Quien llega después de las dos de la tarde al restaurante Sofía (23 y O, Vedado) puede encontrarlo sentado en una esquina. Parece que escucha, pero en realidad oye sus recuerdos. Es Changuito, José Luis Quintana Fuentes (La Habana, 1948), uno de los más célebres percusionistas que ha dado Cuba.
Si un extraño le interrumpe, contesta cortésmente. Si es un amigo, la sonrisa brota amplia, incontenible y entonces comparte saberes, memorias y hasta alguna que otra “tetraciclina”, como llama al whisky, el único trago que verdaderamente le gusta.
“Chango, el misterioso, rompe la paila”, improvisó Pedrito Calvo una vez, cuando ambos dejaban lo mejor de su talento en la orquesta Los Van Van. El mote parecía perfecto pues en realidad Changuito parece guardar muchos secretos. Pero cuando entras en confianza descubres que su verdadero deseo es contar, hablar, enseñar…
¿Cómo llegó a la música?
Por mi padre (Pedro Luis Quintana), que es músico y está vivo. También por mi tío Roberto (fallecido) que a los cinco años estaba enseñándome percusión. Luego me vinculé a las Pandillas de Cabeza de Perro, una institución que existía en La Cotorra, en Guanabacoa. En ella participaban agrupaciones de diferentes barrios: Casablanca, Guanabacoa, Regla y otros. Nos reuníamos allí y a las siete de la noche íbamos para la CMQ. En ese grupo estaba Meme Solís, por ejemplo. Te estoy hablando del año 1954. Luego, en 1956, con ocho años, hice varias veces la suplencia de mi padre en Tropicana. Seguía estudiando en la escuela, en la enseñanza pública, pero me gustaban el béisbol y la música.
En 1960 me incorporé al conjunto Cubamango, experiencia que duró hasta 1961. En esa fecha dejé de existir como músico porque me incorporé a la unidad militar 2350. Ahí aprendí lo que es trabajar, cortábamos caña, abríamos trincheras. De aquella época recuerdo una conga que decía: Llegó Occidente, llegó Occidente, con la guardia en alto, con la mocha abajo, cortando caña de un solo tajo…
La 2350 fue la primera unidad de voluntarios que se fundó después del triunfo de la Revolución. Todos éramos muy jóvenes. El jefe de la división era Guillermo García Frías. Salí en 1964 y ya estaba completo. Yo soy Changuito porque empecé ahí.
¿Qué pasó entonces?
Comencé a trabajar como percusionista en el Palermo y después con Felipe Dulzaides, que fue lo máximo. Él fue quien me puso el nombre de Changuito un día mientras ensayábamos en el bar Elegante, del hotel Riviera. Teníamos un repertorio de más de 300 obras, pero un día me dijo: “Voy a cambiar el Chery”. Ese era un tema que tocábamos bastante. “Está bien”, le respondí. Y empezó: “Papapa, chery, chery, chery…”, hasta que de pronto cambió a “Parará, chango, chango”. Así sonó mejor aquel número y a mí comenzaron a llamarme Chango, Changuito.
¿Nada tiene que ver entonces el apodo con la deidad yoruba?
No, nada. Shangó me quiere mucho, pero tengo hecho Oshosi.
¿Qué recuerda con mayor viveza de su paso por Los Van Van?
Yo soy el creador del songo pero en esa orquesta la responsabilidad musical estaba compartida entre Pupy Pedroso, Juan Formell y yo. Sin esos tres no había Van Van. Siempre estábamos muy unidos, debatiendo cosas, analizando movimientos musicales, así pasó con el Buey Cansao y con todos los números de entonces.
¿Cómo surge el songo?
Es algo que venía pensando y fui incorporando en los ensayos. Primero tocábamos con la batería, después con el timbal, el bombo, las campanas… y así fuimos sumando ritmos hasta hacerlo cadencioso, estable, para ayudar al bailador. Actualmente Los Van Van no lo tocan igual, usan mucho el platillo. Tampoco hacíamos tantas evoluciones, solo un break y seguíamos.
¿Cómo evalúa la percusión cubana actual?
Sinfónicamente ha tenido un gran desarrollo. Hay muchos jóvenes, hombres y mujeres, haciendo buenas cosas en las orquestas sinfónicas; pero también se da la contradicción de que hemos avanzado y, a la vez, retrocedido. Hay excelentes percusionistas pero se ha perdido la habilidad de tocar el timbal y el bongó, esos instrumentos son imprescindibles en ritmos y géneros cubanos como el danzón. ¡No se pueden perder!
Usted ha sido reconocido como uno de los grandes maestros de la percusión. Su método recibió un premio internacional en Estados Unidos. ¿Imparte clases en Cuba?
Con mucha tristeza te digo que no. Varias veces han prometido llevarme a las escuelas de música de las provincias, pero luego dicen que no hay transporte. Yo sigo esperando. Al ISA tampoco me llevan. Tengo alumnos famosos en el mundo entero, algunos cubanos como Giovanni Hidalgo, Patricio Díaz, el difunto Angá… y extranjeros como Dave Garibaldi, Dave Walker, Gret Vissonet o Billy Colaiuta, pero me gustaría tener más.
¿Qué le falta por hacer?
Musicalmente todo está bien, estoy conforme. He ganado tres Grammys, aunque a veces me pregunto si no serán hechos en la Antillana de Acero pues nadie habla de ellos. El primero fue con el músico norteamericano Roy Hargrove y su crisol, por el CD Habana (1998). También estaban Chucho Valdés, Miguel Angá Díaz y Horacio el Negro Hernández. El segundo y el tercero fueron Grammys Latinos por los CD La rumba soy yo (2001) y Lágrimas negras (2002), este último con Diego El Cigala y Bebo Valdés.
Hay algunos proyectos pendientes, entre ellos otro disco con El Cigala pero me gustaría, por ejemplo, trabajar con la compañía de Lizt Alfonso. Sus bailarinas y músicos son lo máximo, técnica y musicalmente. Mirándolas he pensado introducir el toque arará en los pies. Yo sé que con ellas lo puedo hacer. No obstante, lo que más deseo es una escuela que lleve mi nombre. Me han propuesto fundarla en Colombia, también en Brasil, pero yo preferiría que estuviera en La Habana Vieja. Eso me haría feliz.