José Martí se transformó muy rápidamente en un símbolo para los cubanos. En vida comenzó a llamársele por sus contemporáneos de la emigración “Apóstol” y también “Maestro”. Eso tenía un sentido: su vida dedicada por entero a hacer la independencia de la patria era un apostolado, mientras que su magisterio se practicaba en dos sentidos, pues era maestro de aula en la sociedad La Liga, fundada en Nueva York por el cubano Rafael Serra para contribuir a la educación de cubanos y puertorriqueños negros, y también había impartido clases en Guatemala años atrás, además de que en la ciudad neoyorquina fue maestro de español en la Escuela Central Superior Nocturna; pero más que esa profesión, se le reconocía su magisterio dentro de la revolución que organizaba. Después de su muerte, el símbolo creció.
Los homenajes a Martí fueron múltiples y muy inmediatos. Entre la emigración patriótica hubo clubes adscritos al Partido Revolucionario Cubano que llevaban su nombre como, por ejemplo, Hermanos de Martí, Céspedes y Martí o Discípulas de Martí; hubo también poemas a su vida y muerte como los escritos por Mercedes Matamoros y Bonifacio Byrne, mientras en Cuba los combatientes le erigieron el primer monumento al año siguiente de su muerte en el sitio de su caída, Dos Ríos, con piedras del lugar, cuando Máximo Gómez pasó cerca de allí con su tropa; mas al término de la guerra esos homenajes se hicieron públicos de manera notoria.
Cuando la República inaugurada en 1902 no respondió a las expectativas de una gran parte de la población, cuando los cubanos fueron ganados por el sentimiento de frustración, volvieron la vista de nuevo a Martí. Las expresiones de que “esto no fue lo que soñó Martí” o “esta no es la república con todos y para el bien de todos” se hicieron bastante cotidianas, junto al lamento “Martí no debió de morir”. En poemas, caricaturas, canciones, la imagen de Martí fue recurrente para expresar tales sentimientos. El personaje de Liborio, creado por el caricaturista Ricardo de la Torriente, se identificó muy rápidamente como representación del pueblo y ese Liborio/pueblo era un ser sufriente a quien contemplaba Martí, compartiendo su sufrimiento en algunas de aquellas caricaturas.
Entre las muchas obras que tomaron a Martí como referente para mostrar la frustración, el pesimismo que prevalecía en la psicología colectiva durante los primeros años republicanos, quizás una de las que alcanzó más popularidad entre los cubanos haya sido la obra musical Clave a Martí cuyo origen está aún en discusión. Atribuida a José Tereso Valdés, cuya letra original fue transformada por Emilio Villillo, una entrevista publicada más recientemente por Luis Machado Ordext, reproducida por Cubadebate, sitúa a Silvestre Iglesias como su autor, según testimonio del dúo que integraron Francisco Albo Salazar (Pancho Majagua) (1876-1966) y el espirituano Carlos Díaz de Villegas (Tata),[1] quienes dijeron haberla cantado por primera vez en 1914. Otros la han atribuido a Alberto Villalón al transformar la letra dedicada a una mujer cubana, Caridad. Radamés Giro en su Diccionario menciona las obras de Villalón A Martí, canción de 1901 y la guaracha Recuerdos de Martí,[2] por lo que es un autor para quien el Apóstol fue una inspiración. Lo cierto es que la letra de esta “Clave”, más allá de la polémica en torno a su autoría, es un profundo lamento:
Aquí falta, señores, ¡ay! una voz
de ese sinsonte cubano,
de ese mártir hermano
que Martí se llamó.
Martí no debió de morir.
Si fuera el maestro y el guía,
otro gallo cantaría,
la patria se salvaría
y Cuba sería feliz.
El texto, como puede observarse, es todo un canto a Martí a quien se le llama “sinsonte cubano” y “mártir hermano”, pero es mucho más lo que se representa en esa letra. Hay dolor y lamento pues “Martí no debió de morir”, es decir, se trata de una muerte fatal para la Historia de Cuba no solo en el pasado, sino sobre todo para su presente pues se le veía como el necesario maestro y guía para garantizar la felicidad de los cubanos y la salvación de la patria, lo que quiere decir que la patria estaba en profundas dificultades, por lo que debía ser salvada, y los cubanos eran infelices.
Casi una década después de la muerte del general en jefe Máximo Gómez, se repetía una idea que este había expresado durante la ocupación militar norteamericana de Cuba (1899-1902) cuando, según narró Orestes Ferrara, el Generalísimo dijo: “(…) Ahora Martí hubiera podido servir a la Patria; este era su momento. Martí conocía todo esto, convencía a los recalcitrantes y animaba a los retardados. Como orador era formidable. El que lo oía no tenía ya voluntad propia, y estaba dispuesto a seguirlo. La Asamblea hubiera sido él.”[3]
Esa Clave a Martí se cantó por décadas en Cuba. En los años 50 del siglo XX, la “Clave” se podía escuchar en las voces del dúo Hermanas Martí. Sin duda, aquella melodía estaba expresando un sentir colectivo, era mucho más que una letra para ser cantada, por eso mismo los nuevos tiempos trajeron un cambio también como expresión colectiva.
Según el citado trabajo de Luis Machado Ordext, después de 1959 la maestra Cuca Rivero compuso otra letra a partir del cambio revolucionario, autoría también discutida. Pero más allá del debate, la nueva letra refleja la visión del nuevo momento:
Martí ahora vuelve a vivir.
Hoy es el maestro y el guía:
la revolución inspira,
a Fidel sirve de guía
y mi Cuba ya es feliz.
La Clave a Martí, por tanto, ha sido voz del pueblo cubano desde sus más profundos sentimientos. Independientemente de quien o quienes fueron sus autores, asunto que compete a los historiadores de la música aclarar hasta donde sea posible. La Clave… representa el sentir de los cubanos en distintos momentos asociado al gran símbolo que fue y es José Martí.
[1] www.cubarte.cult.cu, 26 de julio de 2013 (consultado 1 de agosto de 2013)
[2] Radamés Giro: Diccionario enciclopédico de la música en Cuba. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2007, T IV, p. 278
[3] Orestes Ferrara: Mis relaciones con Máximo Gómez. La Habana, Molina y Compañía, 1942, p. 1939