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Festival de Ballet con todos (+Fotos)

Fotos: René Pérez Massola

La imagen sigue emocionando, como el primer día. Alicia Alonso sobre el escenario, saludando al público, rodeada de algunos de los participantes en el Festival Internacional de Ballet de La Habana. Siempre ha sido el colofón de estas jornadas intensas. La vigésimo cuarta edición de la fiesta, que desde hace mucho tiempo es la más importante cita de la danza en el ámbito iberoamericano, ha permitido al público apreciar el trabajo de varias agrupaciones y solistas de casi todos los continentes. Solo por eso bastaría para defenderla con todas las fuerzas.

Pero hay más: el Festival es la mejor vitrina de nuestra principal compañía: el Ballet Nacional de Cuba (BNC), anfitrión y protagonista esencial de estos encuentros.

Para decirlo con pocas palabras: sin el BNC, sin el compromiso y el esfuerzo de sus artistas, técnicos y funcionarios, no habría festival.

En esta convocatoria aplaudimos momentos de gran arte: Faune, por Pontus Lidberg Dance; la exquisita interpretación de Other dances, de Jerome Robbins, por Ashley Bouder y Joaquín de Luz (New York City Ballet), acompañados por el piano magistral de Marcos Madrigal; y el pas de deux Love fear loss, de Ricardo Amarante, asumido con seductora fluidez por Aki Saito y Wim Vanlessen, del Ballet Real de Flandes.

También la escenificación de El lago de los cisnes protagonizada por Yolanda Correa y Joel Carreño, extraordinaria, a pesar de los muchos problemas con la técnica del teatro Karl Marx; el subyugante Tango del Ballet Estable del argentino teatro Colón; el intenso Valsette de Vicente Nebrada, con el que Viengsay Valdés y Víctor Estévez cerraron el Festival, otra vez con el piano de Madrigal…

Aunque también subieron a escena propuestas endebles (algunas muy endebles, de hecho), que restaron contundencia a los programas combinados.

Los grandes clásicos siguen atrayendo a un público entusiasta, pero una vez más se ha patentizado la necesidad de revisar los montajes: el segundo acto de La bella durmiente del bosque es un tiempo muerto, poco atractivo por su visualidad, aburrido en su consecución; el final de El lago de los cisnes no se sostiene dramatúrgicamente, no puede ser Odette la que rompa el hechizo, el príncipe pierde fuerza y carácter…

Sería bueno actualizar ciertas secuencias coreográficas. Pero lo más importante habría que resolverlo en los salones de ensayo: el cuerpo de baile y algunos solistas parecen ignorar el sentido de muchas de las acciones. Puede ser que influyera la presión de tantas funciones en tan poco tiempo, pero a todas luces faltó orientación.

Hay que reconocer, no obstante, el empeño de todo el elenco, que nunca se dejó abatir por la abrumadora carga de trabajo.

Con todo, este ha sido un buen festival. Satisfizo ver los teatros llenos, lo que demuestra que el ballet en Cuba sigue siendo un fenómeno popular.

Solo una reflexión: respetamos la decisión de homenajear a William Shakespeare por su aniversario 450. Los aportes del dramaturgo inglés a la danza universal no por indirectos son menos importantes. Pero es difícil comprender la relativa omisión de una figura medular: Fernando Alonso. Unas clases magistrales en la Escuela Nacional de Ballet, por muy buenas que hayan sido, no bastaron para rendirle todo el homenaje que merecía. En el centenario del principal maestro del ballet cubano, este Festival debió haber estado dedicado a su memoria.

 

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