parecía obra suya. Escenas infinitas, con tempo intolerable e incómodas lagunas de silencio. Como quien no quiere salirse del reino extrarrosa de Manoel Carlos, cuyas Páginas de la vida (2006) se vieron con más éxito justo antes de esta trama.
Para llegar a Por amor (1997) solo faltaban Regina Duarte y la hija, porque Fábio, glamur, clase media y amores sin gracia (empezando por los protagonistas) estaban. Pasando, como es obvio, por el bossa nova, su eterno compañero.
Por momentos, era un Gilberto Braga del pasado. El de Dancin’ Days (1978) o Agua viva (1980), verde como autor, con una imaginación bien pequeñita, pero con un vuelo en el diálogo y una veta sociológica envidiable. Nada que ver con el vibrante escritor de Vale todo (1988), cuyos bríos extrañamos aún hoy.
Estaban todos sus clichés. Pero faltaba su garra.
Formalmente la historia siempre estuvo en movimiento. No se niega. Actores entraban y salían. Ciclos se cerraban y abrían. Pero la novela no tolera “temporadas”.
Amén de intrigas de poca monta, escenas mal colocadas, situaciones pobres, incluso ingenuas (nunca vi tanto accidente en la avenida Atlántica, ni carteles “un tiempo después”), había una elemental traba: todo nuevo bloque tiene introducción, nudo y desenlace, con la respectiva pérdida de tiempo y un pico bastante corto al final.
La propia realización, plana y con el anticlímax como pauta, hizo menos llevadera esta espera. Al carecer de música de apoyo, muchos altercados se volvían escándalo de teledebate. Y secuencias que aspiraban a crear suspenso no valían ni para provocar bostezo.
La de veces que Linhares nos dejó colgados después de alguna apetitosa zanahoria. No concibo que los dramas de Dinorah sean más folletinescamente productivos que el intento de suicidio de Fabiana o el infarto de Antenor.
Pero ustedes lo vieron: la “ahijadita” de Gilberto Braga (debutó de niña en Agua viva) salía más que las estrellas. Gracias que la racionaron en la poda del principio. Ídem a Neli, con sus artimañas para unir a Fred y la hija, mucho más acentuados en los capítulos siguientes.
Insensato corazón (2011), la siguiente obra del dúo, importó parte del elenco, personajes y algunas líneas clave y también sufrió de una inexplicable dilatación de sus conflictos: Norma es engañada, va presa y apenas en el capítulo 100 sale de la cárcel para poner en práctica su venganza. Solo entonces todo cristaliza y los ratings se disparan.
Estas opciones (errores más bien) confirman la pobre estirpe novelera de un autor tan regular como Linhares, responsable de la escaleta y el tratamiento final, además de algunos rotundos fracasos.
Por ahí quedó perdido el amor de Mateo y Camila y algunos otros buenos movimientos. Pero nada peor que el baño de María en que cocinaron la oscilante situación de Taís y Evaldo, que solo en su cierre vino a explicar a lo que vino.
Tarde se dieron cuenta de que sobraban los complots de oficina, que hay más química entre Olavo y Bebel (lo mejor) o que las gemelas no cumplían función alguna (a pesar de estar preparando su embate). Y sobre todo, que Alessandra Negrini no era apta para el rol.
Gilberto mismo lo dijo. Y con razón. Paula es insoportablemente sosa, mientras Taís está tan subida de tono, que molesta (agudizado por un doblaje lleno de melindres). Taís como Paula se sale un tin mejor (y la dobladora Laura Ayala la acompaña en la sutileza).
Bendita la Globo, que con su envidiable pericia técnica lo hizo más creíble, porque la mirada de la actriz sigue vacía cuando encara a la hermana.
Qué diferente de una Glória Pires en Mujeres de arena (1993) (que no solo presta su argumento, sino aporta soluciones: Ruth y Raquel cambian lugares tras un naufragio en alta mar ¿recuerdan?). En esta, le faltó destaque, hasta que el romance de Antenor la rescató y le dio mucha mayor sustancia.
Fábio Assunção, demacrado y mecánico, con los ojos desorbitados como único recurso de expresión. Mejor se sale el contrincante, Wagner Moura, actor-fetiche de la crítica. Su talento se impone a la falta evidente de carisma. Qué decir de Tony Ramos, soberbio, sobre todo en las grandes parrafadas del inicio.
Punto alto de la primera fase fue el par Lucas-Ana Luisa, cuyo conflicto se tejió con delicadeza y emoción, lo que sin duda le garantizó el retorno a pesar de no estar previsto. Tampoco lo estuvieron Alice y Lutero, introducidos para mover la trama. Y todo indica que lo logran.
Sin embargo, la “reina de la noche” es Camila Pitanga, con su exuberante y espontánea Bebel. La prostituta se robó el show y le dio “catiguria” para ser la Carol en Insensato… (más seria y dramática) y en el 2015 protagonizará a Rio Babilônia, el nuevo cartuchazo del dúo, al que se suma João Ximenes Braga, devenido coautor, tras colaborar en ambas inclusive.
Felizmente, la Televisión Cubana, luego de siglos alternando novelas, nos brindó la primera teleserie diaria desde Amor con amor se paga (1991). Y así hizo más tolerable los vaivenes de Paraíso… (datos de recepción y audiencia nos ayudarían a comprender su impacto, pero al parecer son top secret).
Pero descuiden, tan mala opción no es para el programador cubano. Algunos conflictos remiten al cotidiano nacional, como los problemas vecinales del Copamar, la posada “por cuenta propia” o incluso el turismo erótico y la lucha contra la homofobia. En eso, los brasileños aún tienen muchas cosas que enseñar. Y la televisión de aquí aprender.