El Ranchón La Herradura es una entidad estatal que demuestra cómo estas organizaciones empresariales pueden lograr eficiencia y ser competitivas en el entramado de un país que adecua su modelo económico, y en consecuencia emergen nuevos actores en múltiples esferas que dinamizan los procesos de producción y de servicios.
Lo demuestran sus seis trabajadores, quienes en los 50 días del programa de verano vendieron casi dos millones de pesos, un éxito comercial que devela la dimensión de la labor desarrollada y dignifica a esa unidad, situada en la playa homónima del municipio tunero de Jesús Menéndez de la provincia de Las Tunas.
El establecimiento, perteneciente a la Empresa del Comercio, la Gastronomía y los Servicios de ese territorio, desafió con inteligencia el reto que significa desarrollar sus prestaciones en ese concurrido balneario, donde proliferan atractivas y competitivas ofertas de cuentapropistas, a quienes “consideramos nuestros aliados en el afán de servir mejor al pueblo”, dice de manera convincente Flor Santiesteban, la administradora.
En El Ranchón combinan eficientemente la atención a los cientos de veraneantes que llegan cada día del año a la playa desde diferentes lugares, fundamentalmente, de las provincias de Holguín y Las Tunas, con los servicios de almuerzo y comida a 24 vecinos del lugar acogidos al Sistema de Atención a la Familia (SAF).
“A los beneficiados con este programa, el que dispone de los aseguramientos estatales imprescindibles, les preparamos diariamente cinco o seis platos, que incluyen cárnicos, arroz blanco o congrí, sopa, potaje, vianda, dulce y refresco, sin que haya un cuestionamiento a la calidad de la elaboración”, comenta Flor.
Y como si eso fuera poco, la tablilla que invita al consumo anuncia de manera casi permanente entre 50 y 70 productos, algunos nacidos del ingenio propio, los cuales tienen en la dulcería y en las iniciativas de Ernesto, el elaborador, su principal fuente, apoyado en la diversificación de espacios que el pequeño local acoge sin hacinamiento: cafetería, bar y restaurante.
Antecedentes de una hazaña
A pesar de tanto ajetreo y de que algunos de los trabajadores pernoctan en el propio inmueble para comenzar temprano en la mañana, la gente está alegre, sonríe… hace gestión de negocios y vende más que los no estatales.
Son ellos mismos quienes revelan la fórmula del éxito. “La atención a los trabajadores es maravillosa”, asegura Yanely, la dependienta; “Flor es nuestra representante, nuestra consejera”, abunda su colega Adriana; y Jorgito, el secretario de la sección sindical explica los resortes económicos que los motivan: “En julio sobrepasamos como promedio en 550 pesos el salario mensual y agosto debe ser bueno también, gracias a la aplicación de un nuevo sistema de pago que premia mejor los resultados”.
Este colectivo ha sabido crecerse y a prueba de contratiempos ha forjado sus valores: primero el huracán Ike (septiembre del 2008) demolió, literalmente hablando, la instalación. A fuerza de tesón lo levantaron de sus restos y, hace menos tiempo, las medidas de reordenamiento del litoral volvieron a echar sobre la arena las inhiestas estructuras.
La sonrisa perenne de Flor desaparece por un momento cuando recuerda: “Entendemos estas medidas por lo que significan en la protección de la duna, del medioambiente; pero, el día que el buldócer lo derrumbó sentí un tremendo dolor en el pecho que todavía no se me quita. Creo que me voy a morir con esas imágenes dándome vueltas en la cabeza”.
Pero el dolor no sesgó el espíritu de resistencia: “La grúa iba tirando las cerchas de purling y las columnas, y nosotros mismos las íbamos reguardando y enderezándolas, y ya ve lo que hemos hecho con esos recursos y otros entregados por la empresa: otro ranchón con las mismas dimensiones y con otra estructura, ahora alejado de la duna a una distancia que no agrede el medioambiente”, sentencia Flor con una amplia sonrisa de satisfacción.