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Maestra, siempre

Matilde recuerda a todos sus alumnos y les guarda cariño, incluso a los primeros, que hoy son mayores que ella. Fotos: De la autora
Matilde recuerda a todos sus alumnos y les guarda cariño, incluso a los primeros, que hoy son mayores que ella. Fotos: De la autora

Todos los muchachos que cursan estudios en la escuela secundaria básica Javier de la Vega Basulto, en Camagüey, conocen a la profe de la risa contagiosa que da las clases de Historia y Educación Cívica. Intuyen que Matilde Jova González no es joven y que cuenta con las primaveras suficientes como para ser madre, abuela y bisabuela, pero saben que prefiere ser maestra.

Por eso cuando convocaron a los jubilados para que regresaran a las aulas y apoyaran el avance del sector, ella, sin titubear y sin hacerle caso al almanaque, fue de las primeras en dar el sí, y “de eso no me arrepiento hoy”, asegura.

Y es que a Matilde el magisterio se le convirtió en uno de los más grandes orgullos en la vida, a tal punto que se siente maestra dentro y fuera de la escuela, y hasta en la casa.

¿Cómo escogió esa profesión?

“Cuando era joven le hice caso a mi madre, que le gustaba y la escogí. Pero yo verdaderamente la empecé a sentir cuando me gradué en 1959 de maestra normalista y fui a trabajar como voluntaria con el Departamento de Ayuda Técnica Material y Cultural al Campesinado Cubano a un pueblo de Esmeralda. Allí fue mi primer encuentro y me marcó para toda mi vida. Por el día le dábamos clases a los niños y en la noche prácticamente alfabetizábamos porque los campesinos tenían poco nivel escolar”.

Luego fue a Tropezón, un poblado de Santa Lucía, donde en una valla de gallos o debajo de un árbol daba las clases, y es que “era lo que se podía en esos años”. También trabajó en San Miguel de Nuevitas, “otro pueblito, porque antes había que empezar por el campo para luego, por escalafón, ir a la ciudad.

“Y estando allí fue que viví uno de los momentos más gratos de mi vida: hablar con Fidel. Él estaba dando un recorrido y cuando los muchachos me llaman para que lo viera, me pone la mano en el hombro y pregunta que quién era la maestra porque como yo era muy delgada y bajita, parecía un alumno más.

“Todos me señalaron y enseguida nos pusimos a conversar. Me emocioné tanto que hasta le dije doctor. Y una promesa y todo le hice: le dije que envejecería con la Revolución y seguiría siendo maestra; y se lo he cumplido, aunque él no se acuerde de mi”.

Luego Matilde continuó su peregrinar por los campos camagüeyanos. Tuvo hijos; dio clases en la enseñanza secundaria básica y más tarde en la Enseñanza Media. Fue secretaria docente y casi administradora de un centro estudiantil, solo porque hacía falta uno y ella podía hacerlo. Y así siguió impartiendo clases de su asignatura Historia hasta que le llegó la jubilación.

“Pero no paré de trabajar, que va: fui profesora del Ministerio del Interior y organizadora del movimiento cultural comunitario Amigos del Danzón hasta que un día me llaman porque hacía falta una coordinadora municipal del movimiento sindical de educación. Allí hasta vanguardia nacional fui por siete años”.

Y luego cuando convocan a los maestros jubilados regresa al magisterio, ¿piensa descansar?

“Creo que no porque yo me siento maestra siempre, incluso hay veces que voy por la calle y trato a la gente como a mis alumnos. Mi familia, a veces, me dice que ya es hora de que vaya para la casa, pero saben que esto me gusta y me apoyan. Además, mis asignaturas son formativas y lo que yo siento por la historia, por mi país se lo transmito a mis alumnos y ellos me responden como yo quiero.

“Y cuando mi esposo murió, me deprimí mucho y fue la escuela la que me ayudó a superar la situación. Me parece que seguiré dando clases hasta que la vida me lo permita”.

 

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