Eso de andar por los estadios del país cuando el trabajo lo permite y ser un fiel televidente de las transmisiones deportivas, en particular las de la Serie Nacional de Béisbol, nos convierte en uno de los tantos mirones de esa bien llamada pasión de los cubanos.
Cada estancia cercana al terreno de pelota permite comprobar que los nacidos en este archipiélago llevamos ese deporte en el ADN. Por esa razón nos causan sinsabores los muchos pasajes que a diario ocurren y atentan contra el espectáculo.
Ahora que la contienda se reanuda proponemos tratar sobre algunas irregularidades observadas durante la primera fase. No vamos a referirnos a problemas materiales en las instalaciones que requieren de inversiones costosas, las cuales tomarán un tiempo prudencial debido a la complejidad de las labores. Pienso sobre todo en el techo y la pizarra del estadio Latinoamericano.
Pero sí vale exponer algunos de los muchos detalles que deslucen la puesta en escena de directores, peloteros, árbitros, público…
Quizás los déficits comienzan por el no anuncio de los lanzadores abridores cuando una serie particular lo amerita. Recuerdo con nostalgia los titulares de periódicos: Changa vs. Vinent esta noche. La frase vendía en toda la extensión de la palabra, desde los muchos ejemplares de los diarios gracias también al voceador en su camino por las calles, hasta el graderío de la sede del encuentro. Y así el hecho generaba controversias, expectativas, pasiones… Hoy, parece que algunos directores disfrutan no revelar el nombre de quién lanzará la serpentina.
A pesar de lo mucho que se ha insistido en la llamada especialización del pitcheo, todavía sucede con frecuencia en nuestra Serie Nacional que un relevista ocupa el lugar de un abridor, y viceversa, o un cerrador es convocado a solucionar una situación desde la tercera entrada de un partido.
Con lamento uno ve en los terrenos de pelota la ausencia de la dinámica que caracteriza a este deporte: lanzadores que se demoran una eternidad entre lanzamientos, equipos que entran al campo de juego con un desgano tremendo, casi caminando, bateadores que se dejan cantar tres preciosos strikes, o que luego del contacto con la bola apenas corren hacia primera o lo hacen –buena parte del trayecto— con el bate en la mano; árbitros que quieren protagonizar y hasta decidir desafíos por encima de los actores principales que son los jugadores.
Un apunte adicional sobre los jueces. En más de una ocasión hemos apreciado la no uniformidad en la indumentaria de las autoridades. Ello es algo tan inverosímil, que tal vez solo ocurra en nuestra Liga.
Y como el espectáculo se compone de muchos poquitos, corresponde una parte de la responsabilidad a la industria deportiva en la confección de los uniformes. Resultan injustificables las chapucerías presentes en las prendas de vestir: palabras desalineadas, números y letras desprendidas desde los primeros días de competencia…
El público también tiene su parte muy importante desde las gradas, siempre más bellas cuando más nutridas. Este debe mostrar disciplina, respeto y hospitalidad, aun en las circunstancias en que un jugador o árbitro cometa un error. Esa muestra de educación no siempre es visible en los estadios.
A quienes dirigen esta disciplina deportiva en las instalaciones que sirven de escenario les toca dotar cada sede de las condiciones elementales, brindarle día a día las atenciones que exige un terreno hasta considerarlo óptimo desde el punto de vista práctico, y por qué no, también estético. A partir de un financiamiento adecuado debemos aspirar a que el césped de nuestros estadios disponga de la hierba apropiada, con un color parejo, como los que apreciamos en diversas transmisiones televisivas de béisbol y fútbol procedentes de otras latitudes.
Pongámosle todo el deseo y esmero a este buen momento que vive el béisbol cubano luego del triunfo en los XXII Juegos Centroamericanos y del Caribe, y hagámoslo digno de los honores que merece, tal y como se ha propuesto: ser declarado patrimonio cultural intangible de la nación cubana.