Parecería que no pocas personas e instituciones se empeñan —conscientes o inconscientemente— para que muchas cosas le “envenenen” el optimismo al cubano de hoy; y no hablo del enemigo imperial —por antonomasia con esa función— sino de aquellos que amén de sus responsabilidades y cargos para el bien público, se asientan en la desidia y el dejar hacer, en permitir lo indebido.
No más caminar las calles de mi Habana, y también las de otras muchas localidades cubanas, varias preguntas se me aglomeran cual índice acusador: ¿Por qué tantos huecos en aceras y contenes?, ¿nadie se da cuenta de los muchos accidentes que podrían ocasionar?, ¿podrán las estadísticas de salud determinar cuántos huesos lesionados pudieron evitarse?
Y no me refiero solo a las vías periféricas o poco transitadas. Hablo de las emblemáticas calles 23, Diez de Octubre, las avenidas 31 y 41, Belascoaín, Boyeros… en fin, cualesquiera de las transitadas arterias donde registros eléctricos o hidráulicos sin tapas parecen pregonar un insaciable deseo de “fracturarle un hueso” a alguna persona que por allí encamine sus pasos.
Las noches y los días de lluvia son los de mayor peligro para los caminantes, aunque alguno de esos agujeros en plena vía constituyen temible incitación a que un auto o motocicleta caiga en sus fauces con impredecibles resultados.
Ejemplos sobrarían, pero no olvido el caso de Alberto Arza Corcho, un invidente santaclareño, quien sufrió hace poco tiempo un lamentable accidente al caer en un hueco mientras caminaba por una acera de su ciudad.
“Estuve seis meses postrado por la fractura del peroné. Era un hueco inmenso en cuyo fondo trabajaba una persona; no había ninguna protección, mucho menos para un ciego como yo”, dijo.
Y esta es otra arista del problema: no ya el registro sin tapa, sino el hoyo que por alguna razón hay que ejecutar, pero que por días, semanas o meses permanece sin tapa ni otra protección.
¿Quién responde por el hueco existente en 23 y C, o el de 28 y 45, el de 41 y 48, casi frente al Ministerio de la Industria Alimentaria y la Pesca; o el de 31 y 41, el de Infanta y Amenidad, el de la calle Finlay (frente al CVD Eladio Cid), el de la entrada del antiguo Paradero de la Víbora, o el de Cristina, muy cerca de La Lechera?
Ojalá las empresas de la construcción, las entidades hidráulicas y eléctricas, que practican el mal hábito de dejar huecos sin tapar, en fin, todas unidas a las instituciones gubernamentales de los municipios y consejos populares asumieran con mayor seriedad la altísima responsabilidad de proteger el entorno y la salud de la población.