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Las razones del Zanjón y el símbolo Baraguá

En la escritura de la Historia, la reflexión acerca de momentos de grandes decisiones puede llevar a múltiples interrogantes sobre las posibilidades de las diferentes alternativas; no obstante, el historiador tiene que trabajar con lo que pasó, sus contextos, factores condicionantes, relaciones, resultados, debe aproximarse a la reconstrucción y el análisis del proceso o hecho que se estudia, de acuerdo con su real acontecer.

 

 

Siempre es una tentación pensar en qué hubiera pasado si la decisión hubiera sido diferente, pero esto lleva a la especulación, lo cual no deja de ser atractivo aun cuando no nos aproxime a la verdad. Eso sucede con momentos o hechos de extraordinaria trascendencia, como la votación sobre la Enmienda Platt realizada en la Asamblea Constituyente cubana de 1901, o con la firma del Pacto del Zanjón en 1878.

En el primer caso, se puede pensar cómo uno hubiera votado en aquella coyuntura, para lo cual hay que intentar situarse en aquel momento de incertidumbre y presiones, lo cual siempre resulta muy difícil pues vivimos otra época y sabemos lo que ocurrió después de la decisión tomada por estrecha mayoría. La votación de la Enmienda ponía a cada delegado ante la responsabilidad de que su decisión definía el futuro para la nación cubana. Algunos de los que votaron a favor pensaron que aquello permitiría terminar con la ocupación militar y después habría que buscar otras vías para continuar la defensa nacional. Sin embargo, ¡qué importante la resistencia razonada y argumentada de quienes se opusieron, especialmente Salvador Cisneros Betancourt y Juan Gualberto Gómez! Ellos dejaron una trascendente contribución a la cultura y tradiciones del pueblo cubano con sus votos y ponencias.

El Pacto del Zanjón fue otro momento de esos en que los seres humanos asumen una gran responsabilidad ante el futuro. Los factores que condujeron a esa paz sin el logro de los grandes objetivos de independencia y abolición de la esclavitud fueron múltiples; sin embargo, antes de entrar en ese aspecto sería pertinente establecer una aclaración necesaria: Máximo Gómez no alentó aquella resolución.

En la Historiografía cubana se repitió en no pocos autores la idea de que el general dominicano que combatió 10 años por la independencia de esta tierra había tenido participación directa en la decisión que llevó al Zanjón, de hecho esa impresión formó parte de los problemas que enfrentó aquel mambí al término de la guerra. El propio Gómez describió su actuación en aquella circunstancia, de lo cual dan fe su Diario de Campaña y El Convenio del Zanjón fundamentalmente.

El experimentado jefe mambí anotó en su Diario la desmoralización y el desconcierto que apreciaba en las filas insurrectas en la zona camagüeyana donde se encontraba, en lo que incidían las operaciones enemigas y la división de los cubanos, lo que llevaba a que algunos hablaran de firmar la paz aunque no hubiera independencia. En esta situación se le llamó para pedirle opinión. El propio Gómez describe su planteamiento en la reunión del 10 de diciembre de 1877 del modo siguiente:

(…) por los Poderes Supremos pasar una comunicación al General Martínez Campos diciéndole, que deseando una parte del pueblo la paz (sin decir bajo qué bases) suspenda las hostilidades en toda la isla por un plazo determinado, para que reunido el pueblo en una asamblea pueda deliberar libremente sobre sus destinos; mientras tanto se mandará una comisión al extranjero; una vez reunido, si quieren la paz se estudia bajo qué base y condiciones pueda hacerse y si se quiere seguir la guerra se consiguen grandes ventajas, se ganaría tiempo, se unificarían los cubanos nombrando un Gobierno por el voto popular, que sería por esta razón fuerte y con existencia moral y lo que es más, dada esta solución, indudablemente decaería, el prestigio del General Martínez Campos, quedando quizás asegurada la revolución porque gastado él, a España no le queda otro hombre que enviar a Cuba. Esto dije; fue aprobado con entusiasmo quedando resuelto se pasaría al siguiente día la manifestación a la Cámara.[1]

