Zeferina todavía vive en los recuerdos de Reinaldo Guido Castaño Spengler. La encontró en una zona muy apartada de la geografía nicaragüense, a principios de la década de los 80. Entonces pensó en la heroicidad de “nuestras mujeres”, incorporadas al Contingente Pedagógico de Maestros Primarios Augusto César Sandino, que durante cinco años prestó sus servicios en aquel país, poco tiempo después de haber sido derrotada la tiranía de Somoza.
Han transcurrido 35 años, y Guido —uno de los asesores de aquella gesta entre 1980 y 1982— considera imprescindible rememorar el quehacer de los más de 4 mil educadores que de manera voluntaria dejaron en la patria de Rubén Darío una huella profunda.
Allí, el profesor de Ciencias Sociales, que ya acumulaba una vasta experiencia educativa —iniciada en 1955 al graduarse como maestro normalista y luego trabajar durante tres años en la Sierra Maestra— comprendió la razón que tienen los pueblos para liberarse y derrotar las dictaduras.
Prácticamente recorrió toda la nación. Tenía la responsabilidad de visitar a los docentes en sus comunidades, conocer los problemas de alojamiento, alimentación, seguridad; y en ese contexto comprendió la gran tarea que en el orden educativo y de salud debía enfrentar la naciente Revolución sandinista.
A sus 78 años, este hombre, que dedicó cuatro décadas de su vida al magisterio, considera que en la historia de la pedagogía cubana no hay otra misión de esa naturaleza, teniendo en cuenta las circunstancias en que laboraron y el peligro real al que estuvieron expuestos por las bandas terroristas al servicio de los intereses estadounidenses, acciones que arrebataron la vida de Pedro Pablo Rivera Cue, Bárbaro González, Águedo Morales y Francisco Concepción, mártires de esa epopeya.
En tierra lejana, dos vivencias
Cuando Marina Cedeño Agramonte llegó a tierra nicaragüense en 1979 se percató de que hasta esos instantes no había afrontado condiciones de vida tan difíciles, a pesar de haberse formado como maestra Makarenko en el plan Minas-Topes-Tarará.
Integrante del primer grupo, fue ubicada en el departamento Chontales, en la comarca El Parlamento, donde no había ni un solo maestro. Lo primero que hizo fue realizar un pesquisaje de los niños y de los adultos que no sabían leer ni escribir (“y eran casi todos”). Luego los vecinos del lugar construyeron la escuelita con materiales rústicos. Ella pensó entonces que no iba a soportar tantas dificultades.
“Al conocer Nicaragua —expresó— me quedé abismada por su pobreza, heredada de muchos años de dictadura somocista. La experiencia fue valiosa, me ayudó a ser mejor maestra, una persona más humana y a sentir como propio el padecimiento ajeno. La familia que me dio cobija era de las de mejores condiciones, pero en realidad la casita era de madera, de bambú y piso de tierra, espacio que compartíamos con el perro y el chanchito (cerdo).
“Luego me hicieron mi cuartito, con una camita de cuero de vaca. Después la dirección del contingente me envió un colchón, un mosquitero, y me apoyó en cuanto a la alimentación, la cual compartía, pues no podía comer mi arroz y mis frijoles mirándoles a los ojos de los pobres que me rodeaban”.
Han pasado muchos años, pero los recuerdos de aquella etapa resultan inolvidables para esta mujer que en la actualidad se desempeña como maestra (jubilada reincorporada) en la escuela primaria Pedro Albizu Campos, en el municipio capitalino de Marianao, donde casualmente también labora como oficinista José Ángel González Espinosa.
Él llegó a Nicaragua en 1981, como parte del segundo grupo, y fue ubicado en la comunidad montañosa Silvi Coperna, en el municipio Siuna, departamento de Zelaya Norte. Allí, por la preparación que había recibido en Cuba, sabía lo que le esperaba; y su primer quehacer, al igual que Marina, fue construir la escuela con la ayuda de los campesinos.
