Lea a los premiados del Concurso Cuba Deportiva

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A continuación usted  puede leer los tres textos vencedores del Concurso Cuba Deportiva

Primer premio, Los hermanos George y el Mundial de 1956 hermanos George

Equipo cubano al Mundial de 1956. En el círculo, Eugenio George.
Equipo cubano al Mundial de 1956. En el círculo, Eugenio George.

Por: Alipio Caballero Bermúdez

La mayoría de las veces se evalúa la participación de un país en un evento deportivo por el escaño alcanzado. Para Cuba la lid universal de 1956 no fue el caso y así lo expresaron años después Eugenio y Edgar George Laffita, hijos de la ciudad primada de Baracoa, donde se iniciaron en el voleibol.

A finales de la década de los 40 se trasladaron a La Habana y allí prosiguieron las prácticas de este deporte con una trayectoria ascendente que los llevó al título nacional en competencias escolares y en torneos de clubes, estos últimos bajo la dirección de Jacinto del Cueto, padre del voleibol cubano y quien apreciando sus cualidades los integró a la nómina del elenco que tenía previsto participar en el Campeonato Abierto de Estados Unidos.

Directivos de la joven Federación Cubana de Voleibol, conociendo el poco interés del gobierno de turno imperante en el país por masificar la práctica de este deporte, recaudaron el presupuesto adicional que permitió inscribir esa selección en el Campeonato Mundial de Francia 1956.

Entrenadores y jugadores, animados por lo acontecido en los II Juegos Panamericanos de México 1955, donde EE.UU. obtuvo el oro, Brasil la plata, los anfitriones el tercer lugar y Cuba el cuarto, aspiraban obtener el bronce en París, pues los aztecas no participarían en la cita universal. También habían visto algunas fotos del conjunto soviético, en cuyo análisis apreciaron que su juego táctico era muy limitado. En eso se basaron los pronósticos.

La selección, dirigida por Tito del Cueto, realizó el viaje en avión hasta Nueva York y desde ahí en barco hasta el puerto de Havre, en Francia. La travesía duró una semana, tiempo en que no pudieron entrenar, pues llevaban una sola pelota y corrían el riesgo de que cayera al mar si practicaban en la cubierta del buque.

Cuando llegaron a París se percataron de que de voleibol no sabían prácticamente nada y tuvieron que adaptarse a las reglas internacionales (ellos jugaban con los norteamericanos); y descifrar el comportamiento técnico-táctico de los rivales en la misma competencia. Los sorprendió su gran estatura, la fortaleza de sus saques y remates, así como la comunicación perfecta que existía entre pasadores y rematadores.

El elenco tuvo que enfrentarse por primera vez a partidos de cinco parciales, pues en Cuba se jugaba a tres tiempos. En la segunda ronda cayeron frente a Portugal por agotamiento: al efectuar el cambio de terreno en el quinto set el plantel estaba delante, pero la preparación física no les permitió preservar la ventaja.

Nuestro conjunto jugaba con tres parejas, o sea, cada atacador tenía su pasador. Sin embargo, los rivales basaban sus estrategias en un sistema más efectivo: cuatro atacadores y dos pasadores.

Otro aspecto poco conocido que atentó contra las aspiraciones de los voleibolistas del patio fue la realización del pase directo por parte de sus oponentes. Pese a que el servicio no se hacía saltando, era prácticamente un ataque, y sobre el recibo de este saque el equipo contrario hacía un pase directo al atacador, lo cual dejó muchas veces desconcertados a nuestros bloqueadores.

En entrevista concedida en julio del 2014, Edgar George Laffita expresó: “Fue maravilloso que participáramos en el Mundial de Francia 1956. De no haber tenido ese contacto con los equipos europeos el voleibol no se hubiera comenzado a desarrollar en nuestro país. Lo que allí aprendimos lo incorporamos a nuestro estilo de juego y fue el inicio de los resultados que años después alcanzaríamos en los eventos internacionales”.

