Para ver este asunto, es necesario recordar la situación de aquel momento. La Cuba de 1901 estaba bajo la ocupación militar de Estados Unidos desde el 1ro de enero de 1899, de manera oficial, por tanto actuaba en la condición de país ocupado, lo que ejercía una fuerte presión sobre el conjunto de la sociedad aun cuando hubiera diferentes posiciones ante este hecho. Sin duda, la mayoría del pueblo cubano se manifestaba a favor de constituir su estado independiente, aunque con diversas maneras de concebir a ese estado, pero el tema de mayor presión era el de las relaciones con el poderoso vecino.
La convocatoria a elecciones para delegados a la Asamblea Constituyente había dejado claro su contenido: debían redactar y adoptar una Constitución y “como parte de ella proveer y acordar con el Gobierno de los Estados Unidos en lo que respecta a las relaciones que habrán de existir entre aquel Gobierno y el Gobierno de Cuba (…)”.[1] Este tema provocó una reacción generalizada de suspicacias y rechazo, por lo que se le llamó la “cláusula sospechosa”. Tan fuerte fue esta posición dentro de Cuba que en el discurso inaugural del 6 de noviembre de 1900, el gobernador Wood hizo explícita una variante en lo relativo a la inclusión de las relaciones bilaterales. Enrique José Varona, que actuó de traductor en aquel acto, fue enfático al señalar: “El General dice, como habéis visto, que las relaciones ó la fórmula de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, será completamente distinta de la redacción de la Constitución Cubana.” Lo que arrancó aplausos de los asistentes.[2]
A partir de aquel momento, se debatió y aprobó la Constitución, proceso que concluyó el 21 de febrero; pero cuando se acercaba el momento de tomar decisiones acerca del espinoso tema de las relaciones, el gobierno de Estados Unidos entró en acción. El 12 de febrero, la Asamblea había nombrado una comisión para redactar una propuesta acerca de ese tema integrada por Juan Gualberto Gómez, Manuel Ramón Silva, Gonzalo de Quesada, Enrique Villuendas y Diego Tamayo, por lo que tenía una composición compleja con la presencia de figuras muy conservadoras y otras radicales. El gobernador se dirigió entonces a dicha comisión para informarle acerca de las instrucciones de su gobierno sobre las futuras relaciones bilaterales. Se trataba de las instrucciones del secretario de la Guerra, Elihu Root, del 9 de febrero. El documento decía que “El pueblo de Cuba debe desear que en su ley fundamental se incorporen prescripciones” como las que planteaba a continuación. Estas prescripciones limitaban el derecho del futuro gobierno cubano para la celebración de tratados o convenios con potencias extranjeras o contraer deudas públicas, garantizaba la legalidad de todos los actos de la ocupación militar para el futuro, el establecimiento de estaciones navales en determinados puntos de la isla y reconocía a Estados Unidos el derecho de intervención.[3]
Emilio Roig de Lechsenring, en su importante obra Historia de la Enmienda Platt, relató en detalle este proceso, aquí interesa ver la posición en que los delegados tuvieron que actuar en tan difícil y compleja coyuntura. El 26 de febrero la Comisión cubana presentó su informe que fue aprobado el día siguiente. El espíritu de aquel documento se recoge en la afirmación de que: “Somos los Delegados del pueblo de Cuba, por lo que nuestro deber primordial consiste en interpretar la voluntad y en atender a las conveniencias de nuestro país.”[4] Por tanto, entendiendo que algunas de las estipulaciones del documento norteño eran inaceptables porque vulneraban la soberanía cubana, realizaban otra propuesta. Tal actitud era inadmisible para el Ejecutivo del Norte.
El Congreso de Estados Unidos estaba concluyendo las sesiones de su legislatura en curso, por lo que se hacía necesario tomar una decisión urgente sobre el tema cubano, de ahí que el presidente de la Comisión de Relaciones con Cuba, Orville H. Platt, presentara al Senado una enmienda a la ley de créditos para el Ejército que se había aprobado en la Cámara de Representantes. Era la famosa Enmienda Platt que contenía ocho artículos. Estos reproducían el contenido de las instrucciones de Root y añadían otros como la omisión de Isla de Pinos de los límites de Cuba y la obligatoriedad de llevar este documento a Tratado Permanente entre los dos países. En la noche del 27 de febrero la aprobó el Senado y el día primero la Cámara, el Presidente la sancionó el 2 de marzo. La reacción en Cuba fue muy fuerte.
Según uno de los constituyentistas cubanos, Antonio Bravo Correoso:
El país entró en un período de agitación extraordinaria. Las manifestaciones se sucedían unas a otras en todos los pueblos, en son de protesta, que repercutió en Washington, contra la imposición de los Estados Unidos. Abierta la válvula, el patriotismo se exhibió tan ampliamente que pudo crear conflictos de orden público (…).[5]
El sentir popular puede verse reflejado en algunos poemas y décimas de la época, como la de “Ramitos” titulada “Carboneras” que dice:
Piensa el pobre campesino
Que humilde la tierra labra
Que nos cumplan la palabra
Que nos ofreció el vecino.