Este fue el consejo de Gómez en la reunión de Loma de Sevilla, aunque no fue la acción que se siguió. Como señala el Dr. Oscar Loyola, se hicieron muchas interpretaciones al consejo de Gómez, a pesar de la claridad de su exposición. Quizás el mambí dominicano “no valoró objetivamente las condiciones de cansancio y agotamiento en que se encontraba el ejército mambí. Midiendo a sus soldados por su propia disposición y entereza.”[2] El 8 de enero de 1878, Gómez anotaba en su Diario la información que le llegó acerca de las gestiones de paz que se habían emprendido y comentó: “La idea expresada en la Loma de Sevilla ha tomado aquí mayores proporciones y la mayor parte desea verdaderamente la paz – no ya como un plan capcioso para burlar al enemigo como lo propuse yo en aquella junta. (…)”El día 13 escribía: “la idea de la paz ha cundido cuál chispa eléctrica por todas partes. Creo imposible hacer a estas gentes desistir de esto.”[3]

Mientras Gómez exponía este plan y a continuación salía de aquella zona, la Cámara de Representantes decidía hacer proposiciones de paz al jefe de operaciones español y derogaba el decreto Spotorno de 1875, que condenaba a muerte a quien hiciera proposiciones de paz sin independencia. De hecho se iniciaba el camino para el acuerdo con la representación española. El citado profesor Loyola resumió las condiciones objetivas y subjetivas que llevaron al Zanjón en los siguientes aspectos:

El agotamiento producido por más de nueve años de incesante bregar.

La enorme escasez de recursos que caracterizó a la Guerra Grande.

El apoyo nulo del exterior que tuvieron los combatientes en Cuba.

La sistemática oposición del gobierno de Estados Unidos a la lucha mambisa, mientras ayudaba a España de múltiples formas.

La crisis interna de los aparatos de dirección revolucionaria, que puede resumirse en la expresión “quiebra de la unidad”, característica del proceso del 98.

La aplicación por Martínez Campos, de una nueva política de guerra.[4]

La actuación de la Cámara y del presidente Vicente García en aquel contexto abrió el camino a las conversaciones con Martínez Campos. Los órganos de gobierno se disolvieron y se nombró un llamado Comité del Centro que entró en contacto con el jefe español hasta la firma de la paz el 10 de febrero de 1878. Este convenio tenía imprecisiones como la concesión a Cuba de las mismas ventajas que disfrutaba Puerto Rico, aunque después se supo que estas estaban referidas solo al sistema electoral y la administración del territorio, pero habían sido derogadas; también proclamaba el “olvido de lo pasado”, con lo que se pretendía entrar en un camino de armonía. El único verdadero logro fue el reconocimiento de la libertad de los esclavos y los colonos chinos que habían integrado las filas mambisas. El Pacto, resultado de la situación y la actuación de las estructuras civiles y militares, no cambiaba nada más dentro de la colonia cubana.

La zona del extremo oriental, sin embargo, tenía condiciones diferentes. Allí se mantenía la capacidad combativa, la disciplina y se sostenía el ideal independentista, por lo que sus combatientes no podían comprender lo pactado en el Zanjón. El jefe máximo de aquellos combatientes era el mayor general Antonio Maceo, quien pasó a representar a los sectores más populares e intransigentes dentro del independentismo en aquella coyuntura. También en la región de Sancti Spíritus se rechazó el pacto y sus mambises se mantuvieron sobre las armas hasta la Protesta de Jarao, del 15 de abril de 1879, en documento donde aclaraban que desistían, pero no capitulaban.

Entre enero y febrero de 1878 las armas orientales habían obtenido triunfos relevantes como los de la LLanada de Juan Mulato, Tibisí y la victoria sobre el batallón de “San Quintín”, por lo que no podían aceptar el Pacto. Una representación del Comité del Centro fue a explicar al general Antonio Maceo los términos y razones del convenio, pero no se le convenció para su aceptación. El general Máximo Gómez quiso reunirse con quien había enseñado a combatir y exponerle la situación y sus razones para abandonar la Isla. El Titán de Bronce se dolió de que lo dejara solo en el campo donde habían combatido juntos. Maceo decidió entonces los pasos a seguir, que muestran una gran sabiduría política y una voluntad inquebrantable.

