Bayamo. — Para quienes estábamos acostumbrados a disfrutar de sus elegantes movimientos en el box, esta vez nos costó trabajo imaginar a Norge Luis Vera sin la pierna delantera flexionada y ese dominio ponchador que lo hiciera imbatible en torneos nacionales e internacionales. Ningún hecho ocasionó más emociones en el partido de peloteros veteranos, celebrado este fin de semana en el estadio Mártires de Barbados, en Granma.
La frase de uno de sus compañeros de siempre, otro santiaguero, Alexei Bell, lo animó a pedirle la bola al mentor Felipe Sarduy en el cuarto inning. “Hazlo, tú puedes. Es un momento que puede quedar para la historia”. Y quedó, aunque lo más importante ni siquiera fue que le dieran dos hits consecutivos, sino el esfuerzo por tirar, por dar strikes, por volver a la lomita tras un serio accidente en el que casi pierde la vida.
El aplauso del público local completó la hazaña, como respaldo de fidelidad a un Vera que volvía a ser ejemplo de voluntad, dedicación y entrega. Solo cuatro días atrás había estirado el brazo con su hijo Norge Carlos en la Eide santiaguera y muchos recordaron que este mismo año había dejado de usar el bastón tras la última operación.
“Me duelen todos los músculos, pero este aplauso de los granmenses da mucho aliento para seguir adelante”, reconoció uno de los serpentineros que más historia escribió para Santiago de Cuba, territorio al que quiere tributar sus conocimientos, pues “hay muchachos jóvenes con talento, que tiran más de 90 millas y tienen condiciones para hacer y superar lo que hice”.
La tarde del 27 de diciembre, cuando los veteranos de Occidentales superaron 17-12 a Orientales, será inolvidable para muchos, por fildeos poco ortodoxos como el de Alexander Ramos, el jonrón con bases llenas de Evenecer Godínez y el definitivo racimo de 10 carreras de los del Oeste en el tercer capítulo.
Sin embargo, si hubiera que quedarse con minutos excelsos y cumbre del partido, voto por el aplauso a Norge Luis Vera, el abrazo con Lázaro Vargas cuando se retiraba al banco y la sonrisa regalada al primer niño que le pidió un autógrafo cuando salía del club house para que nadie viera sus ojos felices, pero llenos de lágrimas.