Hay que proceder con tino
Y evitar nuevas quimeras
Que haya alianza verdadera
Que eso nos dará la vida.
Pero en mi Cuba querida
No queremos Carboneras.[6]
O estas otras décimas bajo el título “Lo que pide el pueblo cubano al pueblo americano. ¡Cuba independiente sin Carboneras!” que se dirigen “al pueblo americano” para que advierta a su gobierno:
Que no mancille su honor
con un hecho tan infame
para que el mundo reclame
su nobleza y su valor.
Que no convierta el amor
en odio, pasión horrible,
que la infamia aborrecible
de Platt no llegue a ser ley,
que hasta el mismísimo Hatuey
su protesta hará tangible.[7]
Si en la Asamblea Constituyente hubo resistencia por una parte importante de los delegados, no fue menor la del pueblo que se lanzó a las calles en todo el país a protestar y defender su derecho a la soberanía. El 2 de marzo más de 15 000 personas se manifestaron desde el Paseo del Prado hasta la calle Neptuno, en la capital, para entregar a Wood un documento dirigido al presidente McKinley. Los cubanos se reunieron ante el teatro Martí, donde sesionaba la Asamblea, para patentizar su apoyo a los delegados que rechazaban la Enmienda.
También hubo presiones a favor de la imposición, pues había grupos de la burguesía doméstica que pugnaban por garantizar el mercado estadounidense para el azúcar de Cuba, por lo que buscaban un arreglo que permitiera ese objetivo, entre ellos hubo quienes vieron en una resistencia moderada una manera de buscar concesiones en Estados Unidos; pero la mayoría de los cubanos se movilizó en defensa de su soberanía, para lo cual muchos esgrimieron los términos de la Resolución Conjunta del Congreso norteamericano de abril de 1898, por la que se autorizó a declarar la guerra a España bajo la afirmación del derecho del pueblo de Cuba a la independencia.
La situación se hizo muy compleja. La Asamblea envió una comisión a Estados Unidos a conversar con el presidente McKinley para modificar el contenido del documento, pero solo lograron una explicación de Root de los buenos propósitos de su gobierno y que la intención era preservar la soberanía, fue lo que se conoció como “Interpretación Root”, pero no hubo cambios. En el seno de la Asamblea cubana dos delegados abogaban por la aceptación desde el inicio: el ex autonomista Eliseo Giberga y el miembro del Círculo de Hacendados, Joaquín Quílez. El asunto se dilataba y no se veía el fin, por lo que las opiniones se iban fracturando, pues algunos empezaban a plantear que el objetivo era terminar la ocupación y establecer la república.
Finalmente, el 28 de mayo se decidió llevar a votación la Enmienda a partir de las explicaciones de Root y se aprobó por 15 votos frente a 14, añadiéndole a su articulado la mencionada “interpretación Root”. Entonces llegó la imposición definitiva: había que aprobar la Enmienda sin aclaraciones, tal y como decía su articulado, de lo contrario no habría retirada de las fuerzas de los Estados Unidos. Esto llevó a la aprobación, por 16 votos a 11, del apéndice a la Constitución el 12 de junio.
Muchos resistieron todo el tiempo y no aceptaron nunca tal decisión; entre los cuales Juan Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt se destacaron de manera especial. Otros pensaron que ante la disyuntiva de República con Enmienda o no República, era preferible la República con Enmienda, aunque hubo algunos que preconizaron su aceptación sin titubeos.
Sin dudas, fue un momento muy difícil, era una decisión muy compleja para lo inmediato y para el futuro; de ahí que patriotas como Manuel Sanguily votaran a favor, mientras otros resistían sin claudicaciones. Quizás el ánimo que prevaleció entonces se vio reflejado en el soneto de Manuel Castellanos bajo el título “Lasciate ogni Speranza (ante la Enmienda Platt impuesta a Cuba)” en el que el poeta exclamaba:
Para mirarte así tan desdichada,
en mi loco dolor ¡ay!, yo prefiero
verte pobre, infeliz, abandonada.
Yo ni la gloria ni riquezas quiero,
mientras ocupe sólo una pulgada
de mi sagrada tierra el extranjero.[8]
[1][1] Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969, T II, p. 71 [2]Diario de Sesiones de la Convención Constituyente de la Isla de Cuba. Habana, Imprenta El Fígaro, Obispo 62, 25 de enero de 1901, p. 2. [3]Pichardo. Ob. Cit., pp. 107y 108 [4]Ibíd., p. 111 [5]Citado por Emilio Roig de Leuchsenring: Facetas de la vida de Cuba republicana 1902-1952. Oficina del Historiador de la Ciudad, Habana, 1954, p. 33 [6]La nueva lira criolla. Guarachas, canciones, décimas y canciones de la guerra por un Vueltarribero. 5ta edición aumentada. La Moderna Poesía, Habana, 1903, p. 259 [7]Ibíd., p. 177 [8]La poesía social en Cuba. Poemas murales. Imprenta Revolucionaria, La Habana, s/f.