Ante el estadio Beto Ávila repleto y con un juego alegre, ofensivo y sin sobresaltos, Cuba se coronó por decimoquinta ocasión monarca del béisbol en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, al superar 9-3 en la final a un equipo de Nicaragua que se convirtió en la gran sorpresa de este deporte.
El partido lo abrió Freddy Asiel Álvarez, quien exhibió total dominio y control durante seis entradas, en las que toleró seis hit y ponchó a tres bateadores, en tanto sus compañeros de equipo lo respaldaron con 14 imparables, con los mejores dividendos para Yulieski Gourriel (3-2 con una empujada), Alfredo Despaigne (4-2 y un remolque), Frederich Cepeda (3-2 y una impulsada) así como Yadiel Hernández (4-1 y tres fletadas hacia el home).
Más allá del éxito esperado, las lecciones del torneo quedan muy claras. Todavía hay que perfeccionar la estrategia en cuanto a la labor de los lanzadores; abridores, intermedios y cerradores, lo cual evitaría los excesos que vimos con Norge Luis Ruiz y hasta con Freddy Asiel en el encuentro final, cuando no debió salir a tirar el séptimo capítulo teniendo lanzadores que podían cumplir esos roles.
Con otra excelente preparación física y una ofensiva balanceada que moveó sus piezas a partir de los intereses del equipo – Yulieski Gourriel a segunda base, Dainer Moreira como primer bate y Yosvani Alarcón con la titularidad de la receptoría-, el juego de Cuba fue ahora más alegre y menos tenso que en lides anteriores, aunque la calidad de estos Juegos no alcanzara la de un Clásico Mundial.
De momento, Víctor Mesa gana como manáger su segundo torneo internacional de envergadura -lo hizo en Holanda hace par de años— y Cuba vive feliz este 22 de noviembre, aunque la polémica y los criterios nunca se acabarán, porque la pelota se sigue pareciendo a la vida.
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