En 1906 Estados Unidos intervino por segunda vez en Cuba, a partir del alzamiento liberal frente a la reelección de Tomás Estrada Palma impuesta por el Partido Moderado. En aquella coyuntura, cuando liberales y moderados solicitaban la presencia estadounidense para resolver sus diferencias, el equipo estradista dejó acéfala la República con sus renuncias y el Secretario de la Guerra norteño, William Taft, que había llegado a la Isla con la misión de controlar los acontecimientos, se hizo cargo del gobierno temporalmente. Comenzaba así un nuevo capítulo de las relaciones bilaterales signadas por la Enmienda Platt. El presidente Teodoro Roosevelt enfrentó aquella situación haciendo énfasis, en sus documentos y declaraciones públicas, en la responsabilidad cubana y, en el caso de la intervención misma, en su carácter provisional. Podemos preguntarnos los motivos de ese tipo de discurso.
Lo primero a tener en cuenta es el contexto que rodeaba la acción estadounidense. Se trata de los años de aplicación del gran garrote como política exterior, marcada por hechos como, en 1903, el envío de tropas a Panamá para favorecer la separación de Colombia y los desembarcos en Honduras y República Dominicana; en 1904 el enunciado del llamado Corolario Roosevelt y en 1905 el control de aduanas en República Dominicana, la administración de finanzas y el arreglo de reclamaciones hasta 1940. Desde 1904 se había iniciado la construcción del canal de Panamá, a raíz de la separación de ese territorio de Colombia –proceso estimulado por Estados Unidos que había provocado suspicacias en el continente– lo que creaba un interés particular por el control del área de acceso al canal. Por tanto, eran años convulsos en la relación de Estados Unidos con la zona, especialmente centroamericana y caribeña, y de recelos en el resto.
Por otra parte, estaba el esfuerzo por estructurar el sistema panamericano como medio para alcanzar el predominio respecto a las repúblicas del Sur. Después de la primera conferencia panamericana de Washington en 1889-90, se celebró la segunda conferencia en México en 1901-1902 y, al inicio de 1906, Estados Unidos estaba preparando la tercera, que se celebraría en julio en Río de Janeiro. Esto obligaba a mejorar la imagen en el continente, por lo que la situación cubana debía manejarse con cuidado con vistas a esa proyección. De hecho, el secretario de Estado, Cordell Hull, desarrolló una gira continental con el propósito de establecer los nexos y mejorar el clima para el encuentro.
El llamado Corolario Roosevelt, enunciado en el mensaje anual de diciembre de 1904, había establecido que hechos que requirieran de la intervención de alguna nación civilizada, provocarían que
en el Hemisferio Occidental la adhesión de Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede forzar a los Estados Unidos, aunque de mala gana, en casos flagrantes de dicho mal proceder o impotencia, a ejercer el poder de policía internacional. Si cada país bañado por el Mar Caribe muestra el progreso estable y civilización que con la ayuda de la Enmienda Platt Cuba ha mostrado desde que nuestras tropas dejaron la Isla, y que muchas de las repúblicas en ambas Américas han mostrado constante y brillantemente, cualquier cuestionamiento o interferencia por esta nación terminaría. (…) Mientras ellas obedezcan las leyes primarias de la sociedad civilizada pueden estar seguras que serán tratadas por nosotros en un espíritu de simpatía cordial y provechosa. Nosotros interferiríamos solo como último recurso, y si se hace evidente su inhabilidad o renuencia a hacer justicia internamente y hubieran violado los derechos de Estados Unidos o hubieran invitado una agresión externa en detrimento del cuerpo de las naciones americanas.[1]
Esta declaración pública entrañaba una amenaza para todos los pueblos del área y, también, ponía a Cuba como espejo de lo que deseable. Había que ser “civilizado”, de lo contrario, Estados Unidos se proclamaba con poderes de “policía internacional”. El 15 de febrero de 1905, Roosevelt había ratificado en su mensaje al Congreso la vigencia de la Doctrina Monroe, por la cual Estados Unidos “no puede permitir que ninguna otra potencia europea se apodere del territorio de una de estas repúblicas y lo ocupe permanentemente, por más que la ocupación territorial, disfrazada o no, sería acaso en definitiva el único arbitrio a que la potencia en cuestión podría acudir para cobrar una deuda, si no se interpusiera Estados Unidos.”
Sin embargo, hacia la Conferencia de 1906 era importante suavizar la imagen de la política continental y cuidar la relativa a la relación con Cuba, puesta como ejemplo ante todos. Esto revestía mayor importancia por cuanto se había presentado la llamada Doctrina Drago, elaborada por el canciller argentino, que proclamaba la ilegalidad de las intervenciones militares para cobrar deudas, la cual tuvo el apoyo de América Latina. Se trataba de avanzar en la construcción del sistema panamericano, en un ambiente nada sencillo, para incidir en todo el continente y, en esa circunstancia, se produjeron los hechos de la Isla.