Una exploración de la situación en otras zonas permitió al que ascendió a dirigente nacional conocer la situación. Las zonas de Santiago, Guantánamo y Baracoa eran las de mayor cohesión en aquel momento, también se sumaban a la continuación de la guerra Holguín y Tunas, a pesar de los movimientos sediciosos que se habían producido anteriormente en esos territorios. Con el conocimiento real de la situación, se preparó la entrevista con el jefe español Arsenio Martínez Campos. Ese momento mostró la alta capacidad política de Maceo y la firmeza de quienes le acompañaron en tan extraordinario momento.

Rodeado del mayor general Manuel de Jesús Calvar (Titá); los brigadieres Félix Figueredo y Guillermo Moncada; los coroneles Flor Crombet, Silverio del Prado, Modesto Fonseca y Leonardo del Mármol; los tenientes coroneles José Maceo, Fernando Figueredo, Limbano Sánchez, Pedro Martínez Freire, Juan Ríus Rivera y Pablo Beola, entre otros oficiales, y contando con Vicente García en lugar cercano, se desarrolló la entrevista en Mangos de Baraguá en la cual se puso en claro que no se aceptaba una paz sin independencia ni abolición de la esclavitud. Los objetivos supremos de la revolución se reafirmaban en un momento clave. En esta reunión, Maceo mostró sus grandes dotes, él fue quien llevó el liderazgo por la parte cubana en la defensa de la independencia; sin embargo, el general Titá Calvar fue el portavoz del tema de la abolición de la esclavitud.

Martínez Campos no logró debilitar la posición cubana, ni siquiera acordar una tregua prolongada, solo 8 días se plantearon para reiniciar las hostilidades. Es cierto que el desarrollo posterior de las acciones de guerra mostró que no era posible continuar la contienda en aquel momento. El agotamiento, la falta de recursos, la política seguida por el jefe español, el aislamiento en que quedaron los combatientes orientales, hicieron cada vez más difícil mantener el estado de guerra, por lo que se decidió que Maceo saliera de Cuba para explorar la situación con la emigración y procurar auxilio de ella, para lo cual se gestionó un salvoconducto de las autoridades españolas, también lo es que el Titán planteó que no se hiciera la paz sin esperar por sus noticias y gestiones, y también que obtuvo muy pobre resultado con sus gestiones.

Hombres probados en su fidelidad a la independencia como Guillermo Moncada entendieron que era improcedente continuar en aquellas circunstancias, por lo que el gobierno establecido a partir de Baraguá y la constitución que de allí había emanado decidió acogerse al Pacto, como se concretó en la última reunión que sostuvo con Martínez Campos el 28 de mayo. Entre mayo y junio terminaron las hostilidades en aquella región.

La Guerra de los Diez Años, o Guerra Grande como la llamaron los contemporáneos, no pudo alcanzar los objetivos supremos planteados el 10 de octubre de 1868; las condiciones reales de fines de 1877 y principios de 1878 no permitieron la continuidad de la acción bélica, pero Baraguá se convirtió en un gran símbolo del pueblo cubano en la medida en que transcurrió el tiempo. Ya José Martí escribió, cuando leía la narración acerca de aquel hecho que era “de lo más glorioso” de la Historia de Cuba, por otra parte Antonio Maceo se convirtió, después de diez años de combate y con el gesto de Baraguá en una figura nacional, representante de la intransigencia revolucionaria. Como señaló Oscar Loyola: “Las masas populares acababan de demostrar que, en el traspaso de poder clasista que implica toda revolución verdadera, se encontraban ya aptas para dirigir militar e ideológicamente la continuación del combate por la definitiva liberación nacional.”[5]

La Historia de Cuba quedó marcada por aquel gesto cuyo símbolo se acrecentó en el tiempo hasta nuestra contemporaneidad.

[1] Máximo Gómez: Diario de Campaña. Instituto del Libro, La Habana, 1968, pp. 131-132 [2] En Diana Abad, María del Carmen Barcia y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba II. La Guerra de los Diez Años: la tregua fecunda. Ministerio de Educación Superior, La Habana, 1989, p. 45 [3] Gómez. Ob. Cit., pp. 135-136 [4] En Eduardo Torres Cuevas y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2001, p. 280 [5] Abad, Barcia y Loyola. Ob. Cit., p. 67
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