Por René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo
Cuando surgió el Foro de Sao Paulo (FSP), a principios de los años 90, al diputado Evo Morales apenas le alcanzaba el dinero para sacar los pasajes de ida y vuelta a los eventos internacionales; si acaso más, para comprar un refresco durante los impasses de los cónclaves y así mitigar el hambre. Ahora, más de dos décadas después, ostenta la Presidencia de las mismas tierras donde el Che Guevara murió tratando de iniciar la revolución sudamericana.
La anécdota no pretende “ensalzar” los logros individuales del líder indígena —él no lo necesita en absoluto—, sino simplemente analogar, a través de su persona, el camino transitado por la izquierda latinoamericana desde los días inciertos del derrumbe del campo socialista.
Entonces, solo una organización de tendencia progresista (el Partido Comunista de Cuba) se mantenía en el poder contra viento y marea ante la ola neoliberal y reaccionaria que barría el continente y el mundo. Hoy, las fuerzas de izquierda, entonces maltrechas, se reorganizan para representar desde el poder a los de abajo en más de diez países de la región.
Muchas de las estrategias y visiones que permitieron este auge se fraguaron precisamente en los periódicos encuentros del Foro, ideado por Lula da Silva y Fidel Castro en la ciudad brasileña de homónimo nombre en 1990.
El objetivo fundamental de aquella reunión consistió en dotar a la izquierda latinoamericana de un espacio de debate del panorama mundial —entonces dominado por la unipolaridad imperialista—, así como de las perspectivas de lucha en esas condiciones.
Pasados los años, el FSP se convirtió también en el escenario de intercambio y aprendizaje por excelencia de las nuevas fuerzas progresistas de la región, lo que ayudó al impulso de procesos antineoliberales en todo el continente. Un simple repaso a la experiencia de los últimos lustros, y saltan a la vista los ejemplos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, y hasta el propio Brasil.
Ante tal escenario alentador —potenciado también por la victoria en El Salvador del exguerrillero Salvador Sánchez Cerén, y el repliegue de sectores ultraderechistas en países como Colombia, Panamá y Costa Rica—, parece que el dinamismo de las organizaciones populares en la región goza de buena salud. Sin embargo, una mirada más profunda al tema revela ciertos “síntomas” que no deben pasar inadvertidos.
Para explicarlo en términos de la Física: si bien es cierto que el “tren” de la izquierda viaja a más “velocidad” que nunca, en los últimos años se aprecia cierta “desaceleración” del movimiento. De mantenerse la tendencia, sería inminente entonces la disminución de la “velocidad”, lo que traducido a términos políticos, consistiría en la prolongación de la supervivencia del modelo capitalista aún predominante en el área.
Muestra palpable de estos “síntomas” lo constituye la derechización del Gobierno de Ollanta Humala en Perú, la pérdida de importantes alcaldías en Ecuador, la dramática victoria electoral de abril de 2013 en Venezuela, las protestas populares en Brasil, la situación económica en Argentina… Pero sobre todo, la incapacidad por despojar a la derecha de sus posiciones en países estratégicos como Colombia, Chile y México, y los retrocesos —tras sendos golpes de Estado— en Honduras y Paraguay.
Ante esta perspectiva, los debates de la XX edición del FSP analizaron los obstáculos y retos inminentes a que se enfrentan los procesos transformadores de la región.
La delegación cubana apuntó hacia las amenazas externas, en especial la estrategia imperialista de la Guerra no Convencional; mientras, otros delegados se centraron en las contradicciones internas que debilitan la acción política.
Lole Lopes, invitada brasileña y observadora del foro para el seguimiento de los Gobiernos de izquierda, declaró a una agencia internacional:
«Recuperamos el rol del Estado, nacionalizamos en algunos países, aplicamos política de inclusión social, pero el desafío es mayor: se requiere de cambios estructurales en la sociedad y la economía».
He aquí, probablemente, la mayor incógnita teórica a la que se enfrenta hoy la izquierda latinoamericana. Una vez más, es recurrente aquella frase con la que Lenin tituló su ensayo político sobre la organización revolucionaria del partido; y ahora, ¿qué hacer?