Sobre el mismo tema, Eugenio manifestó en el 2008 que “no sé cómo quedamos en el lugar 19, pudimos haber terminado en el 24. Ahora, ¿qué hicimos allí? Nos fijábamos en los grandes equipos y anotábamos todo lo que hacían, cómo era el calentamiento, cómo se expresaban, cuáles eran sus sistemas de juego, etcétera. Eso motivó que al regreso tuviéramos una idea más exacta de lo que era el nivel mundial, del cual estábamos bien alejados”.

Luego del triunfo revolucionario la situación del deporte cambió. Con la ayuda de entrenadores provenientes de países hermanos y los aportes de la escuela cubana, el voleibol fue tomando auge hasta llegar a lugares cimeros a nivel mundial en ambos sexos.

Segundo premio, Desafiando la fuerza de gravedad

Foto: Jorge Agraz
Foto: Jorge Agraz

Por: Reidi Rodríguez Sánchez

Transcurría el año 1685 cuando Newton, a la sombra de un manzano, experimentaba el acontecimiento que lo llevaría a establecer uno de los pilares de la física: la ley de gravitación universal. El erudito nunca imaginó que 293 años después una mujer pusiera en riesgo aquel descubrimiento.

El escenario escogido para semejante desafío fue el VIII Campeonato Mundial Femenino de Voleibol, celebrado en la URSS en 1978, y su protagonista Mercedes Pérez Hernández, quien al efectuar el calentamiento previo a cada partido no solo saltaba en torno a la red de 2.24 metros de altura, sino colgándose en el aro de baloncesto ubicado a 3.05 metros sobre el tabloncillo. Estos movimientos, realizados sin apelar a la máxima potencia de su salto —además de concederle fortaleza y belleza a su calentamiento— provocaban el asombro de sus adversarias y del público presente en las instalaciones. Cuba participaba en su tercer mundial. En la nómina del conjunto repetían cinco de las jugadoras que debutaron en estas lides en 1970: Mercedes Pérez, Mercedes Pomares, Nelly Barnet, Ana Ibis Díaz y Mavis Guilarte. Se incorporaban Ana María García, Lucila Urgellés, Imilsis Téllez, Sirenia Martínez, Erenia Díaz, Maura Alfonso y Libertad González. El director técnico era Eugenio George Laffita y el entrenador Antonio “Ñico” Perdomo.

Las de la Mayor de las Antillas mostraron su clase durante los tres primeros encuentros de la etapa eliminatoria, al vencer a Perú (3-0 sets), Holanda (3-0) y Yugoslavia (3-1).

Posteriormente formaron parte del subgrupo II de semifinales, con sede en Volgogrado, junto a Estados Unidos, Japón, República Democrática Alemana, Perú y Checoslovaquia. Comenzaron esta ronda imponiéndose a las norteñas (3-0), propiciándoles la derrota número 23 de manera consecutiva. Nuestro seleccionado no perdía con ellas desde 1968. Luego derrotaron 3-0 al resto de los elencos que integraban el grupo.

Este resultado permitió a las cubanas situarse como indiscutibles favoritas para imponerse a los restantes finalistas del torneo, aunque muchos daban iguales oportunidades al anfitrión del certamen, la Unión Soviética, que había mejorado su juego frente a China (3-0) y Polonia (3-0), victorias que las animaban a luchar por el éxito frente a las caribeñas. En la otra llave se enfrentarían Japón y Corea.

En la antesala de la discusión del título el equipo cubano realizó una extraordinaria labor para vencer al potente combinado de la URSS, su más fuerte rival, tres sets por uno (12-15, 16-14, 15-10, 15-12).

En este encuentro las cubanitas no solo se apoyaron en su tremendo ataque, que en el primer set fue detenido por la hermética defensa de las anfitrionas, sino en un desplazamiento inteligente a base de jugadas de engaño que desestabilizaron el juego de sus rivales y una defensiva que se abrió camino a partir de la mitad del segundo tiempo.

