Veracruz.- La Casa Museo Agustín Lara se ubica en la intersección de los bulevares Adolfo Ruiz y Ávila Camacho, frente al malecón y los vientos furiosos que azotan a esta ciudad cada invierno. Le conocen como La Casita Blanca, por el color predominante que apenas cede al carmelita en ventanas, puertas y balaustres. A la entrada, una estatua a tamaño natural evoca al autor de María Bonita, Quiéreme mucho y Solamente una vez, entre otras piezas.
Luego de varios días bordeando el lugar, con el apremio de nuestra cobertura periodística, por fin el tiempo alcanza para traspasar la puerta principal y adentrarnos en un lugar extrañamente mágico.
La primera imagen es un cartel que parece invitar a una velada inolvidable, con Lara sentado al piano y un desfile de los intérpretes más ilustres de sus obras. Luego encontramos a Lucía, quien nos ofrece la bienvenida y cobra 15 pesos mexicanos por la visita.
Al pie de una bella escalera, la anfitriona narra que el inmueble fue regalado al compositor en 1953 por el entonces gobernador del Estado, Marco Antonio Muñoz, y que éste la vivió a medias durante 10 años, junto a su última esposa Rocío Durán. Tras la muerte del Flaco de Oro, en 1970, la morada fue vendida y tiempo después abandonada a su suerte. En 1987 el gobierno veracruzano la recuperó y dos años más tarde surgió esta institución.
Antes de subir los escalones, dos mamparas sintetizan la vida del hombre de los tantos nombres (Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre) y uno de sus trajes de lino blanco impone el primer silencio. Justo al lado se narra cómo una enamorada celosa le causó la más famosa cicatriz del mundo, que cargaría en su rostro para toda la vida.
En la planta alta escuchamos uno tras otro los temas Aquel Amor, Noche de Ronda, Pecadora y Guitarra Guajira. El sonido proviene del radio original de la casa, ubicado justo al lado del sillón, el piano, la lámpara, el tocadiscos y un viejo bastón que le sostuviera. En el área contigua 60 discos de pasta cubren una pared, como recuerdo de su intensa creación, y en otra apreciamos inmensas fotografías de algunas cantantes que universalizaron sus composiciones: María Alma, Chela Flores, María Félix, Lupe Alday, Antonia Peregrino, etc.
Las musas, las mujeres que tanto amó e inspiraron la mayoría de sus temas, también tienen sitio. Allí están Carmen Zozaya, Angelina Bruscheta, Raquel Díaz, Clarita Martínez, Rocío Durán y otra vez María Félix. “Las mujeres son el más hermoso defecto de la naturaleza”, habría dicho Lara con genial picardía alguna vez.
Decenas de fotos dan cuenta de la anchura de su carrera. Posa junto a Pedro Vargas, Sara Montiel, Libertad Lamarque, Pedro Infante y otras voces imprescindibles. En algún lugar reza: “Soy ridículamente cursi y me encanta serlo. Porque la mía es una sinceridad que otros rehúyen… ridículamente”.
A un costado de las salas expositivas se erige una réplica del estudio Azul y Oro, de la estación radial XEW, desde el cual se emitiera durante años La hora íntima de Lara. En el escenario un piano de cola y una fotografía del maestro con la mirada fija en el auditorio. Suenan levemente los acordes de Veracruz: “rinconcito donde hacen su nido las olas del mar”. Al escucharlos, uno siente que el amor sigue necesitando del bolero y la canción.