Icono del sitio Trabajadores

Bien jóvenes

Dayesi Torriente y Alfredo Ibáñez en El lago de los cisnes. Foto: Yuris Nórido
Dayesi Torriente y Alfredo Ibáñez en El lago de los cisnes. Foto: Yuris Nórido

 

Lo mejor de La magia de la danza, el espectáculo que el Ballet Nacional de Cuba presentó en su primera temporada   del año, es la oportunidad de tomarle   el pulso al trabajo de jóvenes valores   del elenco. De acuerdo, siempre es un placer ver a tantas primeras figuras en   una sola noche, pero esta antología del   ballet del siglo XIX, en versión de Alicia Alonso, ofrece casi siempre roles   principales a solistas emergentes. Es,   de alguna manera, el preámbulo de los   grandes debuts.

A juzgar por la seguridad y el entusiasmo   con los que Lissi Báez asumió   su Swanilda, está claro: ya está preparada   para estrenarse en el papel protagonista   de Coppelia. Su capacidad de   girar es asombrosa; su línea de danza,   fluida… pero lo mejor es el compromiso   con el estilo y el personaje.

Otros solistas también han convencido:   Dayesi Torriente interpretó   el adagio del segundo acto de El lago   de los cisnes con serena corrección;   Serafín Sánchez y Alejandro Silva están   listos para empeños mayores. Luis   Valle tiene condiciones, pero le convendría   un poco de sosiego: el ballet no es   (no tendría que ser) una competencia   de proezas técnicas. Y otro consejo, que   le viene muy bien en ocasiones al bailarín   principal Adrián Molina: es mejor   hacer dos piruetas bien, que cinco sin   la certeza de cerrarlas correctamente.

Un último párrafo para el cuerpo   de baile: hace falta más trabajo en los   salones de ensayo. En el fragmento de   Giselle, como es habitual, luce muy   bien. Pero en otros bailables es evidente   cierta falta de homogeneidad, que   desluce y resta contundencia. Resulta   notable la incorporación de jovencísimos   bailarines, a los que obviamente

Compartir...
Salir de la versión móvil