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Merecer lo que Tengo

Por: Ernesto Montero Acuña

Cuando se cumple el cincuentenario de Tengo —el libro que compila poemas de Nicolás Guillén mayormente aparecidos en diversos medios periodísticos con la urgencia que reclamaban los años iniciales de la revolución triunfante el Primero de Enero de 1959— es obligado reflexionar sobre la paridad entre la necesidad y la obligación.

Tengo es el canto entusiasmado del poeta al advenimiento de lo que su obra premonitoria había reclamado y augurado con no menos de 30 años de anterioridad en West Indies, Ltd., su libro que consolidó en 1934, en profundidad, lo social y lo racial con lo nacional y lo regional antimperialista, ya visible en su sección Pisto Manchego del periódico El Camagüeyano.

Mas debe deslindarse lo que este poema canta y el resto de los que componen el volumen, pues si bien están emparentados casi todos por los momentos de la concepción y el alumbramiento, parece atinado individualizarlos para el análisis y tal vez agrupar los de mayor semejanza entre sí. Pero no hay duda de que el paradigmático, señero y cimero es Tengo.

Así describe Guillén el momento: Cuando me veo y toco/ yo, Juan sin Nada no más ayer,/ y hoy Juan con Todo,/y hoy con todo,/ vuelvo los ojos, miro,/ me veo y toco/ y me pregunto cómo ha podido ser. Y añade: Tengo, vamos a ver,/ tengo el gusto de andar por mi país,/ dueño de cuanto hay en él,/ mirando bien de cerca lo que antes/ nunca tuve ni podía tener.

Es el canto entusiasmado del poeta en representación de las generaciones que sufrieron la independencia frustrada en 1902, de la casi juvenil que hizo la Revolución y a la que se incorporó la que la doctora Graziella Pogolotti identifica como la Generación agradecida, cabe pensar que refiriéndose al yo, campesino, obrero, gente simple del poema.

Guillén conocía, por supuesto, las desigualdades existentes en la Cuba de Tengo, entre 1959 y 1964, y no incurrió en el error de afirmar que “todos somos iguales”, sino partió de la ejemplificación cierta de que todos tenemos los derechos que hasta entonces nos habían impedido las clases dominantes nacionales y las del imperialismo omnipresente mediante sus medios económicos y sus instrumentos de poder.

Como en Tengo, ya al negro y al blanco nadie los puede detener a la puerta de un dancing o de un bar o en la carpeta de un hotel, ni hay guardia rural que lo agarre y lo encierre en un cuartel, ni lo arranque y lo arroje de su tierra al medio del camino real. Es suyo el mar, sin country, ni jailáif, ni tenis, ni yacht; y puede viajar de playa en playa y ola en ola, en el gigante azul abierto democrático mar, a condición de que haya adquirido la solvencia necesaria.

Existe hoy una diferenciación, pero es distinta a la de antes de 1959 y con otro destino. La imponen las reglas de una economía que se propone servir a las mayorías a las que Guillén cantaba, en un país que en el año 1959 poseía apenas 6 millones de habitantes y que según datos del más reciente censo estaba poblado por 11 millones 167 mil 325 cubanos, más del 75 % de ellos concentrados en medios urbanos.

Notable diferencia es también que en aquella época el promedio de vida era de 58 años y hoy supera los 78.

Globalmente, en 1964 el planeta estaba habitado por algo menos de 3 mil millones de habitantes y hoy se aproxima a los 7 mil millones 274 mil. En el año 2014 la cifra de desnutridos es de 886 millones 216 mil 981 seres humanos y la de muertos por hambre en solo un día, el 12 de noviembre pasado, fue superior a 13 mil 840.

En este momento viene a la mente también la amistad entre Nicolás Guillén y el poeta francés de la resistencia Paul Éluard, quien escribió: …nací para conocerte/ para cantarte/ Libertad, algo que solo puede lograrse cuando se aprende a leer, a contar, a escribir, a pensar, a reír… y se tiene donde trabajar y ganar lo que se tiene que comer, una noción de libertad e igualdad basada en la posibilidad plena del esfuerzo propio.

Para ello solo es necesario que prime la ética de la justeza. Pero también la de merecer lo que se tiene.

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