El informe anual de diciembre de 1906 comenzaba dando cuenta que en agosto había estallado en Cuba una insurrección que el gobierno era incapaz de sofocar y explicó: “El Gobierno existente en Cuba entonces pidió repetidamente a este Gobierno que interviniera y, finalmente, el Presidente de Cuba notificó su intención de renunciar, y que esa decisión era irrevocable y que ningún otro funcionario constitucional aceptaba encargarse del Gobierno y que él era incapaz de mantener el orden.” Por tanto, decía Roosevelt, vendría el caos y, si no se tomaban medidas por su Gobierno para restaurar el orden, los representantes de diferentes naciones europeas pedirían a sus gobiernos una intervención armada para proteger las vidas y propiedades de sus ciudadanos. El Presidente afirmó entonces que, gracias a la preparación de su marina, “yo fui capaz inmediatamente de enviar suficientes barcos para prevenir lo que vendría irremediablemente” y después despachó al Secretario de la Guerra y al Secretario Asistente de Estado para atender la situación en el terreno. Roosevelt refería el fracaso de los esfuerzos por buscar un entendimiento entre las partes contendientes y la renuncia final del Presidente, así como la no integración del quórum congresional para ver el asunto, por lo que no existía poder. Por tanto, de acuerdo con “la llamada Enmienda Platt, (…) proclamé un gobierno provisional para la Isla”. Se refirió al nombramiento de Charles Magoon, anteriormente ministro en Panamá y gobernador de la zona del Canal en el Istmo, y el envío de tropas para apoyarlo y relevar a la marina.
Sin duda, el presidente tuvo necesidad de presentar una amplia explicación de aquel acontecer en un documento público, para hacer evidente que su país se vio obligado a intervenir, pero esto era temporal, se trataba de un gobierno provisional solamente.
Por otra parte, Roosevelt explicó que se había dejado al personal anterior en sus puestos, y que la legislación cubana se mantenía vigente hasta donde era posible, pues sería una administración por pocos meses hasta el restablecimiento de la tranquilidad en la Isla, y hasta que la celebración de elecciones diera lugar a un nuevo gobierno. Para el momento del informe, decía, ya “la paz ha llegado a la Isla y la cosecha de la caña de azúcar, la mayor cosecha de Cuba, está en proceso.” El presidente aseguró que cuando la elección se hubiera realizado y se inaugurara el nuevo gobierno en paz y orden, el provisional llegaría a su final. Estaba, por tanto, dando seguridad de la no intención de mantener la intervención en Cuba; no obstante, hizo una advertencia:
(…) Si las elecciones se convierten en una farsa y el hábito de insurrección se confirma en la Isla, está absolutamente fuera de duda que la Isla continuaría independiente, y los Estados Unidos, que han asumido el patrocinio por el curso de Cuba como nación ante el mundo civilizado, tendrían que intervenir otra vez y mirar que el gobierno se condujera de manera ordenada para asegurar la protección de la vida y propiedad.
Según Roosevelt, ellos habían tenido paciencia con los cubanos mientras habían andado ese difícil sendero.
No es casual que el presidente de Estados Unidos dedicara un espacio tan extenso en su informe anual al caso cubano, era una necesidad presentar aquello desde su perspectiva, desde la manera que se quería proyectar el asunto ante el pueblo estadounidense y ante el continente en aquella coyuntura especial. No por gusto, a continuación del tema cubano, planteó que en muchas partes de América del Sur había habido mucha “incomprensión de la actitud y propósitos de Estados Unidos hacia las otras repúblicas americanas”, lo que se vinculaba a lo que implicaba la Doctrina Monroe, como una asunción de superioridad, del derecho a ejercer “algún tipo de protectorado” sobre los países donde se aplicaba la doctrina. Este era un asunto crucial de su política exterior en ese momento, por lo que afirmó: “Nada más lejos de la verdad”.
Roosevelt dijo entonces que esa impresión era “una seria barrera para el buen entendimiento”, para la “introducción del capital Americano y la extensión del comercio Americano.” Parte de la misión del secretario Root, dijo, fue resolver ese problema, eliminar esa impresión infundada y, después de comentar la Conferencia Panamericana de ese año, dijo:”La tradicional política de los Estados Unidos sin acentuar superioridad o mirar preponderancia, condenó la opresión de naciones de esta parte del mundo y el control de sus destinos por los grandes poderes de Europa”.
Resulta evidente la manera en que Estados Unidos estaba manejando el tema cubano en un momento que resultaba clave y, en bastantes aspectos, conflictivo en sus relaciones continentales, de manera que el discurso tenía que dirigirse a mejorar la imagen del país norteño ante los pueblos de América. La intervención en Cuba, en aquel momento, resultaba algo embarazoso, por lo que se cuidó mucho la manera en que se manejó de manera pública.
Los objetivos continentales tenían que asegurarse sin dejar de ejercer su control sobre Cuba y, también, hacer las advertencias de rigor a los cubanos. En 1907 y en 1908, la alusión al gobierno provisional en Cuba no pasó de un párrafo en cada ocasión para elogiar su labor pues “había rescatado” al país del caos. No era necesario dedicar mayor espacio. La “Reina de las Antillas”, según Roosevelt, había entrado en el orden y el progreso, sin dejar de decir en 1907, “Cuba está a nuestras puertas. No es posible que esta nación permita que caiga otra vez en la condición de la cual la rescatamos.” Y en 1908 solo aseguró que Cuba había adelantado y prosperado bajo la ocupación, pero recordó al pueblo cubano la necesidad de demostrar la capacidad para gobernarse por sí mismo.
Como puede observarse, el discurso estadounidense ante la circunstancia de la segunda intervención en Cuba estuvo determinado por el contexto en que se produjeron aquellos acontecimientos, cuando era necesario mejorar la percepción sobre Estados Unidos en el continente con vistas al desarrollo del sistema interamericano, en vísperas de la tercera conferencia. Era un momento importante en su estrategia continental, por lo que había que asegurar el éxito.
[1] Todas las citas de estos informes están tomadas de http://www.american-presidents.com/theodore-roosevelt/theodore-roosevelt-speeches/ (consultado el 2 de septiembre de 2011)