No veo, no oigo, no hablo, he ahí la filosofía de Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, más conocidos como los tres monos sabios, místicas figuras de origen asiático, que según se dice fueron enviados a la tierra por los dioses para delatar las malas acciones de los humanos, esos que con el ir y venir de los años trastocaron la leyenda, asumiéndola bajo el presupuesto de que es mejor no ver, no escuchar, no hablar, con tal de evitarse problemas.
Tal actitud, esa de no complicarse la vida, de vivir al margen de lo que sucede en torno a uno, ha ido poco a poco calando el pensamiento y el actuar de unos cuantos y a la luz de estos días bien pudiera decirse que los tres monos, alterados en su esencia, conviven en diversos espacios laborales del país.
Al margen de lo que las estadísticas reflejen o no en cuanto a incremento o descenso del delito, no hay cubano que desconozca una verdad escrita sin medias tintas, ni palabras adornadas: el robo de los recursos del Estado es un mal que nos ronda día a día, que muchos conocen y pocos enfrentan.
Tejas y bolsas de cemento que se esfuman de un almacén, computadoras que se pierden de oficinas, petróleo y gasolina que se evaporan de tanques, y tarjetas magnéticas, harina, pollo, leche en polvo o aceite contabilizados solo en papeles… son ejemplos de la cotidianidad en la que cientos de recursos, incluso los más impensados, desvían su rumbo originario para irse por caminos subterráneos ante los ojos, los oídos y las bocas de cientos de personas que parecen calcar las poses de los tres monos sabios: no veo, no oigo, no hablo.
Y si dañina es esa complicidad silenciosa, ciega y sorda de los individuos de manera aislada, resulta peor cuando alcanza connotaciones públicas; es decir, cuando en las propias instituciones de producción o ser vicios la organización sindical invisibiliza el fenómeno al no ubicarlo como prioridad dentro de su agenda, al no situarlo en la diana del debate, en las asambleas de afiliados, o tratándolo tan epidérmicamente que tal parece parte y no juez.
Otro hecho no menos peligroso resulta la práctica de algunos individuos de enmarañar palabras para restarle importancia al delito, enmascarando el robo bajo el ropaje de “la lucha” por la supervivencia en medio de la escasez y lo menguado de los salarios.
Más allá de la semántica el fenómeno de la preservación de los recursos tiene dos caras, por un lado la manera en que se aprecia en el sector por cuenta propia, por el otro el modo en que se asume en el sector estatal, y basta estar atento al diálogo popular para percatarse de ello.
Cuando la peluquera lleva a punta de lápiz las onzas de tinte o de keratina que consume cada clienta, o cuando el elaborador-vendedor de alimentos ligeros pesa las libras de azúcar requeridas para un buen refresco, todos asumen que están defendiendo lo suyo, evitando el desvío de sus recursos, empeñándose en sopesar gastos e ingresos para no perder nunca.
Algo muy distinto sucede cuando en una cafetería estatal que vende en CUC se distribuyen platos y vasos desechables y se establecen las normas para que se usen según la cantidad de productos despachados, o cuando en una oficina pública se entregan hojas de papel y se exige por su uso racional; en tales casos pululan las críticas por “tamaña exageración”, por tal nivel de “burocratismo”, por una posición tan “cuadrada”.
Miradas diferentes ante una misma situación y todo porque en un sitio las personas se sienten dueños, ¿y en el otro?, bueno, en el otro la vida demuestra que ese sentido de lo propio, ese concepto, es más factible encontrarlo en las páginas de los libros que en la mente, y en especial, en las actitudes de muchos de los empleados en el sector estatal.
A la postre el robo de los recursos del Estado continúa con ese dejar pasar las cosas, con ese ver, oír y callar bajo el presupuesto de que el problema es de otros, lo cual puede convertirse en una gran bola de nieve que podría venírsenos encima y arrastrarnos a todos.
La solución a un asunto tan serio y comprometedor del futuro no es ni sencilla ni rápida, pero no permite más esperas y requiere de medidas inmediatas en las que tendrá que estar presente lo material, con el incremento de la producción, la productividad, los salarios, y la reducción de los precios de las mercancías de primer orden para que la búsqueda de las cosas más perentorias para la supervivencia no se convierta en comprar a toda costa y a todo costo los productos que a ciencia cierta sabemos tienen una procedencia ilícita.
Habrá también que revisar el rigor de la Ley ante el robo y la corrupción, e igualmente apelar al diálogo, a la alerta, a tocar el tema públicamente y sin medias tintas, algo en lo que mucho puede hacer el sindicato, organización a la que le corresponde echar fuera del centro laboral esos tres monos que no quieren ver, ni oír, ni hablar.