Ana María e Imilsis pasaron milimétricamente para apoyar a las rematadoras. Las soviéticas, con la mayor estatura del torneo, no pudieron mantener el ritmo de juego del primer set. Este fue un titánico duelo entre dos colosos que se batían sobre la cancha para obtener el boleto a la disputa del metal dorado.

En el partido por la medalla de oro, una combinación de fuerza e inteligencia provocó que nuestro plantel se anotara una fácil victoria 3-0 (15-6, 15-9 y 15-10) frente a las Niñas Magas del Oriente, para ese entonces campeonas absolutas de cuanto evento de voleibol se organizaba en el mundo. El entrenador japonés Shigeo Yamada, al hacer una evaluación de la ofensiva cubana, dijo que estaban rematando desde el segundo piso.

Mercedes Pérez, al ser entrevistada sobre esta gran victoria expresó: “Ha sido el sueño de mi vida convertido en realidad y mi mayor emoción en los 13 años que llevo en el equipo. Mi mayor salto en los ataques fue de 3 metros y 18 centímetros”.

Aunque la ley de Newton mantiene su vigencia, cada remate de Mercedes constituyó un verdadero desafío a la fuerza de gravedad. Su despegue fue el mejor del mundo. Sin duda, Mamita volaba dentro de la cancha.

Tercer Premio, El día más grande del deporte cubano

Por: Duanys Hernández Torres

El deporte cubano ha sido tan exitoso que se permitió el lujo de obtener dos coronas mundiales en deportes colectivos el mismo día. El 6 de septiembre de 1978 obtuvieron títulos el equipo de béisbol y las nacientes Morenas del Caribe.

Por primera vez un equipo de América acababa con la dinastía de la Unión Soviética y Japón en los campeonatos mundiales de voleibol femenino. A solo ocho años de la primera incursión mundialista, Cuba lograba la hazaña. Las antillanas vencieron 3-1 sets en las semifinales a las anfitrionas soviéticas y en la final arrollaron a Japón, que desde 1974 había ganado todas las competiciones importantes. Solo perdieron dos parciales en todo el torneo: uno frente a Yugoslavia en la eliminatoria y el referido en semifinales.

No había nacido, pero me emociono cuando veo las imágenes en blanco y negro y visualizo al joven entrenador que consiguió la proeza. Con el tiempo llegué a conocer sobre el espionaje soviético con cámaras de video a nuestro entrenamiento. Incluso sobre cómo dejaron al elenco nacional sin locales para practicar y solo cedieron el espacio por la enérgica protesta de los visitantes ante la federación internacional.

Luego supe que el mítico Eugenio George le había dicho a Ana Ibis Díaz que sacara adelantada en la final para desestabilizar a las japonesas, y que la estrategia surtió efecto. Después conocí el nombre de las doce protagonistas. Supe además sobre la lesión de Nelly Barnet, quien solo jugó el primer día y la final, así como la excelente actuación como sustituta de Erenia Díaz.

Había terminado la era de las Niñas Magas del Oriente y comenzaba la leyenda de las Espectaculares Morenas del Caribe. Solo así pude comprender por qué el 6 de septiembre se designó como el Día del voleibol cubano.

La emoción me embarga cuando leo una y otra vez el discurso de recibimiento pronunciado por Raúl Castro Ruz, en el cual comparó a las voleibolistas con las Fuerzas Armadas Revolucionarias, otorgándoles el calificativo de ¡Invictas siempre!

Los remates de Lucila Urgellés y Mercedes Pomares, junto a los pases de Imilsis Téllez y Ana María García, y los jonrones de Antonio Muñoz y Luis Giraldo Casanova reafirman mi teoría acerca del 6 de septiembre de 1978 como el día más grande del deporte cubano.

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