No obstante, en aquel lugar, cerca de la frontera con Honduras, estuvo poco tiempo, pues un buen día alguien le dijo: “Maestro, recoja sus cosas porque hay bandas en la zona”. Ahora, orgulloso de la proeza colectiva, José Ángel contó que en ese entonces le preocupaban más las culebras que los contra. Así, con un machete en la mano, salió caminando solo por un terraplén hasta llegar al pueblo.
Ya en otra comunidad impartió clases desde 1° hasta 6° grados. “Los niños tenían mucho interés en aprender —dijo—, eran obedientes, muy nobles, demostraban cariño, cuidaban y aprovechaban mucho la base material de estudio. La escuelita estaba lejos de la casa donde yo residía y ellos me llamaban para que yo almorzara en sus casas. Al principio me costó trabajo, porque no estaba acostumbrado a comer las tortillas de maíz, pero ya luego todos compartíamos lo que había”.
Felicitan a educadores cubanos
“Los educadores han sido y son un baluarte de la Revolución. Les deseo a todos los mayores éxitos en su vida personal y en su trabajo”. Tal mensaje, para hacerlo extensivo, hizo llegar a nuestra redacción José Ramón Fernández Álvarez, asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, a propósito de celebrarse este 22 de diciembre el Día del Educador. Igual sentir expresaron los titulares de Educación y Educación Superior: Ena Elsa Velázquez Cobiella y Rodolfo Alarcón Ortiz, respectivamente, así como el secretario general del Sindicato de los Trabajadores de la Educación, la Ciencia y el Deporte, Ismael Drullet Pérez.
Los textos reconocen que la jornada de homenaje evoca el espíritu de combate de tan heroicos meses en que Cuba proclamó ante el mundo su victoria por el triunfo de la Campaña de Alfabetización, proeza de singular valía, abonada con la sangre generosa de los mártires. El compromiso de los pedagogos se agiganta ante los retos del siglo XXI y la Revolución confía en ustedes porque en sus manos está el futuro de la patria.
De igual manera, es válido reconocer la dedicación de los educadores cubanos, que desde los diferentes organismos formadores, y tanto dentro como fuera de Cuba, enaltecen las conquistas de nuestro sistema educacional.
Un nombre indispensable
Al hablar del Contingente de Maestros Primarios Augusto César Sandino, un nombre indispensable es el de Georgina Ramírez Cruz, quien desde la dirección de cuadros del Ministerio de Educación tuvo la responsabilidad de seleccionar al personal para cumplir aquella misión.
Jubilada hace unos años, para Georgina esa tarea tuvo gran trascendencia no solo porque se dio a conocer a través de la voz de Fidel durante el acto del 26 de Julio de 1979 en Holguín, sino por lo que tal gesto solidario significaba para la Revolución sandinista.
Se enviaron maestros en representación de toda Cuba, y el primer grupo estuvo integrado por mil 200 personas, quienes durante 10 días seguidos se trasladaron hacia aquel país. “El requisito era ser maestro, estar ejerciendo y tener más de tres años de trabajo”, señaló Georgina.
Resaltó la labor desarrollada por Mercedes Almiñaque Guzmán, quien en una primera etapa dirigió la misión y, que como otras, no dejaba de ser riesgosa a cambio de hacer un bien. “Esos hombres y mujeres, cuyo promedio de edad no pasaba de 30 años, trabajaron en lugares donde no iba nadie, en condiciones muy difíciles, pero tuvieron la aceptación del pueblo, de la clase más humilde.
“Fue una tarea oportuna y riesgosa, y si ahora el Frente Sandinista está ahí, creo que también se debe en alguna medida a la preparación que brindó nuestra gente, que en aquel momento preparó a los niños y a los jóvenes que hoy asumen los principales cargos de dirección en Nicaragua. Ese es el trigo recogido”.