Un supuesto final del cambio de época, según calificara el presidente ecuatoriano Rafael Correa al período que se está viviendo con los actuales gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe, se dirime ante la desesperada derecha que apuesta por volver a retomar las riendas en Brasil, Bolivia y Uruguay.
No obstante, Dilma Rousseff, Evo Morales y Tabaré Vázquez emplean estrategias electorales con vistas a que los dos primeros puedan mantenerse en el poder y el último, retomar la presidencia; y todo ello se definirá el próximo mes de octubre, cuando estas naciones suramericanas definan, además de sus correlaciones de fuerzas, algunas tendencias que pueden incidir sobre el resto del subcontinente.
Cada uno de estos países tienen similitudes en los logros políticos, sociales y económicos, pero presentan realidades diferentes en el proceso electoral y en todas han aparecido expresiones un tanto pesimistas acerca de la permanencia en el poder de los partidos progresistas que actualmente mantienen el control.
Entonces, cabría recordar que el trabajo desarrollado por los gobiernos de estos tres Estados, ha logrado sacar de la pobreza a más de 36 millones de personas en Brasil; enfrentado un descalabro económico casi irremediable en Uruguay, cuando el neoliberalismo calaba en lo más hondo de la costa oriental de esta nación, y ha puesto la educación gratuita a disposición del pueblo boliviano que listaba entre los de mayor analfabetismo, y hoy cuenta hasta con un satélite geoespacial propio.
Pero, ¿quiénes se oponen ante tantos logros gubernamentales? El caso de Bolivia al parecer será el menos afectado, pues el Movimiento al Socialismo (MAS) liderado por Evo muestra, según las consultoras, una victoria contundente en la primera vuelta electoral del 12 de octubre. Claro, con el desafío inmediato de poder retener en la asamblea legislativa plurinacional a las dos terceras partes de sus representantes, elemento que necesita una estrategia casi perfecta.
Ahora bien, la realidad brasileña es otra. Dos féminas se disputan el Gobierno, Dilma Rousseff por el Partido de los Trabajadores (PT), sucesora del expresidente Lula y actual presidenta; y Marina Silva, senadora, exministra y exintegrante del PT que se cambió al Partido Socialista Brasileño, con la paradoja de que no es socialista. Esta candidata tiene el apoyo, además de los grandes consorcios, de la clase media brasileña que en varias ocasiones ha manifestado sentirse apaleada por las medidas de inclusión social impulsadas por el PT.
Lo evidente es que el día 5 no acabaran los sufragios en el gigante americano, pues la creciente crisis de representación de los partidos y las organizaciones tradicionales marca una segunda vuelta que tiene como principales contrincantes a estas dos mujeres.
En Uruguay, la confrontación del día 26 de octubre es más previsible, aunque con algunos signos de alarma para la continuidad del proyecto reformista, amenazado por similares segmentos sociales y etarios que en Brasil: las capas medias y la juventud.
El crecimiento de intención de votos de Lacalle Pou, hijo del expresidente de la ultraderecha Luis Alberto Lacalle, crea incertidumbre y avizora a Tabaré Vázquez, representante del Frente Amplio (FA), actual movimiento líder en la nación comandado por Pepe Mujica, que de perder los comicios presidenciales dejaría caer los logros alcanzados hasta el momento en manos de personajes que tras una cínica audacia comunicacional han comprado a sectores de la clase media que abandonan al FA, pondría al Uruguay en la vieja etapa de crisis.
Lo principal es que las tres tendencias de izquierda han tenido una organización de base, partiendo del principio de horizontalidad como sistema económico social. El MAS, el PT y el FA, no deben terminar desmovilizados ante posturas derechistas que propiciarían una vuelta al pasado. Para estos gobiernos progresistas no hay otro camino que la ratificación de la credibilidad en aras de que sean legitimados.