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Santiago puede, Matanzas no

por Juanita Perdomo Larezada y Betty Beatón Ruiz

Fue un lector el de la idea. Luis Chacón Téllez propuso a Trabajadores comparar por qué en Santiago de Cuba sí y en Matanzas no. La interrogante del matancero surgió luego de ver cómo en el noticiero nacional de televisión ponderaban las ofertas del Cerdicentro de la urbe indómita, el reverso del yumurino.

Carne fresca y frita, ahumados, vísceras, cabeza, patas, lacón, tocineta y chicharrones, solo algunos de los renglones proveídos de manera sistemática  por la Empresa Porcina de la oriental región, realidad tan  contrastante como los más de 800 km que separan a una y otra ciudad.

El santiaguero Justo Olivera siempre compra allí. “Para mí resulta mejor en todos los órdenes que en cualquier otro lugar y tienes la garantía de un producto seguro, puedes ver lo que pides en las pesas digitales, además de la opción de escoger entre tanta variedad”.

Según Israel Frómeta Traba, uno de los siete empleados, aunque el camión con la mercancía suministra casi a diario, los mayores surtidos llegan los fines de semana, cuando más público acude, estabilidad en los abastecimientos revertida en el cumplimiento de los planes de ingresos.

Pese a que los precios de la carne fresca (35,90 pesos el kilogramo),  el jamón pierna (55,45 pesos el kg) y el lomo ahumado (52,15 pesos el kg), de constante demanda,  no están al alcance de todos, vale señalar su inferioridad en relación con los fijados por los vendedores no estatales.

Gordo allá, famélico aquí

Mientras el Cerdicentro de la Ciudad Héroe continúa siendo fiel al diseño de oferta que lo originó, el de la intersección de Milanés y América, en plena Atenas de Cuba, vive en total promiscuidad.

Con esporádicos jamón, mortadella, queso y huevo, soporta sus peores días un establecimiento donde el cigarro clasifica como el único producto seguro en la pizarra. “Nunca falta”, advierte Alberto González, uno de los clientes que prefieran llamarlo Cigarrocentro, “para que nadie se confunda y sepa que encontrará solo Aroma y Titanes y no carne de cochino”.

Cierto es que el único mamífero que ofrece el Cerdicentro del occidente yace  dibujado en una de las paredes, como recordatorio bastante sarcástico  de una identificación que se irrespeta.

Pablo Pérez Laza, dependiente en todas sus épocas, no recuerda que la unidad haya vivido racha así de mala, un término demasiado enjuto para significar los tres años sin que le sirvan la gustosa fibra. “Ni siquiera nos beneficiamos con las ventajas de fin de año. Ni ahumado se pudo vender”, dice y detiene su declaración para explicarle al hombre que lo interpela.

Es normal que una y otra vez Pérez Laza afronte y enfrente a las decenas de personas que como Armando Sardiña cuestionan la insuficiencia para mantener las carnicerías estatales cuando los particulares sí lo consiguen.

La mejor ubicación la buscó aquel cuentapropista. Armó el punto  en la acera opuesta. “La mayoría sale, cruza la calle y compra  al doble del valor  estatal, una lista donde lo mismo las patas cuestan entre 8 ó 10 pesos, por no hablar de los 35 de una libra de carne limpia”.

Aclara que “eso nunca sucedió en la administración de la Empresa Porcina. Llegábamos a vender hasta 25 mil pesos en una mañana y había para cualquier gusto y bolsillo. Ahora, ahora llevaba yo unos 15 días sin ingresar un medio hasta los 168 pesos del 5 de enero”.

Subordinados también a empresas como la de Establecimientos Especiales de la Gastronomía y ahora a la Municipal de Comercio, “nunca más ha sido lo mismo…”, lamenta Pérez Laza.  “Si Porcino volviera…”.

Quizás retornarían los años de gloria, este carnicero vería incrementarse su salario de 250 pesos (venda o no venda)  y podría salvarse el centro que agoniza y no precisamente de fiebre porcina.

Descompuestos una de sus dos neveras, el exhibidor, el clima central (alguien cargó con el motor)…, el 85 por ciento de un equipamiento inservible, carcomido por el tiempo que fue afectando hasta los enchapes de los mostradores. Como si fuera poco, “los instrumentos de trabajo desaparecieron y solo usamos los nuestros”, se quejan.

Nada en la céntrica esquina parece estar completamente sano, nada, excepto la esperanza de carniceros como Pablo, desesperados porque el Cerdicentro Milanés recobre las libras que le faltan, un sueño que directivos de Comercio aseguran es imposible de cumplir.

En presencia del director, el económico  Juan Manuel González Jaca suelta la cifra sin el menor titubeo. “Solo contamos con 85 toneladas para el año, todas las cuales serán procesadas en un nuestro centro de elaboración, unidad que se nos acaba de entregar”.

Con esa cantidad, explica,  deberán garantizar expendios  de ahumados, tocinetas, y otros subproductos en los tres mercados ideales de la urbe matancera , y en la feria dominical, los destinos prioritarios, una cifra que no rinde para otra boca, la del Cerdicentro.

A juicio de los directivos, con unas 400 t anuales podría suministrársele algo a la carnicería de marras, pero nunca carne natural. “Serían productos elaborados y semielaborados”, estimaron.

¿Quién le sirve al Cerdicentro Milanés?

Son la industria y el Turismo los destinos a los que la Empresa Porcina en Matanzas consagra el grueso de sus producciones, realidad común al resto del territorio nacional, salvo que Varadero, el polo de ocio que más visitantes hospeda en Cuba, es insaciable.

Así y todo, de las cifras reservadas a otras rutas (en particular la Gastronomía y en menor medida a Comercio), el Consejo de la Administración Provincial (CAP) se las ingeniaba para proteger el apetito del Cerdicentro. Entonces la comida no le faltaba.

Hoy, la carnicería no figura en plan de abastecimiento alguno, lo que obvia olímpicamente la especialización que la fundó, un asunto muy perjudicial si se analiza que en ningún otro sitio de la ciudad existe venta estatal de carne fresca, salvo rarísima excepción.

Experiencia es lo que le sobra a Matanzas en la protección de unidades con un menú específico. Es su recia postura en la preservación del  diseño de carta garantía del pescado en el Polinesio, la carne de res en Monserrate o la propia de puerco en las Cuevas de Bellamar. ¿Cuesta demasiado algo igual para el Cerdicentro Milanés?

Tal y como el lector Luis Chacón Téllez sugirió a Trabajadores, “bien que podría contratarse a algunas formas productivas (cooperativas agropecuarias o de crédito y servicios) que garanticen estabilidad, calidad y variedad en los suministros… Algo hay que hacer. La población merece otras opciones que no sean sola la de los privados”.

A los consejos de la Administración Provincial y Municipal, al grupo empresarial de Comercio, la Gastronomía y los Servicios, y quizás a la propia Empresa de Porcino, corresponderá decidir cómo salvar de una muerte segura al centro que ellos mismos un día crearon.

Características socioeconómicas aparte, el Cerdicentro santiaguero se perpetúa como un oasis que vale la pena multiplicar. Cebar el yumurino es la única alternativa posible. Solo así Chacón Téllez dejará de preguntarse por qué en Santiago sí y en Matanzas no.

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