Un perímetro que no llega a los 100 metros cuadrados se inunda de alegría con el ajetreo diario de niños de manos de sus padres, adolescentes y jóvenes universitarios haciendo maldades, pasándose mensajes desde sus celulares y con libros en las mochilas como quien lleva la esperanza y las ilusiones a cuesta.
Todos andan con sus uniformes planchados y el blanco de sus camisas, blusas y batas se torna pureza y paz. Es ese el escenario que desde el balcón de mi casa diviso cada mañana.
Confieso que más allá de dificultades y entuertos que debemos superar en nuestra sociedad, que sabemos “no es perfecta”, me renueva la imagen cotidiana.
Los padres de estos niños tienen trabajo, lo mismo en el sector estatal como en las nuevas formas de gestión autorizadas en el país. Ellos residen en una provincia donde la mortalidad infantil es inferior a 3 por cada mil nacidos vivos y la esperanza de vida es la más alta de la Isla, donde existen hospitales de competencia a nivel internacional con la más multidisciplinaria de las universidades cubanas donde se estudian cerca de treinta carreras, con una vida cultural amplia y diversa…
Ellos saben que están amparados por un Estado que los apoya y forma. Esa imagen matutina con la que me despierto es la expresión más genuina de un pueblo que sabe defender y conquistar los derechos del hombre. Esa imagen aseguro me hace sentir un ser humano con derecho.